Las lluvias torrenciales y las devastadoras inundaciones en la provincia de Valencia y en otras zonas del levante español, que han causado la muerte de más de doscientas personas y la destrucción de viviendas, comercios, vehículos, locales públicos, infraestructuras de abastecimiento y vías de comunicación, son la crónica de una catástrofe anunciada.
En primer lugar, porque los más reconocidos climatólogos y los grandes organismos internacionales (desde el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático hasta la Organización Meteorológica Mundial) vienen advirtiendo día tras día y año tras año, tanto a los responsables políticos como a toda la ciudadanía, sobre la gravísima emergencia climática a la que nos enfrentamos.
El pasado mes de agosto, catorce científicos especializados en el cambio climático publicaron en la revista BioScience un artículo colectivo titulado «Informe sobre el estado del clima 2024: Tiempos peligrosos en el planeta Tierra», para insistir en la necesidad de adoptar medidas urgentes y radicales. Los autores trabajan en universidades y centros de investigación de diversos países del mundo: Alemania, Australia, Brasil, China, Dinamarca, Estados Unidos, Reino Unido y Suiza.
El artículo comienza así: «Estamos al borde de un desastre climático irreversible. Se trata de una emergencia mundial fuera de toda duda. Gran parte del tejido de la vida en la Tierra está en peligro. Estamos entrando en una nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática (…) Trágicamente, no estamos consiguiendo evitar graves impactos, y ahora sólo podemos esperar limitar el alcance de los daños. Estamos siendo testigos de la sombría realidad de las previsiones a medida que se intensifican los impactos climáticos, provocando escenas de desastres sin precedentes en todo el mundo y sufrimiento humano y no humano. Nos encontramos en medio de una alteración climática abrupta, una situación calamitosa nunca antes vista en los anales de la existencia humana.»
Los autores hacen un repaso de los acelerados cambios físicos y biológicos que se están dando en la atmósfera, los océanos, los polos, los glaciares y los ecosistemas. Además, enumeran las catástrofes que sólo en el último año han afectado a numerosas poblaciones humanas: olas de calor, sequías, incendios, vientos huracanados, lluvias torrenciales, inundaciones, etc. Y concluyen con estas palabras: «El aumento de las catástrofes climáticas anuales demuestra que estamos en una grave crisis y que lo peor está por venir si seguimos actuando como hasta ahora (business as usual). Hoy, más que nunca, nuestras acciones son importantes para la estabilidad del sistema climático que nos ha sustentado durante miles de años. El futuro de la humanidad depende de nuestra creatividad, sensibilidad moral y perseverancia. Debemos reducir urgentemente el sobrepasamiento (overshoot) ecológico y perseguir una mitigación inmediata y a gran escala del cambio climático y una adaptación para limitar los daños a corto plazo. Sólo actuando con decisión podremos salvaguardar el mundo natural, evitar un profundo sufrimiento humano y garantizar que las generaciones futuras hereden el mundo habitable que merecen. El futuro de la humanidad pende de un hilo.»
La Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDDR son sus siglas en inglés) publica cada año un informe sobre los desastres naturales que ocurren en todo el mundo, Según sus datos, los fenómenos meteorológicos extremos son ya el 90,9% de los desastres ocurridos en el siglo XXI. Entre 2000 y 2019 se registraron 7.348 desastres importantes, que causaron 1,23 millones de muertes y afectaron a 4.200 millones de personas, a menudo en más de una ocasión. Estos datos son muy superiores a los que se registraron en las dos décadas anteriores (1980-1999), en las que hubo 4.212 desastres naturales, 1,19 millones de muertes y 3.250 millones de personas afectadas. Este aumento de los desastres, que casi se ha duplicado en las dos primeras décadas del siglo XXI, se debe al creciente impacto del cambio climático: de 3.656 desastres relacionados con el clima en 1980-1999 se ha pasado a 6.681 en 2000-2019. Los dos tipos de desastre más frecuentes fueron las inundaciones, que pasaron de 1.389 a 3.254, y las tormentas, que aumentaron de 1.457 a 2.034. Se han incrementado también, debido al calentamiento global, las sequías, los incendios forestales y las temperaturas extremas. Por último, han aumentado los desastres geofísicos, como terremotos y tsunamis, que han sido los más mortíferos.
En segundo lugar, estamos ante una catástrofe anunciada porque el calentamiento global está siendo mayor en Europa que en la media global, y mayor en España que en la media europea, y mayor aún en la costa mediterránea. Las comunidades del levante español venimos sufriendo en las últimas décadas, con una frecuencia y una intensidad crecientes, los impactos del cambio climático: olas de calor, sequías, incendios, lluvias torrenciales, inundaciones y subidas del nivel del mar. Esto es algo que sabemos bien todos los habitantes de la costa mediterránea, desde Girona hasta Cádiz.
Por eso, la ciudadanía española, y en particular quienes vivimos en el levante mediterráneo, deberíamos ser los primeros interesados en atender las advertencias de los climatólogos, meteorólogos, ecólogos, geógrafos, urbanistas, etc., sobre la urgente necesidad de planificar políticas públicas orientadas a mitigar el cambio climático antropogénico y a adaptar nuestros territorios, nuestras ciudades, nuestros cultivos, nuestras redes de comunicación, nuestras formas de vida, con el fin de mitigar en la medida de lo posible los impactos que van a seguir produciéndose.
Esos impactos serán más frecuentes, tendrán mayor intensidad y causarán mayores estragos si no nos tomamos en serio que hemos entrado ya, como dice Bruno Latour, en un «nuevo régimen climático» que está siendo causado por la quema masiva de combustibles fósiles, y que va a cambiar radicalmente la vida de la humanidad en el siglo XXI. Aquí es donde entra en juego el último factor que está agravando todavía más las catástrofes: el negacionismo climático.
Conviene recordar que las derechas neoliberales y las ultraderechas neofascistas, tanto en la Comunidad Valenciana como en el resto de España y en otros muchos países de Europa y de América, no sólo comparten gobiernos y agendas políticas sino que además coinciden en negar o minimizar la gravedad del cambio climático. Por eso, no es extraño que el presidente valenciano suprimiera la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE) nada más llegar al gobierno, ni que ignorara las previsiones meteorológicas de la AEMET, ni que se resistiera a pedir la ayuda del gobierno central, ni que demostrara una completa incapacidad para gestionar la catástrofe. Tampoco es extraño que el líder del PP nacional se apresurara a culpar a la AEMET, siguiendo la vieja costumbre de los tiranos griegos: matar al mensajero para negar la realidad de los hechos. Y menos aún sorprende que los negacionistas de VOX culpen a la Unión Europea, al gobierno de Pedro Sánchez, a los ecologistas, en fin, a todos los que reconocen la emergencia climática.
Lo que sí sorprende es que la ciudadanía ponga el destino de sus vidas y de sus bienes en manos de unas personas y de unos partidos políticos que niegan los grandes retos ecológicos y sociales a los que nos enfrentamos, que atacan a los científicos y degradan los servicios públicos, que demuestran una notable incompetencia técnica, que no asumen sus responsabilidades y tratan de achacárselas a toda clase de chivos expiatorios, en fin, que son incapaces de llegar a grandes consensos políticos y sociales para emprender una transición ecológica justa, cada vez más ineludible.