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Un virus sistémico: una lectura de ‘¿Virus soberano? La asfixia capitalista’ de Donatella di Cesare

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En marzo, cuando en Europa explotó la pandemia, observamos como una sociedad sometida a la inmediatez, la rapidez, la producción ilimitada e infinita se paraba en seco, sin contemplación. No la había parado una crisis del propio sistema capitalista, como fue la crisis del 2008, sino un ente invisible. Esta vez un fantasma recorría el mundo y no era un fantasma redentor, sino una enfermedad que, como señala Donatella, es un virus que ataca nuestros cuerpos y en el que dejamos de ser espectadores para ser víctimas.

Este hecho nos hace reflexionar sobre la realidad que estamos viviendo, ¿nos encontramos ante el “acontecimiento” que marca el cambio en el siglo XXI? Un hecho histórico capaz de marcar un punto de inflexión, pero ¿cabe la idea de progreso? O bien ese camino está dinamitado. Podemos observar también este “acontecimiento” revelador como un punto de no retorno; ya había señales que nos habían hablado alto sobre la necesidad de repensar el sistema. El colapso climático, un sistema económico injusto y devorador de recursos a costa de cualquier muestra de humanidad. 

Es, paradójicamente, un elemento invisible a nuestros ojos lo que nos ha obligado a parar. Un elemento que estaba ahí, pero que la propia voracidad del sistema capitalista, que permea en todas las capas del conocimiento, había rebajado en protagonismo, nos dice Donatella: “la sospecha es que el capitalismo académico no beneficia a la investigación” y la propia ciencia quedó ciega ante algo que sólo desde la ciencia se podía ver.

En plena era de la ciencia podemos narrar un momento casi apocalíptico, un momento en el que absolutamente las pocas certezas existentes se diluyen en la incertidumbre y en la permanente sensación de vulnerabilidad. ¿Dónde queda entonces el poder político y su soberanía? Ante la enfermedad corporal y sistémica el poder político entra en una espiral donde el “estado de excepción” se abre paso, algo que se nos muestra como algo perturbador, que marca las costuras del sistema aunque no significan la muerte de la democracia, pero sí la transformación en un animal de toma de decisiones. 

Democracias que ante la excepción se acrecienta la desmemoria ante el pasado reciente. Es entonces cuando esa democracia que ya daba de lado al otro, al extranjero, a los pobres, donde las fronteras se han hecho más robustas ¿se habla de qué ocurre en los campos de refugiados o en el Mediterráneo? Vemos los muros y la discriminación más palpable, incluso útil para el barro político que utiliza como chivo expiatorio de contagios a aquellos que vienen de fuera, inmigrantes que trabajan y viven en peores condiciones. El virus ha sacado a flote las barreras que creíamos invisibles. Es, como señala Donatella, la “democracia de la inmunidad” donde dicha inmunidad “queda reservada para los protegidos, los preservados, los amparados, es negada para los otros, los expuestos, los rechazados, los abandonados”, aquellos que ya eran el margen y vivían extramuros. En esta democracia los ciudadanos se convierten en ciudadanos y pacientes, seguir la ley y las reglas sanitarias a la espera de cuál es la reacción autoinmune, donde nos llevará el desarrollo de los acontecimientos.

La atmósfera de difícil respiración se impregna del miedo, de las pesadillas individuales ante la excepción y de los monstruos colectivos que salen a pasear, a ondear banderas, que no son mas que un ladrillo más en el muro que ancla una soberanía interior, pero es inútil ante un virus global que no entiende de fronteras. 

Ante la atmósfera venenosa del exterior, el mundo se repliega hacia la intimidad doméstica. La vida dentro de casa, observando el mundo desde la ventana física o virtual en una sociedad marcada por evitar la cercanía, el contagio, la enfermedad…buscar la distancia, el cierre, el blindaje, la paralización de la comunidad y comunitario, la necesidad del contacto, la reunión. Algo que nos lleva no sólo a la enfermedad sistémica, del cuerpo, sino también psíquica que ha ido de la mano del confinamiento estricto. Somos seres marcados por la fragilidad y la muerte, que sólo hemos visto en cifras en continua actualización o en la procesión de féretros en Italia. Mientras en el interior del hogar, el escenario de la violencia de género se hizo aún más aterrador; la ansiedad, ya propia de la dinámica voraz de nuestra sociedad se acrecienta ante la incertidumbre y el aislamiento forzado. La tristeza en la población infantil y adolescente, que Donatella no cita, pero que es posiblemente el eslabón de nuestra sociedad más olvidado tanto en la propia dinámica del sistema, antes y después del escenario pandémico.

Hacia dónde puede caminar nuestra sociedad una vez que “el virus” ha movido los cimientos del sistema-mundo globalizado. Tal vez, sea el momento de caminar lento, del decrecimiento, de construir un mundo a escala humana, no sobre el lenguaje de balances y producción sin límite ético y de recursos. Basado en las redes, la solidaridad y el reconocimiento del otro, permear los valores que nos mantienen en pie confinados o en alerta para forjar una sociedad basada en los cuidados y los afectos. Si estamos viendo tan claramente que el sistema nos lleva a la miseria de cuerpo y sociedad es absurdo jugar a ser un zombie y levantarnos de este shock histórico para seguir caminando por una carretera sin salida.

En marzo, cuando en Europa explotó la pandemia, observamos como una sociedad sometida a la inmediatez, la rapidez, la producción ilimitada e infinita se paraba en seco, sin contemplación. No la había parado una crisis del propio sistema capitalista, como fue la crisis del 2008, sino un ente invisible. Esta vez un fantasma recorría el mundo y no era un fantasma redentor, sino una enfermedad que, como señala Donatella, es un virus que ataca nuestros cuerpos y en el que dejamos de ser espectadores para ser víctimas.

Este hecho nos hace reflexionar sobre la realidad que estamos viviendo, ¿nos encontramos ante el “acontecimiento” que marca el cambio en el siglo XXI? Un hecho histórico capaz de marcar un punto de inflexión, pero ¿cabe la idea de progreso? O bien ese camino está dinamitado. Podemos observar también este “acontecimiento” revelador como un punto de no retorno; ya había señales que nos habían hablado alto sobre la necesidad de repensar el sistema. El colapso climático, un sistema económico injusto y devorador de recursos a costa de cualquier muestra de humanidad.