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Sobre este blog

'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Sobre un diccionario del amor en el Gran Apagón (o multirreseña en posdata)

El autor Agustín Fernández Mallo
22 de agosto de 2022 18:14 h

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El libro de todos los amores: con este título se presenta a sí misma la última obra de Agustín Fernández Mallo (1967), publicada por Seix Barral a principios de 2022, un título que no parece tal sino el reducidísimo resumen que quiere decirlo todo de un libro que, también él, pretende escribirlo todo sobre el amor o, mejor, sobre los diferentes amores, si es que no existe el singular para esa palabra-sentimiento.

Este libro se presenta con pretensión de diccionario, de diccionario exhaustivo o total, con sus correspondientes entradas, o algo que se le parece pues, en realidad, se encuentran tras la definición de turno: el catálogo o glosario va desde amor silencio hasta amor navaja, amor estadística, amor asimétrico, amor independencia, amor paquete, amor contra el lenguaje, amor no autoamor, Amor Internet Profundo, amor orgasmo rápido a la antigua, etc. Pero esta obra también posee otra peculiaridad, que no es solo la temática, sino la propiamente estructural: con esa especie de entradas enciclopédicas, que llegan cuando y como tienen que llegar (o sea, sin orden ni concierto) como fragmentos ensayísticos que son (en los que se reflexiona sobre cualquier cuestión que, claro, acaba desembocando en la del amor), se alterna un misterioso diálogo entre Ella y Él (que viven su particular amor en un momento y en un lugar por determinar que, con todo, no andan lejos del Génesis); a su vez, cada una de las cuatro partes del libro, compuestas de esos microdiálogos y esos microensayos, viene seguida de una especie de anexo, titulado “Venecia”, que alberga una tradicional aunque discontinua historia entre un hombre y una mujer (que comparten, claro, su amor pero, en este caso, en unas coordenadas más concretas, próximas a nuestros días y en Venecia, aunque mucho se aproximen, por su parte, al Apocalipsis). En esta suerte de diccionario, pero como mandan los cánones de lo que se ensaya, ni el principio ni el fin, ni la presencia ni la ausencia, ni el amor ni el odio, son verdaderamente antónimos, del mismo modo como cada fragmento, en realidad, no es sino una parte fractal del todo.

La búsqueda y el hallazgo de la singularidad, tanto en lo temático y argumental como en lo técnico y formal, es marca de la casa de un escritor como Fernández Mallo a estas alturas de su trayectoria, cuando aún se le conoce (a pesar de los pesares de más de uno después de más de quince años) como el físico escritor, como el autor del experimento trilógico de Nocilla o como ese autor ahora mainstream que salió de una editorial underground. Las cimas que ha coronado, de algún modo, hacen que esta última publicación descanse en una no desestimable llanura.

Ya que su obra en general no baja la guardia de la originalidad en ninguno de esos frentes, esta obra en particular no puede considerarse menos particular, precisamente, por tratar un tema en apariencia omitido en la trayectoria de este escritor como es el amor; o, si se prefiere, la amorosa era una cuestión que, de tan ausente en sus obras, resulta ser omnipresente y acaba aflorando de forma omnipotente. De hecho, tal como confirma el autor, en ese sentido iba la observación que ha servido de acicate para este último texto y que se le apuntó al hilo de su celebrada obra anterior, Trilogía de la guerra (Premio Biblioteca Breve en 2018).

Si la guerra danza con el amor, aunque sea de forma silenciosa, furtiva, elíptica, en el baile o vaivén ofrecido por El libro de todos los amores nuestro tema protagonista contará con unos acompañantes que, ciertamente, podrían resultar extraños para este motivo-sentimiento, pero no para los lectores de Fernández Mallo: la física e internet, los objetos y la basura, la música y el silencio, todo ello rodeado de un aura de poesía y ensayo, géneros que también ha cultivado el escritor en otros tantos libros (como Carne de píxel o Teoría general de la basura, respectivamente), pero siempre desde lo híbrido, lo lúdico, lo culto, lo transmedial, forzando los límites de la escritura y la (meta)ficción –al modo vilamatasiano, especialmente dentro del mundo ficcional que aquí coprotagoniza la mujer escritora en Venecia junto a su pasivo marido ante la inminencia del Gran Apagón–. A título de ejemplo de todo ello, con sus contradicciones y paradojas, podrían valer estas líneas eróticas de un fragmento ensayístico, seguido de otro dialógico, extraídas del inicio del libro (pág. 32):

“Contradictoria naturaleza que sólo puede responder al hecho de que el amor –y con toda la pasión y terror que por necesidad arrastra– no sea una cosa más que está en el mundo, no sea un elemento más de una tabla periódica de experiencias que vamos inventariando, sino que se corresponda con la urdimbre y el sustrato de cuanto conocemos. El amor lo contiene todo, y eso incluye también el lugar donde asombrosamente mezclados y careciendo ya de toda importancia se confunden lo verdadero y lo falso. (Amor sustrato)

Ella le dijo:

No me hago a la idea de cómo un libro puede hablar y oírse dentro de quien lo lee. Un libro es mudo, silencio del bosque convertido en otro bosque de silencio. En todos estos años en este valle no he oído un solo libro.

