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Esa poesía de la que usted me habla

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Tengo cuatro libros delante. Aunque no he leído nada de sus autores (en papel), tengo el prejuicio de que no son escritores, de que su obra no es seria o no debe ser tenida en cuenta. Y ellos protestan: nos juzgan por nuestro número de seguidores en redes, no por lo que escribimos. Es cierto, yo apenas he leído algunas cosas con las que me he tropezado en redes sociales (vaciedades, ciertamente), pero nunca me he sentado a leer un libro de uno de esos autores. ¿Y si me estoy dejando llevar por lo que dicen los demás? No quiero que sea así. Me dirijo a la Biblioteca Regional de Murcia y tomo en préstamo cuatro libros.

Comienzo con «La línea curva que lo endereza todo, tu sonrisa», firmado por un tal César Poetry, paisano mío, que a día de hoy firma como César Órtiz. Es, a todas luces, una autoedición, aunque creo que ahora se encuentra reeditado por una editorial de cierto renombre.

Comienzo a leer, y las primeras páginas me regalan todo esto:

a) Las palabras «sonreír» y «sonrisa» se repiten 23 veces (y 4 veces en dos páginas consecutivas). No abusa tanto de «soñar» y «sueños», que sólo repite en 8 ocasiones. Al finalizar la lectura (aguanté 100 páginas) hago recuento y «sonreír» / «sonrisa» se utiliza la friolera de 40 veces.

b) Recurre a las posibilidades del lenguaje visual con la expresión / imagen «b[v]e[r]sos». Y se conoce que queda satisfecho con el resultado, pues la utiliza dos veces.

c) Termina numerosos versos con la coletilla «¿sabes?». Yo no creo que sea algo muy recomendable, pero cada uno tiene su estilo.

Pero entremos de lleno en la obra.

El primer ¿poema? es un meme, un texto cuya única utilidad, si es que estas cosas realmente son útiles para alguien (y lo deben ser, pues a los coach no les falta trabajo y el autor tiene formación académica en ese terreno) si se pintan sobre un fondo bonito y se comparten en redes sociales: «El mundo no es / de quien se despierta primero, / sino de quien se levanta con una sonrisa», y otras dos estrofas igual de vacías. Otro ejemplo de poema-meme sería «Menos y más», el cual está concebido directamente para promoción en redes sociales: «Enfadarse menos, sonreír más // Hablar menos, escuchar más…», aunque obvia el «escribir menos, leer más» que tanto necesitan estos autores.

Si otros poetas recurren a la metáfora, el símil o la hipérbole para dotar de personalidad y voz propia a sus escritos, este autor también tiene su figura retórica propia: el tópico.

En sus versos encontramos joyas como «tu cepillo de dientes en mi lavabo», «manta y palomitas» (olvidó el sofá), «el que no es feliz un miércoles no lo será [inserte aquí otro día o una situación], «mariposas en el estómago», «saltar en los charcos» y, en un derroche de sensibilidad sin parangón, «lo esencial es invisible a los ojos», que yo recuerdo haber leído en otro sitio.

No faltan banalidades como que el tiempo lo cura/arregla todo, quien no es feliz consigo mismo no lo será con nadie, la vida son dos días, etc…

En cuanto al estilo, destaca el hecho de que los signos de puntuación son arrojados desde un helicóptero y donde caigan, se quedan. Como era de esperar, de vez en cuando suelta un «jodido», o un «todos los putos días», para que se vea claro que viene de la calle, la universidad de la vida, los billares y toda esa historia. Destacan, por el intento de hacer algo distinto, pero hacerlo mal, los poemas en los que cambia el escenario, llevando relaciones de pareja al ajedrez, a un radiocasete o a un desayuno con ejemplos facilones y previsibles: ajedrez: ‘tú eres la reina’: radiocasete: ‘pulsaste el play y olvidaste darle al stop’; desayuno: ‘quiero que exprimas mis emociones’ (a cuento de un zumo que suele tomar por las mañanas).

Terminan de coronar la obra errores como «no creo que consiga olvidarte, pero sí que siempre te recordaré», «cuando te llamaron rápido del trabajo» o el maravilloso verso «en donde dentro está tu boca».

