'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Qué bien se está aquí: un 'spinoff' lector de 'El vientre vacío' de Noemí López Trujillo
Qué bien se está aquí. He salido a tomar un café porque si no salía un rato de casa ahora, es posible que ya no lo hiciese hasta mañana. He elegido este sitio por su localización y porque en esta época del año el camino desde mi casa me parece bonito. De los libros que estoy leyendo, me he traído “El vientre vacío”, de Noemí López Trujillo. Me está gustando y tengo ganas de terminarlo.
El libro está editado por Capitán Swing y en una esquina de la portada dice: “Relato de una generación precaria y sin hijos”. Habla de cómo la precariedad y la inseguridad que produce el todo-a-corto-plazo en el que vivimos desde 2008 tiene entre sus consecuencias el aplazamiento y la imposibilidad de la maternidad. Es imposible no identificarse en ningún momento con sensaciones que Noemí comparte, incluso si la maternidad no está entre tus prioridades. Al fin y al cabo, la crisis se ha cebado con casi todos nosotros y nos ha hecho renunciar en algún momento a algo que siempre dimos por hecho que tendríamos. Yo me siento precaria. Me da pudor afirmar que “soy” precaria porque hay quien está peor, pero lo cierto es que para sentir que no soy precaria tengo que compararme con quienes están peor o pensar eso de “mientras haya salud...”.
- Está muy bien leer. ¡Es muy bueno!
Levanto la vista. Un desconocido está de pie cerca de mi mesa con las manos en los bolsillos y los hombros relajados. Calculo que tendrá la edad de mi padre. No pienso que haya hecho algo fuera de lugar porque, al menos en mi entorno cercano, no es raro comentar algo en voz alta para decir “hola” de forma menos impersonal. El hombre, además, me está mirando pero su cuerpo mira unos noventa grados a otra dirección.
- Sí, aquí estoy, ¡entretenida!
Eso también es un “hola” menos impersonal. El hombre sigue hablándome y en algún momento se gira hacia mí. Me fastidia tener que dejar de leer pero no me inquieta. Estará aburrido, sin más. Me sigue contando cosas sobre sí mismo aunque yo no le pregunto nada. Se le ve satisfecho con su trayectoria profesional. Dice que tengo que ser de la edad de su hija, que cuántos años tengo. Resoplo mentalmente y le digo mi edad. “Justo, la edad de mi hija”. Me dice que está terminando de escribir un libro y que se lo van a publicar. La verdad es que lo que quiero es seguir leyendo, pero me da pena que le haga ilusión contarlo y que yo esté siendo una seca. Le pregunto por el título y luego que de qué va. Hace una pausa pensativa mientras sonríe, niega con la cabeza y sube los hombros.
- ¡De todo! ¡De todo lo que he visto en la vida! - sonríe satisfecho.
Creo que lo dice más con placer que con soberbia. Pero sintiéndome un poco culpable, su seguridad me resulta a la vez envidiable y ridícula. Parece seguro de que lo que intuyo que es su biografía es de interés para los demás y no siente necesidad de mostrarse modesto con su creación. Sin poder evitarlo, por un momento dejo de verlo como a un individuo concreto y se transforma en una caricatura. “Me cuesta convencerme de que hacer este libro tiene sentido. Me da pudor la posibilidad de crear un discurso victimista y hueco”, dice Noemí en su primer capítulo. Antes, en casa, he compartido en Instagram un post de Moderna de Pueblo sobre el síndrome del impostor, que a día de hoy afecta a más mujeres que a hombres. Hoy, además, es el Día de las Escritoras.
