En muchos momentos de la vida tendemos a dibujar rayas para separar todo aquello que necesitamos diferenciar, se trata de un gesto iÌntimo y en muchas ocasiones inconsciente. Separamos lo bueno y lo malo, derecha e izquierda, quienes nos caen bien y quienes nos parecen insoportables. Pero ese gesto en ocasiones va muy lejos, depende de quieÌn y coÌmo se haga puede ser trascendental .
Durante este periodo de pandemia en el que hemos tenido tiempo de pensar, analizar y, sobre todo, en el que se han desnudado muchos de los problemas que esta sociedad presenta, hemos focalizado la atencioÌn en la sanidad, en sus carencias, en la vital relevancia de tener un buen servicio sanitario universal y perfectamente dotado.
Sin restar un aÌpice de importancia a la sanidad, dirigir nuestras miradas a la educacioÌn y la situacioÌn de los centros es del mismo modo acuciante.
La docencia ha soportado de todo: recortes en personal, ratios imposibles, curriÌculos extensiÌsimos y repetitivos, burocracia excesiva que resta tiempo a lo importante, digitalizacioÌn deficitaria... Hemos consentido en silencio barbaridades que jamaÌs hemos denunciado de una forma rotunda.
Pero como cuerpo hemos participado apaÌticos de algo mucho maÌs atroz, injusto e inhumano: la raya que se ha hecho entre el alumnado. Los que “siÌ ” y los que “no”, los que pueden y los que no quieren, los coÌmodos y los incoÌmodos, todo traducido a una uÌnica raya gruesa y a estas alturas ya tatuada en el sistema.
Esta imaginaria liÌnea no beneficia a ninguna de las partes y desgraciadamente cimenta una sociedad poco permeable donde los eÌxitos profesionales y personales quedan maquetados a una edad extremadamente temprana. Lo maÌs triste es que esta homogeneidad segregadora entre los grupos, que se da en cada uno de los institutos puÌblicos de Secundaria, es conocida y consentida por todos.
No es fruto de la casualidad, sino que se ha venido gestando a fuego lento desde hace ya una deÌcada con medidas o ausencia de medidas en buÌsqueda de eÌxitos curriculares que dejasen en un aventajado lugar a nuestro paiÌs y regioÌn en informes internacionales conocidos por todos y donde estos alumnos simple y llanamente no cabiÌan. Lo peor es que en esa busqueda no se ha dado una respuesta acertada ni a unos ni a otros, la desmotivacioÌn en muchos casos, el estreÌs en otros, el fracaso escolar y el abandono temprano lo hacen evidente .
Considero destacable entre esas medidas “no medidas” lo ocurrido con la EducacioÌn Compensatoria en nuestra regioÌn. Hasta el anÌo 2010 en cada centro habiÌa como miÌnimo una figura que se encargaba de ayudar, acompanÌar, tutorizar al alumnado maÌs vulnerable, los del otro lado de la raya: eran los maestros de Compensatoria. AtendiÌan de forma individualizada a aquellos alumnos que procediÌan de entornos desfavorecidos y que a la misma vez y, relacionado con lo anterior, presentaban un importante desfase escolar y en muchas ocasiones, problemas de comportamiento o absentismo.
ConstituiÌan un grupo de 310 maestros bajo el mandato del Director General de AtencioÌn a la diversidad, D. Juan Navarro Barba. Contaban con formacioÌn perioÌdica especiÌfica, recursos materiales, especialistas en diversos temas como la ensenÌanza de la Lengua espanÌola como L2 para atender a los inmigrantes, en definitiva, un servicio que funcionaba de forma rigurosa y efectiva.
A partir de ese anÌo, sin demasiado ruido y sin una sola queja por ninguna de las partes que constituimos la comunidad educativa, comienza la eliminacioÌn de este recurso. En la actualidad los maestros de compensatoria rozan la decena, se trata ya de un recurso residual destinado a desaparecer en su totalidad.
Curioso es el paralelismo que se da si hablamos de que en esos mismos momentos, el bilingüismo se empieza a generalizar y la palabra excelencia sube draÌsticamente su volumen en el argot educativo.
Y en este escenario nos encontramos actualmente, ¡en pleno siglo XXI!
En cada centro de la regioÌn de Murcia hay un par de grupos de cada nivel que constituyen un lugar donde nadie quiere ir, ni los alumnos, ni muchos profesores. Los equipos docentes, me consta, que hacen todo lo que pueden y lo que saben, pero es muy complicado porque lo que vemos en las aulas es una parte miÌnima de lo que muchos de estos alumnos maÌs vulnerables viven o han vivido.
Uno de los fundamentales objetivos de la educacioÌn es la compensación de las desigualdades. Muy lejos de esa buÌsqueda de equilibrio, se ha hecho exactamente lo contrario. Las diferencias son ahora maÌs notables que nunca. Los propios alumnos de un lado y otro de la raya se clasifican en dos categoriÌas antagoÌnicas que tienen extremadamente claras. Es un peligro para las dos partes, el desarrollo integral y la capacidad empaÌtica de ambos estaÌn amenazadas.
Si a todo esto sumamos la situacioÌn a la que nos estamos enfrentando debido a la pandemia, donde hemos tenido que adaptar nuestra ensenÌanza exclusivamente al aÌmbito telemaÌtico, esa liÌnea ha engordado considerablemente y la separacioÌn entre los unos y los otros se ha hecho mayor. Hoy maÌs que nunca, necesitariÌamos a los maestros de compensatoria en los centros, necesitariÌamos personas encargadas exclusivamente de ellos y que conocieran en profundidad su realidad y la manera de gestionarla.
Por lo tanto, cuando oigo hablar de que ninguÌn alumno quede atraÌs y de la necesidad de atender a los maÌs vulnerables, pienso en si estas palabras grandilocuentes son sinceras o responden a un intento de parecer algo que no se es, y me preocupa profundamente que se nos haya hecho tarde, muy tarde.
DeberiÌamos plantearnos esta crisis como una sacudida uÌtil que nos empuje a cambios draÌsticos en un sistema anclado que no satisface a nadie y sobre todo que no construye mejores personas. Comenzar a borrar la raya debe ser uno de los cambios urgentes.