Quisiera destacar otros dos poemas en los que se aprecia la intención de arriesgar un poco, como aquellos del ajedrez y el radiocasete, pero al final tira la toalla, dando al lector explicaciones totalmente fuera de lugar, pues subestimar al lector es lo peor que un autor puede hacer.

En el primero, donde nos cuenta que un día perdió la sonrisa, comienza: «Hoy te he buscado y no te he encontrado, sonrisa». Y así el lector ya no se pierde y sabe de qué va el tema.

El segundo, sobre el miedo, tiene un final de los de levantarse y aplaudir: «Miedo, no tengo precisamente lo que eres tú: miedo».

Y antes de pasar al siguiente autor, cito un verso que bien podría pertenecer al arsenal de cualquiera de los dos: «Vivir es el verbo más bonito siempre que se conjugue a tu lado».

*****

Tras aguantar 100 páginas de todo lo anteriormente expuesto (el libro tendría unas 160 / 170), me puse con Marwán, otro de esos nombres que suelen salir a colación en los debates de lo que es o deja de ser poesía. El propio cantante ha dicho en alguna entrevista que nadie juzga su obra, sino a él mismo. Yo, como desconozco su carrera musical, procedo a abrir el libro, leer y que no pueda decir que juzgo a la persona.

El libro comienza con una suerte prólogo / nota preliminar donde el autor busca la complicidad del lector agarrándose a lo anteriormente mencionado: que se aprecie su sincero intento de escribir cosas bonitas.

Conforme pasamos las páginas, nos vamos encontrando con los mismos lugares comunes a los que no llevó su colega César. Por ejemplo, Marwán nos dice que dos que pasean de la mano son poesía, habla de libros (pero no dice cuales, simplemente cuela la palabra para que veamos que lee, algo a todas luces imposible viendo que siempre escribe lo mismo: o no lee o no le cunde), y lleva una relación de pareja al terreno digital, donde abandonar a un persona es hacerle ‘unfollow’ (un poco como aquello de ‘exprimir las emociones’ a la hora del desayuno de César). Por supuesto, no falta el ‘hijos de puta’ que tarde o temprano hay que soltar para que se vea que no le falta calle.

En la página 22, el poema ‘Mujer imperfecta’ es la mayor retahíla de tópicos que he leído en mucho tiempo, y en la página 25 tenemos uno de tantos (por desgracia) poema-meme a los que esta generación nos tiene acostumbrados:

Verbo caer

preposición sobre

pronombre ella

 

Perfección gramatical.

 

Creo que el libro era ‘Una mujer en la garganta’, pero no lo puedo asegurar porque estas cosas, afortunadamente, se olvidan pronto. El caso es que durante las 25 páginas que aguanté no encontré nada que no hubiera visto ya en el de César Poetry / Ortiz, así que hasta aquí llegué.

 

Y pasamos a Defreds.

Me gustaría empezar diciendo que dudo mucho que su editor se molestara siquiera en leer el manuscrito. Creo que se trataba de ‘Infinitas calles’, y en el prólogo del susodicho editor encontramos esto: «Podría haber valorado, por ejemplo, teorías como la de Lotman para hacer notar su evolución como escritor desde el punto de vista de la estructura artística, o del formalismo ruso y Vladimir Propp para hacer ver la evolución, el engranaje técnico de reloj suizo de sus relatos y microcuentos, de sus brillantes motivos y sus reconstrucciones urbanas y posmodernas de lugares comunes del cuento tradicional…» Sigue un poco más, pero con esto es suficiente (he tenido que añadir una coma que en la corrección se les pasó, por cierto). Veamos, a continuación, esos brillantes motivos y engranajes.

En la nota preliminar / prólogo del autor, este nos dice sin despeinarse: «suelto lo que me hace sentir cosas».

En referencia al final de una relación y los días posteriores donde tratamos de encontrar una persona que pueda llenar ese vacío: «He perdido al universo entero. Y solo hay planetas sueltos».

