'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Un hogar: nace, crece, ama, muere, sobre 'Hogar', de Jorge García Torrego
Una casa no es un hogar si no hay un alma. No es hogar un muro; no una mesa de camilla en la que el brasero calienta; no biblioteca repleta si sus manos no rozan, uno a uno y con nostalgia, los lomos de los libros. El hogar es su presencia, su mirada perdida a la hora del desayuno, el 'olvidas las llaves', la voz elevada cuando se discute...
Todo eso es hogar. Así lo cree Jorge García Torrego, un poeta que ha dedicado a ese no-lugar lleno de vida, no estático, que evoluciona con cualquier historia de amor, sus últimos poemas.
Escribe Juan Bonilla en el prólogo de Hogar, que Torrego ha autoeditado tras tener 4 libros en las estanterías: «Jorge G. Torrego ha escrito un libro de amor-desamor con el hogar en el centro, el hogar como ideal de un amor». Por eso, en los versos del libro el lector construye junto al poeta muros que son anécdotas, historias, momentos... Y viste habitaciones con un mobiliario de gestos y sensaciones... Una obra –arquitectónica, digamos– que nace con el primer impulso del amor; se desarrolla, toma asiento, en la plenitud del mismo, y se derrumba cuando ella, la protagonista real del libro, cierra la puerta por última vez.
De dolor son estos muros
Aunque Hogar construye una relación en todas sus etapas, Torrego escribe los poemas desde un futuro que ya ha perdido el vínculo con la persona amada. Por eso, los cimientos de esta casa nacen siendo ya barro para el lector, que advierte una grave melancolía y dolor desde los primeros versos.
Cuando el poeta escribe «Sé que no estás, / pero creo en tu vuelta como creen las hormigas en las panaderías», él ya sabe –y tú también lo sabes– que esa creencia es hueca como algunos de los cristos sobre el cabecero de las habitaciones de matrimonio.
Con ese tono a despedida, el autor, que viene del mundo de la poesía urbana, las poetry slams, va desmenuzando su historia en cuatro tiempos, como las cuatro estaciones de un año de amor, como el 'nacer, creer, amar, morir' que lo determina todo.
«El libro», incide Bonilla en esta idea, «a poco que el lector se le arrime lo suficiente como para volverlo espejo, logrará que el suelo tiemble un poco bajo nuestros pies». Basta con leer este poema:
Navega tu cuerpo el hijo que no pudimos,
animal sin cáscara y manos buscándote.
Se toca la piel y encuentra tus besos en una cama vacía
la mitad del cuerpo no sabe correr
imposible agarrar su sombra.
Te baila un cerezo en la tripa,
hacia dentro te abres caminos
y en el bosque talado hay un coágulo niño pintando su silueta.
La canción del viento riendo tu espiral
alguien se acerca y yo me muero de letras.
Una película a la que no te quieres asomar
Construido el hogar, vienen las comidas con largas sobremesas, los días de limpieza, las 'peli y manta' de los domingos. Es precisamente esto último lo que García Torrego pretende en este libro de poemas: se tumba el escritor en su casa –ya no hogar– vacía y pulsa por primera vez el play de su propia biografía. Un drama surge desde los títulos de crédito: el del final del amor.
Como si el poeta no quisiera asomarse a su propia película, los poemas de Hogar a veces eluden su voz de un modo extraño: está pero no es él; es otro hombre, más feliz seguro, indudablemente vital, el que vivía aquellas escenas que se narran con una voz amarga. Un poeta que ama lo que amó y lo revive. Para construir la ilusión de un hogar, de una casa habitada:
Como primavera quiero esta casa,
que no pare de brotar,
que los inviernos de sus ramas se hundan,
la dureza,
la piel frente al frío agoniza.
Que las ramas de esta casa nos abracen,
las ramas de la casa al sol,
de la casa con la boca abierta,
refugio de amigos y vuelos.
Quiero que nuestro hogar sea verde,
que las ganas de cielo nos alimenten,
que nos den fuerza para el invierno,
a nosotros,
las ramas del mismo árbol.
Una casa no es un hogar si no hay un alma. No es hogar un muro; no una mesa de camilla en la que el brasero calienta; no biblioteca repleta si sus manos no rozan, uno a uno y con nostalgia, los lomos de los libros. El hogar es su presencia, su mirada perdida a la hora del desayuno, el 'olvidas las llaves', la voz elevada cuando se discute...
Todo eso es hogar. Así lo cree Jorge García Torrego, un poeta que ha dedicado a ese no-lugar lleno de vida, no estático, que evoluciona con cualquier historia de amor, sus últimos poemas.