Sigue hablando. En algún momento he empezado a mirar al libro intencionadamente cada vez que se ha hecho el silencio. Me dice con tono amable que si me está molestando se va. Que está aquí por hablar con alguien, que sería un infanticida si estuviese aquí ligando conmigo. Sonrío sin responder nada y empiezo a mirar al libro. Se queda donde está. Hace suposiciones positivas sobre mí y mi futuro en voz alta. Yo sigo leyendo (o intentando leer) mi librito sobre precariedad. Miento a algunas preguntas de las que me hace. No me va a hacer daño en este sitio, pero empiezo a estar incómoda y quiero que se vaya. Me dice que tendré novio. Una chica que se ve tan buena como yo no puede estar sin novio. El libro también menciona que la precariedad económica tiene su coste en nuestras relaciones personales y el libro está muy bien y el libro habla de mucho pa'l poco grosor que tiene y quiero leer y este tío no me deja y me está dando mal rollo y ahora me dice que si me importa que se siente aquí a tomarse algo también. Podría decirle que no está permitido porque no se respeta la distancia mínima de dos metros, pero eso se me va a ocurrir ya estando en mi casa, no ahora. Le digo que se siente si quiere pero que me queda media página y que cuando me la acabe me voy. Se sienta y empiezo a ponerme físicamente tensa como si tuviese que prepararme para salir corriendo. Miro solamente al libro.
“Nunca ha estado en mi situación -me digo-. Pensará que dicho abiertamente que no está ligando ya estará todo aclarado y yo estaré tranquila.”
“¿Para qué me está contando cosas que no me importan? ¿Para qué quiere saber mi edad y si tengo novio? ¿Por qué no has pagado y te has ido, lerda?”
“Pensará que el comentario del novio es lo que quiero escuchar. A lo mejor intenta sólo ser amable y le estoy haciendo pagar el pato con mi desconfianza. ¿Qué sentiría su hija si supiese que me estoy empezando a preocupar? ¿Qué sentiría yo si mi padre le hablase sin más a una tía de mi edad y ella dijese que ha sentido miedo?”
“No le des bola pero no te asustes -me ordeno-. Vas si maquillar y viniendo has visto qué pelos llevas en un escaparate. ¿Quién va a estar pensando en na' contigo con esta cara y estos pelos?”
Creo que desde que se sienta no pasan ni dos minutos. No pide ninguna consumición. Dice que se va a ir y se levanta. Desea que me vaya muy bien.
- Tienes un mundo a tus pies -se despide.
Ojalá. En “El vientre vacío” también se contrasta cómo generaciones previas a la nuestra suelen pensar que con esfuerzo todo irá a mejor. “Frente a la generación de mis padres, cuya adolescencia llegó con la idea de que un país mejor era posible -la construcción de una democracia-, yo vuelvo a oír que nos preparemos, que se viene otra crisis. ”¿Otra? -pregunto-. ¿Cuándo hemos salido de esta?“”. Mañana no sé dónde me tomaré el café, pero seguiré leyendo.
Qué bien se está aquí. He salido a tomar un café porque si no salía un rato de casa ahora, es posible que ya no lo hiciese hasta mañana. He elegido este sitio por su localización y porque en esta época del año el camino desde mi casa me parece bonito. De los libros que estoy leyendo, me he traído “El vientre vacío”, de Noemí López Trujillo. Me está gustando y tengo ganas de terminarlo.
El libro está editado por Capitán Swing y en una esquina de la portada dice: “Relato de una generación precaria y sin hijos”. Habla de cómo la precariedad y la inseguridad que produce el todo-a-corto-plazo en el que vivimos desde 2008 tiene entre sus consecuencias el aplazamiento y la imposibilidad de la maternidad. Es imposible no identificarse en ningún momento con sensaciones que Noemí comparte, incluso si la maternidad no está entre tus prioridades. Al fin y al cabo, la crisis se ha cebado con casi todos nosotros y nos ha hecho renunciar en algún momento a algo que siempre dimos por hecho que tendríamos. Yo me siento precaria. Me da pudor afirmar que “soy” precaria porque hay quien está peor, pero lo cierto es que para sentir que no soy precaria tengo que compararme con quienes están peor o pensar eso de “mientras haya salud...”.