En otro ¿poema? sobre relaciones de pareja (por cierto, el 95 % de lo que he leído en estos tres libros no sale de ahí, no saben hablar de otra cosa) el autor nos dice que su corazón nunca deja de latir, lo que nos alegra, ¿verdad? Menuda movida si no lo hiciera.

En «La habitación de al lado» llega la inevitable, cansina, monótona y repetitiva muestra de lo chungos que pueden ser estos autores: «dos gilipollas besándose en la tragaperras», «Llueve fuera. Llueves tú. La lengua por los muslos…», «Quizá se enteren en la habitación de al lado».

En «Radares» encontramos otro de esos fragmentos de levantarse y aplaudir: «Tú estabas concentrada tramando cosas. Como mejorar algo o alguna cosa parecida». Y remata el texto vaciando el sobre de azúcar en los ojos del lector: «con caricias de postre, al mediodía o de cena».

En «Pedido Mínimo», además de traernos otra vez el tópico del vaso con dos cepillos de dientes, de nuevo busca la ovación en pie: «Huele a tu colonia. Me encanta cuando te la echas, dura todo el día».

En «Contigo infinitos» y «Trata como te gustaría» volvemos al poema-meme concebido para ser compartido en redes sociales, lugar natural para este tipo de retahílas de lugares comunes.

Lo de «No lo hagas» tiene un mérito muy poco usual: un texto sobre una pareja que pierde su vida en un accidente de tráfico que no me ha emocionado lo más mínimo: plano, artificial, plagado de tópicos (cómo no) y con unas líneas finales más cerca de un anuncio de la DGT que de la poesía.

Y en «Sabia» pone negro sobre blanco ese resquemor que todos arrastran, aunque vivan por y para negarlo, por no aceptar las críticas, a las que tachan de envidia. En este caso es una señora sabia quien se lo dice. Con otros es un profesor, o «mi padre dijo un día…». Al final, repetir una y otra vez la misma fórmula, que es de lo que viven.

Tras estos tres asaltos a esa ‘nueva poesía’, tenía un cuarto libro por revisar, ‘Las almas de Brandon’, de un popular concursante televisivo apadrinado por el flamante Premio Espasa de Ensayo Risto Mejide, pero por salud mental he decidido apartar este tema por un tiempo.

Ya los he leído. Ya sé por qué a mucha gente (entre los que me incluyo) no le interesa su poesía, obra o como se le quiera llamar. No voy a caer en el fácil error de decir que sus libros son malos, nadie está en posesión de la verdad y cada cual tiene sus gustos. Pero sí puedo, y lo hago, dar mi opinión: palabras vacías, drama fácil, felicidad artificial, autoayuda de todo a 100 con un nivel de redacción de 4º de la ESO. Y, sobre todo, repetición, siempre lo mismo, los mismos ejemplos, los mismos motivos. Esto sólo significa una cosa: falta de lectura. Y un escritor que no lee… En fin, un tipo de literatura, si lo es, que no me interesa lo más mínimo pues nada obtengo a cambio de mi tiempo, que a partir de ahora dedicaré a lo que sé que puede ofrecerme algo.

Pero ya está hecho, ya los he leído, ya no pueden decir que los juzgo a ellos por manía, prejuicios o envidia.

Salud, poesía y Rock and Roll.

Tengo cuatro libros delante. Aunque no he leído nada de sus autores (en papel), tengo el prejuicio de que no son escritores, de que su obra no es seria o no debe ser tenida en cuenta. Y ellos protestan: nos juzgan por nuestro número de seguidores en redes, no por lo que escribimos. Es cierto, yo apenas he leído algunas cosas con las que me he tropezado en redes sociales (vaciedades, ciertamente), pero nunca me he sentado a leer un libro de uno de esos autores. ¿Y si me estoy dejando llevar por lo que dicen los demás? No quiero que sea así. Me dirijo a la Biblioteca Regional de Murcia y tomo en préstamo cuatro libros.

Comienzo con «La línea curva que lo endereza todo, tu sonrisa», firmado por un tal César Poetry, paisano mío, que a día de hoy firma como César Órtiz. Es, a todas luces, una autoedición, aunque creo que ahora se encuentra reeditado por una editorial de cierto renombre.