Contra las cuerdas: una lectura de 'Basilisco' de Jon Bilbao

Nunca es tarde si otro libro de Jon Bilbao es bueno. Superada la primera edición (en la siempre impecable Impedimenta), Basilisco (2019) pone sobre las cuerdas los ya transidos géneros, pero también al propio autor. Este experimenta con una fórmula que, o bien desvela el hallazgo (¡eureka!), o bien estalla entre las manos. El lector no puede apartar la mirada de ese experimentador o funambulista, dudando de si el zigzagueo es accidental o forma parte del espectáculo literario, de si el riesgo le va a hacer caer o elevarse aún más. Cuando por fin el lector se ha acostumbrado a ver una alternancia de cuentos/capítulos/fragmentos/escenas (reservados los impares a una historia wéstern protagonizada por John Dunbar y los pares, a una historia cotidiana protagonizada por un ingeniero devenido en escritor), se da el salto más arriesgado (un doble mortal). Y si se cae o no, como nada es verdad ni mentira, dependerá de quienes lo leen y miran. Pero cuidado, que ya sabemos de lo que es capaz de hacer el basilisco con su mirada…

Asistiremos a la manera como Dunbar se gana a pulso el apodo de “basilisco”, pero también accederemos a lo que hay tras sus ojos, pues en esta obra Bilbao, lejos de caer en el estereotipo o incluso la ridiculización, logra dignificar al personaje y la novela del Oeste (hoy sin apenas adeptos). En paralelo, asistiremos al viaje del ingeniero a Estados Unidos, pero también accederemos a su conversión en escritor. Bilbao trenza esas vidas y lo hace con la marca de su prosa seca e intensa (que esta vez deja algún hueco inesperado para el lirismo), pero también con la de su maestría para alargar momentos tensos que hacen preguntarse: ¿y, en ese momento, tú qué harías?

En Basilisco hay otra Katharina (como en libros anteriores) y otro ingeniero convertido en escritor (cualquier parecido con la realidad…), hay más arañas (¿madres?) y niños (¿que auguran tragedia?), hay más islas (como la de Estrómboli) y cuevas (en la que resuena la cueva quijotesca de Montesinos), hay más silencios (entre diálogos/guiones cinematográficos excelentes) y crujidos (no se esperaría menos en una historia del Oeste del siglo XIX con ineludibles resonancias tarantinescas) y hay más literatura dentro de la literatura (y de nuevo Cervantes, pero también tantos otros, como Vila-Matas). Jon Bilbao continúa construyendo su propio mundo literario, con territorios y habitantes con los que se van familiarizando los lectores, lectores que, movidos por la adrenalina, quieren más, quieren más libros arriesgados, especialmente como los últimos de Bilbao, esos en los que tensa el libro de relatos breves (y, con ello, el ciclo de cuentos, la novela corta, la novela fragmentada…).

A Bilbao le gusta el riesgo, y a nosotros también.