'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
La palabra exiliada
El exilio tras el fin de la guerra civil tuvo muchos puntos de partida. Dejan huella las palabras de Max Aub sobre “los derrotados” en el puerto de Alicante esperando un barco que los sacara de la barbarie: >. Pero también ese último verso caído de Antonio Machado “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Muchos fueron los destinos, los más afortunados –posiblemente- aquellos que marcharon a México. Más dura fue la realidad de aquellos que cruzaron la frontera francesa en el invierno del 39.
Considero que la palabra unió y cohesionó al exilio español del 39. Es muy interesante observar la cantidad de asociaciones y organismos culturales que crearon los exiliados en México. Espacios, que permitían mantener unida a la comunidad refugiada, donde mantuvieron, pese a las riñas políticas, la esperanza del regreso a España; posibilidad que se fue diluyendo conforme se desarrollaban los acontecimientos en Europa.
La palabra también congeló para la Historia la desesperación de los refugiados de guerra españoles. Una obra que muestra esta realidad es Gritos de papel (ed. Comares, 2017) de Guadalupe Adámez, que estudia como la correspondencia se va a convertir en una herramienta para resistir. Tanto desde el ámbito institucional que pide amparo a organismos internacionales, como las cartas escritas por personas más o menos anónimas dirigidas a los organismos dependientes del gobierno republicano.
La autora subraya la importancia tanto de la forma como el fondo de los escritos, elemento que se convierte en una fuente que nos muestra cual era el nivel educativo de quienes escribían, hay que recordar que el 30% de la población española en los años 30 era analfabeta (según datos de la autora).
Sin embargo, cada carta escrita con estas dificultades, contenía la tragedia de cada persona que la remitía, la mayoría desesperados buscando a familiares que habían sido separados de ellos al llegar a Francia o que habían quedado en España.
Estas súplicas también las recibían organismos vinculados a sindicatos y partidos políticos, como el SERE, donde sus afiliados o camaradas escribían describiendo su situación en los campos franceses. Por ejemplo, desde Saint Cyprien Osario Tafall escribe el 12 de agosto de 1939 pidiendo ayuda para rescatar a su mujer e hijos: “Tengo refugiados en Les Mathes a mi compañera y tres hijos pequeños –los tres mayores están desaparecidos en España- y la mayor se encuentra enferma desde hace tres meses (protuberculosa) careciendo de refugio de los cuidados que su estado requiere. Precisa sobre alimentación, la que le ha sido suministrada hasta hace un mes aproximadamente con el ”auxilio de entrada a Francia“ que percibí en Febrero pasado”.
Otro de los recursos desesperados que plasmaban en las cartas fue la utilización de la descripción detallada de su “ejemplar militancia”, entendiendo que ello les daría prioridad en una situación de colapso y desmoralización colectiva.
Después de esta marea y del paso de los acontecimientos, la gran mayoría de personas cayeron en las nieblas del olvido. Los exiliados republicanos en México han sido más celebrados allá. En cada rincón donde el exilio dejó su huella hay una placa que los recuerda y les da las gracias.
También, más tarde, han sido reconocidos por el gobierno francés, rompiendo –un tanto- con el mito fundacional de la República, aceptando que la liberación de París no sólo fue cosa de los franceses, sino que en la avanzadilla estaban los socialistas, anarquistas, comunistas, antifascistas españoles que componían la División Leclerc.
Han pasado 80 años hasta que un presidente de gobierno democrático español ha visitado la tumba de Azaña en el exilio. La palabra nos recuerda el drama de la experiencia del exilio republicano y podría hacernos reflexionar cuántas voces se encontrarán en situación de desamparo, que no es algo del pasado, sino que es presente. Y, tal vez, la palabra escrita sigue siendo el arma y el ancla para resistir.
El exilio tras el fin de la guerra civil tuvo muchos puntos de partida. Dejan huella las palabras de Max Aub sobre “los derrotados” en el puerto de Alicante esperando un barco que los sacara de la barbarie: >. Pero también ese último verso caído de Antonio Machado “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Muchos fueron los destinos, los más afortunados –posiblemente- aquellos que marcharon a México. Más dura fue la realidad de aquellos que cruzaron la frontera francesa en el invierno del 39.