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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

`La canción de los vivos y de los muertos´, Jesmyn Ward

El Sur de los Estados Unidos es un territorio duro. La tierra de las oportunidades, la primera potencia mundial, el mayor generador de epopeyas de la historia reciente, posee un rincón que parece anclado en el pasado y en la pobreza. Aunque no es un territorio oficial, el llamado “Deep South” abarca estados como Alabama, Misisipi, Luisiana o Georgia que tienen elementos comunes como la pobreza endémica y un alto porcentaje de población negra. En este espacio es donde se desarrolla `La canción de los vivos y de los muertos´(Sexto Piso, 2018), la última novela de Jesmyn Ward, que no se entendería sin la idiosincrasia de este lugar.

Y es que los personajes del libro sufren los problemas habituales en este contexto: la pobreza, el racismo, la brutalidad policial, el alto porcentaje de población reclusa. Pero, aunque muestra la dureza del lugar, Ward indaga en el espíritu del Sur, al que ella misma pertenece, y dibuja también los elementos positivos de la zona: la exuberancia de la naturaleza, el apoyo de las familias y el poder de una fe de naturaleza mestiza que mezcla sin problemas la devoción a las vírgenes con la creencia en el vudú. Este último elemento adquiere mucha importancia en la vida de la familia protagonista ya que varios de sus miembros tienen la capacidad de comunicarse con los muertos. Los familiares o amigos que murieron de forma violenta y que han quedado atrapados entre dos mundos dialogan con cierta naturalidad con los vivos, ubicando así la novela dentro del realismo mágico.

`La canción de los vivos y de los muertos´ narra el viaje de Leonie, la errática madre protagonista, junto a sus dos hijos, el adolescente Jojo y la pequeña Kayla/Michaela (recibe ambos nombres) y a una amiga que cruzan en un desvencijado coche el estado de Misisipi para recoger al padre, Michael, a su salida de la cárcel. Este `road trip´, tan anclado en el espíritu americano como en su narrativa y cinematografía, constituye el núcleo central del libro y lleva al máximo la tensión entre Leonie y sus hijos, a los que no se siente incapaz de cuidar debido en parte a sus problemas con las drogas. Los niños se apoyan mutuamente y desean volver cuanto antes junto a sus abuelos, el protector `Pa´ y la moribunda `Ma´, para huir de la violencia latente, y palpable a veces, que sufren de sus progenitores.

El libro utiliza siempre un narrador en primera persona, pero va alternando capítulo tras capítulo las voces de Jojo y de Leonie, que ofrecen discordantes visiones del viaje y de su propia familia. Además, en algunos segmentos se le da voz también a uno de los fantasmas que protagonizan el libro, en concreto a Richie, un chaval con el que el abuelo de la familia compartió cárcel hace años y que va a utilizar a Jojo como una especie de médium para descubrir las razones de su asesinato. Esta apuesta por la primera persona choca a menudo con el estilo de Ward, eminentemente poético, lo cual le puede restar verosimilitud al relato. Sin embargo, creo que es la manera más eficaz de presentarnos la dura historia de una familia que con su espiritualidad y sus desdichas representa lo mejor y lo peor del Sur.

El Sur de los Estados Unidos es un territorio duro. La tierra de las oportunidades, la primera potencia mundial, el mayor generador de epopeyas de la historia reciente, posee un rincón que parece anclado en el pasado y en la pobreza. Aunque no es un territorio oficial, el llamado “Deep South” abarca estados como Alabama, Misisipi, Luisiana o Georgia que tienen elementos comunes como la pobreza endémica y un alto porcentaje de población negra. En este espacio es donde se desarrolla `La canción de los vivos y de los muertos´(Sexto Piso, 2018), la última novela de Jesmyn Ward, que no se entendería sin la idiosincrasia de este lugar.

Y es que los personajes del libro sufren los problemas habituales en este contexto: la pobreza, el racismo, la brutalidad policial, el alto porcentaje de población reclusa. Pero, aunque muestra la dureza del lugar, Ward indaga en el espíritu del Sur, al que ella misma pertenece, y dibuja también los elementos positivos de la zona: la exuberancia de la naturaleza, el apoyo de las familias y el poder de una fe de naturaleza mestiza que mezcla sin problemas la devoción a las vírgenes con la creencia en el vudú. Este último elemento adquiere mucha importancia en la vida de la familia protagonista ya que varios de sus miembros tienen la capacidad de comunicarse con los muertos. Los familiares o amigos que murieron de forma violenta y que han quedado atrapados entre dos mundos dialogan con cierta naturalidad con los vivos, ubicando así la novela dentro del realismo mágico.