El quince de junio de 2023 un tiburón, una tintorera de dos metros, fue avistado en la playa Aguamarina, en Campoamor. Esto es algo contingente, algo que ha ocurrido, pero que podría no haberlo hecho. De hecho es algo insólito, que ha desencadenado una crisis de ansiedad en una mujer que estaba nadando y se ha encontrado el escualo a escasa distancia de ella.
Resulta difícil imaginar situaciones en las que uno se encuentre más expuesto a la contingencia que el encuentro con un tiburón enorme en el agua. Tal vez para un experto en tiburones sea diferente, pero para el común de los mortales ésta es una situación de impotencia, de incapacidad de pensar en las reglas que rigen ese encuentro. ¿Cuál es la probabilidad de ser atacado? ¿Qué puede hacer uno para evitarlo? No hallamos un patrón que nos guíe, sino la arbitrariedad que supone que los hechos sucederán “según le dé” al tiburón.
El artículo referenciado anteriormente plantea que la aparición de un tiburón en una playa que estos animales no frecuentaban es atribuible al cambio climático y al calentamiento del agua del mar, que provoca una modificación de las áreas de distribución de los peces. Nos acercamos entonces al terreno de lo necesario, al establecimiento de unas leyes de causalidad que conducen a que los hechos sean como son. Si nos cargamos el equilibrio ecológico, encontraremos “novedades” que no encajaban en la situación de equilibrio previa. Esto es necesario. La aparición concreta de un tiburón en Campoamor no lo es, es contingente.
El 8 de junio el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) capturó un caimán en una balsa de riego en la provincia de Toledo. Nos encontramos con otra contingencia. Sin embargo, si tenemos en cuenta que algunas personas importan (a menudo ilegalmente) especies exóticas como mascotas, y luego las liberan, podemos considerar como necesaria la aparición de anomalías. En algunos casos, esto puede llegar a producir graves daños ecológicos, como la proliferación de pitones birmanas en las Everglades de Florida.
En los últimos años el Mar Menor nos ha estado dando noticias desagradables en relación con su daño ecológico.En 2016 fue la sopa verde, en 2019 un episodio anóxico que diezmó la fauna marina, evento que se repitió en 2021. Cada uno de estos episodios es contingente. Sin embargo, el patrón establecido por un exceso de nitratos y fosfatos vertidos a la albufera hace necesario el daño ecológico. Si no ocurrieran estos sucesos concretos, sucederían otros, pero es necesario que las causas produzcan consecuencias.
En el caso del Mar Menor, las consecuencias del maltrato ecológico son la destrucción del hábitat de la zona, el daño al turismo y a la economía local, y una situación de división social aprovechada por los partidos políticos para hacer parroquia.
Se puede defender el turismo como motor de la economía, la agricultura que no sólo produce dinero sino que nos da de comer, el paisaje y otros bienes que redundan en provecho de la comunidad. Sin embargo, cualquier cosa que construyamos a nivel económico o social necesita sustentarse sobre unos cimientos. Si dañamos nuestro entorno hasta el punto de que rompemos el equilibrio ecológico, todo el castillo se nos derrumba. Esto es necesario, 'impepinable', en términos castizos.
La asunción de la realidad, y la adopción de alineamientos coherentes con ella, es contingente. Es posible delirar negando que las cosas son como son, esto ocurre con frecuencia entre los psicóticos. También es posible asumir la realidad, pero actuar “como si” las cosas fuesen, o pudiesen ser, de otra manera. Es posible actuar de espaldas a una realidad que no desconocemos. Esto es lo que se hace en la perversión (otro tipo de estructura psíquica menos aireada que la psicosis). Y es posible que los neuróticos, que constituyen la mayoría de la población, afronten la realidad o “jueguen” a proceder de forma patológica. Todo esto es posible, pero tiene consecuencias.
El mundo está lleno de contingencias que aparentan caos, eventos ordinarios o insólitos que se suceden de forma aparentemente caprichosa. Detrás de lo contingente está el nivel de lo necesario, reglas que rigen cómo funciona el mundo, y establecen relaciones de causalidad que nos permiten predecir aspectos del futuro. Lo contingente puede hacer de “ruido” que oscurezca la percepción de lo necesario, los intereses particulares también. Pero al final, por muchas vueltas que nos demos, el trasero siempre está detrás. Eso es necesario.
El quince de junio de 2023 un tiburón, una tintorera de dos metros, fue avistado en la playa Aguamarina, en Campoamor. Esto es algo contingente, algo que ha ocurrido, pero que podría no haberlo hecho. De hecho es algo insólito, que ha desencadenado una crisis de ansiedad en una mujer que estaba nadando y se ha encontrado el escualo a escasa distancia de ella.
Resulta difícil imaginar situaciones en las que uno se encuentre más expuesto a la contingencia que el encuentro con un tiburón enorme en el agua. Tal vez para un experto en tiburones sea diferente, pero para el común de los mortales ésta es una situación de impotencia, de incapacidad de pensar en las reglas que rigen ese encuentro. ¿Cuál es la probabilidad de ser atacado? ¿Qué puede hacer uno para evitarlo? No hallamos un patrón que nos guíe, sino la arbitrariedad que supone que los hechos sucederán “según le dé” al tiburón.