Hace unas semanas compré un par de zapatos en un comercio de Murcia. Al pagar, la dependienta me preguntó si quería participar en un concurso, La compra reloj, cuyo premio serían 6.000 euros, que debería gastar en una sola mañana, entre las 10 y las 13,30 horas, en los comercios que participan en la iniciativa. El premio está patrocinado por la Cámara de Comercio, y exige que no se realicen en ninguno de ellos compras superiores a 300 euros. Estas eran las condiciones del concurso.
Por supuesto, le dije que no, que era una barbaridad, que no quería participar en semejante despropósito carente de cualquier tipo de lógica, o mejor, cuya lógica (que puede advertirse de inmediato) no compartía. Sorprendentemente, la joven vendedora me respondió que a ella le parecía lo mismo que a mí y, también, que yo era la única persona que se había negado a rellenar el cupón.
Si traigo aquí esta anécdota es porque no la considero en absoluto banal, y porque quiero mostrar mi más absoluta a esta iniciativa.
Voy a exponer mis razones.
Moralmente, la llamada Compra reloj implica elevar a categoría de Premio un claro ejemplo de consumo irresponsable e insostenible, impulsado además por una institución que debería replantearse esta fórmula retrógrada. El gasto de 6.000 euros habría de ser meditado y prudente, destinado a compras necesarias para una persona o para una familia, todo lo contrario a como lo ha pensado la Cámara de comercio, que premia el impulso, la inmediatez y la euforia irreflexiva, pues, para más inri, el concurso se falla el día 21 de noviembre, y la compra debe realizarse el 22, por lo que está excluido cualquier tipo de planificación meditada de parte de la persona que lo recibe, que solo dispone de unas horas para gestionar su periplo entre los distintos comercios.
Desde el punto de vista ecológico este tipo de iniciativas deberían ser revisadas, además de no contar con el apoyo de ninguna institución pública –y sí con la oposición de la asociación de consumidores y de cualquier medio de comunicación sensato–, al promover una forma de consumo descabellado, contraria a cualquier forma de educación medioambiental, que habría de premiar la sostenibilidad, la austeridad y la contención en el uso de los recursos.
A propósito de esto mismo, hace unos días, el filósofo Slavoj Zizek advertía en un tuit, junto a la elocuente foto que acompaña este artículo, que es más fácil acabar con el mundo que con el capitalismo. Y su triste afirmación parece sin duda cierta. El consumo irresponsable ha acabado con nuestro hermosísimo planeta, y el acqua alta de la plaza de San Marcos (este año más alta aún) no es obstáculo para las jóvenes japonesas de la fotografía, que visitan Venecia para comprar alegremente en las tiendas de lujo de la vieja Europa. Como no sean los Bolsonaros o los Trump de turno, viejos aliados del mercado y la banca, en un tándem letal que pone en peligro tanto a la Tierra como a la democracia, nadie niega ya el cambio climático, pero pocos son los gobiernos que priorizan las políticas necesarias para aminorar sus efectos.
Algunas tímidas propuestas sobre medidas sostenibles, como la reducción del consumo de plásticos o la prohibición de la obsolescencia programada en los artículos que la contemplan, son insuficientes, y demasiado lenta su puesta en marcha. Otras, como las que realizan algunas grandes empresas que apuestan en su publicidad por orientar a sus clientes hacia prendas y artículos de calidad que garanticen su uso más prolongado, por tanto más sostenible con los limitados recursos energéticos del planeta, no se hacen por altruismo, sino por que esas empresas han detectado el cambio de conciencia de los consumidores y se dirigen a ellos como mercado potencial. Sin embargo, la Cámara de Comercio de nuestra región sigue proponiendo una iniciativa a todas luces retrógrada, basada en una cultura del consumo moralmente reprochable desde todo punto de vista. Su propuesta apunta hacia un tipo de individuo sin subjetividad alguna, adocenado, afín a un mercado depredador, y carente de una mínima conciencia ecológica. Un sujeto que se pliega a cualquier propuesta mediática, acrítico y dócil, tal y como quiere la derecha que nos gobierna en Murcia desde hace más de veinte años que sean sus ciudadanos: sumisos, sin pensamiento reflexivo, sin educación ni cultura medioambiental (recordemos que somos una de las comunidades con más abandono escolar y mayor tasa de obesidad; obesidad que está ligada a bajos niveles de formación), que frecuenten los centros comerciales y consuman comida basura. Pues eso, todos a comprar.
Hace unas semanas compré un par de zapatos en un comercio de Murcia. Al pagar, la dependienta me preguntó si quería participar en un concurso, La compra reloj, cuyo premio serían 6.000 euros, que debería gastar en una sola mañana, entre las 10 y las 13,30 horas, en los comercios que participan en la iniciativa. El premio está patrocinado por la Cámara de Comercio, y exige que no se realicen en ninguno de ellos compras superiores a 300 euros. Estas eran las condiciones del concurso.
Por supuesto, le dije que no, que era una barbaridad, que no quería participar en semejante despropósito carente de cualquier tipo de lógica, o mejor, cuya lógica (que puede advertirse de inmediato) no compartía. Sorprendentemente, la joven vendedora me respondió que a ella le parecía lo mismo que a mí y, también, que yo era la única persona que se había negado a rellenar el cupón.