Damos por supuesto que eso de “sentir” nos viene dado por nuestra condición de seres humanos. Decimos que somos seres que piensan y sienten, ¿no? Pero, ¿hasta qué punto sabemos sentir? ¿hasta qué punto sentimos realmente? Basta contemplar el trato que damos a la naturaleza para dudar de la calidad de nuestro sentir.
Cuando hablamos de sentir solemos referirnos a sensaciones físicas: siento frío, calor, duro, blando, sabroso, insípido… La mayoría de las conversaciones se refieren a este aspecto más bien material del sentir.
Pero el sentir también se refiere a emociones: ira, tristeza, alegría, miedo… Es menos habitual oír en las conversaciones que “siento ira”, “siento tristeza”, etc. Este tipo de lenguaje emocional suele brillar por su ausencia, porque aparentemente nos coloca en un lugar de debilidad e inferioridad. Más bien solemos decir que nos da miedo algo o alguien, o que nos enfadamos porque nos han dicho o no nos han dicho, o que nos entristecen ciertos sucesos, ausencias o recuerdos. El caso es que la emoción, al ser acompañada de un “por qué”, sea el motivo que sea, no suele ser sentida como tal.
No estamos habituados a sentir una emoción como tal, sin acompañarla de una historia que la justifica. Nos cuesta salir del “siento-miedo-de”, “siento-alegría-por”, “estoy-enfadado-con”, etc. Solemos proyectar la emoción hacia fuera, ahorrándonos el vértigo de sentir la emoción.
Cuando este hábito se cronifica, no sólo dejamos de sentir emociones más o menos superficiales, sino también sentimientos más arraigados en las profundidades del ser. Las emociones no sentidas y negadas se van acumulando, sedimentando e incluso pudriendo en forma de sentimientos más sordos y alienantes, como ocurre con el resentimiento, la pena, la vergüenza, la culpa o el pánico. Estos bloqueos son el resultado de un cierto analfabetismo emocional.
Pero, ¿en qué consiste sentir? Esta es una pregunta que la mente no puede entender. La mente no puede sentir, no le corresponde esa función. Por más que hable, reflexione o analice los sentimientos, no sabrá cómo librarse de ellos más que negándolos o huyendo de ellos con justificaciones.
A sentir no se puede aprender más que sintiendo, lo cual implica dejar de un lado el hábito mental de justificar o racionalizar lo que sentimos: sentimos lo que sentimos porque lo sentimos. No hay más que añadir. Este ejercicio de estar en contacto con el propio sentir es particularmente liberador, sobre todo respecto de los sentimientos acumulados que se manifiestan de forma recurrente y que tanta energía consumen.
Una dificultad principal en el aprendizaje del sentir es que no hemos sido educados para ello. Después de miles de horas en distintas aulas educativas, desde Primaria hasta la Universidad, lo más probable es que no hayamos oído una sola palabra acerca de la dimensión experiencial del sentir. Supuestamente había cosas más importantes que memorizar y no hubo tiempo para ello...(¡!)
La práctica de sentir es la única manera de aprender a sentir, aunque lo que sintamos sea confuso, vago o incómodo. Esta práctica va activando poco a poco el sistema afectivo, un lugar que la mente tiende a despreciar.
Otro problema relacionado con la pobreza emocional es que se retroalimenta de las mismas emociones enajenantes que capta a su alrededor: la ira atrae a la ira, el miedo fomenta el miedo, la negatividad engendra negatividad. Esto es particularmente notorio con los medios de persuasión de masas. Puedes hacer la prueba tú mismo: cada vez que ves este tipo de “noticias”, ¿se activan en ti emociones enajenantes que no puedes controlar? Muchas veces se activan emociones de rabia o miedo que son rápidamente justificadas por el contenido de la noticia. El propósito inconsciente de este tipo de “noticias” es alimentar la negatividad y la inmadurez emocional de la sociedad, creando un círculo vicioso. Obviamente hay mucha locura a nivel colectivo y global, y eso no nos puede dejar indiferentes, pero la cuestión es qué tan volubles somos a nivel emocional cuando recibimos este tipo de contenidos.
Aprender a sentir es una prioridad de primer nivel si queremos evolucionar de forma consciente como especie. La desconexión afectiva, y particularmente la desconexión del amor, está a la orden del día en la sociedad, lo cual explica por qué los abusos a escala planetaria son tan frecuentes como aceptados como “normales”.