A finales de la década de los setenta y comienzo de los ochenta del siglo pasado, el socialista Andrés Hernández Ros se erigía como líder indiscutible del PSRM, ostentando la presidencia del Gobierno regional de Murcia -primero, desde 1979, en la preautonomía y, posteriormente, desde 1982, una vez asumidas las transferencias-. Lo hacía con plenos poderes y control absoluto de todo lo que se movía a su alrededor. Sin embargo, en marzo de 1984, Hernández Ros fue forzado a dimitir desde la Ejecutiva Federal del PSOE y a dejar sus cargos por un oscuro episodio: el intento de soborno a dos periodistas, algo aún hoy no suficientemente aclarado.
Fue, a través de un intermediario, en una operación de lo más chusca, cuando se intentó comprar a los redactores del diario La Verdad Joaquín García Cruz y José Luis Salanova, con la intención de que el periódico rebajase el tono de sus críticas al jefe del Ejecutivo. Aquel entramado, por momentos más parecido a una tira cómica de Mortadelo y Filemón, agentes de la T.I.A., que a un serial político tipo House of Cards, acabó con la vertiginosa carrera de un joven al que se le presuponía un gran futuro en el mundo de la política.
Este pasado viernes, un incidente ocurrido en una sala de conciertos madrileña, en el que se ha visto envuelto el presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia, Fernando López Miras, ha generado toda una serie de reacciones diversas por cuanto lo ha rodeado. Un diario tituló de madrugada en su edición digital, de forma especialmente llamativa, que el presidente había abandonado el local escoltado por agentes de la Policía Nacional. La noticia permaneció en la red durante un cierto tiempo si bien, pasadas unas horas, desapareció para sorpresa de propios y extraños. De ella se hicieron eco otros medios, de los que progresivamente también fue siendo borrada. Esta circunstancia levantó sospechas de un intento por silenciar lo ocurrido o dudas sobre su verosimilitud.
A primera hora de la tarde del sábado, se ofrecía una versión un tanto más completa del incidente. Todo se inició con una bronca provocada por dos individuos que se habían dirigido a López Miras, quien estaba acompañado por varias personas -algunos, periodistas de un diario madrileño-, en el interior de la sala, en actitud poco amigable. Le reprochaban su presencia en La Riviera como asistente al concierto del grupo punk rock Biznaga. Parece que el tono fue subiendo y que acudieron los servicios de seguridad del establecimiento a restablecer el orden. Que hubo un enfrentamiento con estos y que llamaron a la Policía, siendo detenidos los dos clientes, de 36 y 37 años, que provocaron el jaleo. Que López Miras se había apartado, que no resultó herido y que no interpuso denuncia alguna.
Para los profanos, habría que aclarar que los punk rockeros madrileño/malagueños de Biznaga son antagonistas de otros músicos como los Taburete, por poner un ejemplo. Vamos, que no son cayetanos ni tienen nada que ver en sus letras y mensajes, si bien en ningún sitio consta que un tipo de derechas no pueda tener preferencias musicales por un grupo ubicado en sus antípodas ideológicas y que, por tanto, vaya a escucharlo, si le place, como cualquier ciudadano en un país libre. Como muestra de lo expuesto, baste traer aquí algo de lo manifestado hace pocos meses por el letrista de Biznaga, Jorge Navarro, al diario Público: “Cambian los monstruos políticos de la gobernanza y las máscaras que utilizan los poderes para perpetuarse, pero el fondo permanece inalterable. Si acaso, se perfecciona y se sofistica más. O sea, sus máscaras son más atractivas y difícilmente rastreables y demonizables, no como antaño, cuando era más sencillo señalar a los culpables”. Lo dicho, gente situada al otro extremo del tablero de Núñez Feijóo. Vean si no: “Prefiero un Gobierno del PSOE que del PP, de la misma manera que es mejor un sueldo de 900 pavos de mierda que otro de 700”, sentenciaba Milky, el batería.
Sacar a colación el auge y la caída de Hernández Ros, ocurrida esta última cuando él apenas tenía 35 años, es un ejercicio de contexto sobre lo que puede acontecer con todo político al que un mínimo desliz podría tirar por tierra la edificación y consolidación de su carrera, más aún si hay quien cree que partes de cimientos poco consistentes. Porque hay gobernantes por los que, de inicio, pocos dan un euro en lo que a su continuidad atañe. Y ocurre que estos salen más espabilados de lo que se pensaba, que aprenden rápido, a pasos agigantados, y se afianzan en el cargo, llegando a convertirse en bastiones por méritos propios, pero también por demérito de algunos de sus adversarios. Levantar esto implica tiempo, trabajo denodado, realizado en equipo, con profusión de ideas y gestiones. Pero algo que puede derrumbarse de un día para otro, como un castillo de naipes. Ya le pasó hace cuarenta años a un joven y prometedor presidente autonómico por no practicar la sensatez y el sentido común y acaso por no escuchar a quien debía. Y, quizá también, por no emular lo de la mujer del César: eso de que no solo ha de serlo, sino también parecerlo.
A finales de la década de los setenta y comienzo de los ochenta del siglo pasado, el socialista Andrés Hernández Ros se erigía como líder indiscutible del PSRM, ostentando la presidencia del Gobierno regional de Murcia -primero, desde 1979, en la preautonomía y, posteriormente, desde 1982, una vez asumidas las transferencias-. Lo hacía con plenos poderes y control absoluto de todo lo que se movía a su alrededor. Sin embargo, en marzo de 1984, Hernández Ros fue forzado a dimitir desde la Ejecutiva Federal del PSOE y a dejar sus cargos por un oscuro episodio: el intento de soborno a dos periodistas, algo aún hoy no suficientemente aclarado.
Fue, a través de un intermediario, en una operación de lo más chusca, cuando se intentó comprar a los redactores del diario La Verdad Joaquín García Cruz y José Luis Salanova, con la intención de que el periódico rebajase el tono de sus críticas al jefe del Ejecutivo. Aquel entramado, por momentos más parecido a una tira cómica de Mortadelo y Filemón, agentes de la T.I.A., que a un serial político tipo House of Cards, acabó con la vertiginosa carrera de un joven al que se le presuponía un gran futuro en el mundo de la política.