Él le dijo:

Sí has leído: el más extenso y arcano libro jamás escrito, nuestro sexo. Maleza que cada amanecer se agita sin viento. Nos habla dentro.“

Ya se sabe, sobre el amor muchos han escrito (de una larga lista que pasa a engrosar Fernández Mallo) y sobre el amor otros tantos hemos leído, conocedores de la teoría que a menudo erramos en su práctica. Si es que de un libro o de un diccionario se puede aprender algo, especialmente ante el eterno retorno del Apocalipsis o del Gran Apagón (nunca mejor dicho), apliquémonos el cuento o las advertencias incluidas al inicio de El libro de todos los amores, las de la cita de Anne Carson y la dedicatoria: cuidado con mirar las formas verdaderas y no ver el pájaro, pues el amor es eterno, porque simplemente es, es aquí y ahora, es presente, como el que nos gusta leer en esta sección reservada al oasis de la literatura.

PD. La que suscribe puede prometer y promete que su última pila veraniega de libros, como prácticamente todos los años, no se ha regido por otro criterio que el propio de la estación del calor: procurar hacer aquello de lo que toca privarse en otros momentos menos ociosos, y hacerlo sin reloj, por antojo. Pero, ya se sabe, los caminos de la literatura son inescrutables. Y es que, cuando esta reseña es acabada y apartada para su correspondiente reposo, inicio otra lectura al azar, aunque animada por esa voz que no para de repetirme que no puedo demorarla (y con razón): Los Modlin, de Paco Gómez (Fracaso Books, 2013), esa historia contada tras encontrar tiradas en la basura de una calle madrileña, años antes, fotos de esa extraña familia norteamericana a la que vamos conociendo conforme el autor va compartiendo los avatares de su paulatino descubrimiento a través de entrevistas y averiguaciones. Pues resulta que uno de los entrevistados no fue otro que Agustín Fernández Mallo (recuérdese, “el teórico de la basura”), cuyo testimonio podemos leer en esas páginas: “La casualidad existe y se manifiesta más a menudo de lo que pensamos. Estamos educados en una mente newtoniana muy racionalista y creemos que todo efecto tiene que tener una causa clara. Pero esta teoría de la realidad no se inventó hasta el siglo XX, y fue porque tanto la ciencia, como la política y la sociología no tenían otra manera de explicar nuestra vida”. El físico escritor no podía dar otra explicación al hallazgo de ese jugoso tesoro… si es que no estaba explicando lo que les sucede a las lecturas de verano. Porque la que suscribe puede prometer y promete que, cuando se decide a hacerle hueco a esa lectura encadenada y deja reposar la reseña con posdata, se produce otra extraña coincidencia cuando abro el siguiente libro: los Ensayos críticos (1964) de Roland Barthes, que había decidido rescatar este verano, decisión que no había compartido ni con quien a mi vera a veces lee, que casualmente tenía en su montón estival los Fragmentos de un discurso amoroso (1977); sin más, decido adueñarme de ese libro, cuyas palabras introductorias directamente parecen remitirme a El libro de todos los amores: “La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado, o escarnecido por ellos, separado no solamente del poder sino también de sus mecanismos (ciencias, conocimientos, artes). Cuando un discurso es de tal modo arrastrado por su propia fuerza en la deriva de lo inactual, deportado fuera de toda gregariedad, no le queda más que ser el lugar, por exiguo que sea, de una afirmación. Esta afirmación es, en suma, el tema del libro que comienza”. Solo entonces me decido a hurgar entre otras reseñas publicadas a propósito del último libro de Fernández Mallo, y ecco!: en una de ellas se propone el paralelismo entre ambas obras, aunque en una entrevista el autor afirme que en absoluto se trata de una referencia o inspiración directa. Lo sea o no, lo cierto es que su obra más reciente, en efecto, no es sino un discurso en soledad, pero un discurso afirmativo, aun casi medio siglo después. Y, cuando la que suscribe se puede prometer y se promete a sí misma ponerle el punto final a la reseña, no se resiste a abrir las primeras páginas (y llegar hasta las últimas) de lo último de Amélie Nothomb, Sed, una suerte de monólogo interior que emana de quien se ha tenido como la encarnación de Dios y del amor en la Tierra a partir del que se ha considerado como el libro de todos los libros: Jesucristo y la Biblia. ¿Y alguien puede vaticinar qué libro desafía ahora para ser abierto inmediatamente, mientras se cierne la duda de si se debe dejar descansar la reseña antes de enviarla de una vez? Uno de Anne Carson que, solo ahora me doy cuenta, es la autora de la cita introductoria de El libro de todos los amores. A riesgo de que alguna errata se cuele y de que otra referencia, en cambio, se olvide, las reseñas, como incluso el verano más feliz, han de tener un fin, y que se lo digan a los lectores, a los que seguramente les ha pasado algo parecido yendo de libro en libro. Así pues, que sea lo que la casualidad, o la literatura, quiera.

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