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Estigmatizar: el valor de las palabras

En estos primeros días del mes en el que muchos de nosotros ya hemos agotado nuestro paréntesis estival de vacaciones, hay un curioso detalle sobre el que quiero reflexionar. Durante las prolongadas comidas, las salidas nocturnas y las tardes de playa, he disfrutado de charlas entre amigos, cuya trascendencia descubres al ver cómo se repite la temática. Me explico: todo comenzó con una conversación entre amigas que se ha reiterado en varias ocasiones, en la que se destacaba la importancia de usar correctamente algo tan cotidiano, empleado casi sin darnos cuenta y que damos por sentado: el lenguaje. De este modo, nos cuestionamos por qué en una relación de pareja, cuando se habla de las tareas domésticas, normalmente se manifiesta que es el hombre el que “ayuda” a la mujer a realizarlas. ¿No se supone que un hogar se construye y mantiene entre dos?

El tema no terminó ahí. Algunas de nosotras, en contacto con personas especialmente vulnerables, seguimos profundizando en la importancia del uso de las palabras y su significado en otros contextos. Fue así como profundizamos en el mundo de la discapacidad, y en particular el de la enfermedad mental. De éste se destacó no sólo el rechazo que produce, sino cómo desde algo tan básico como el lenguaje se hacen de forma cotidiana y casi inconsciente múltiples vulneraciones. ¿Cuántas veces hemos dicho “esa persona es una esquizofrénica, está loca”, empleando los términos con desprecio, y utilizando habitualmente estas expresiones como algo despectivo, negativo? Sin embargo, si hablamos de amor, percibimos ese sentimiento como una locura extraordinaria y maravillosa… Qué diferencia, ¿no?.

Todo esto me lleva a reflexionar sobre cómo algo tan inofensivo como una palabra puede crear tanto estigma, sobre todo cuando hablamos de salud mental. A diferencia de otras patologías que despiertan sentimientos positivos, en lo relativo a la enfermedad mental creo que la gente se olvida de que se trata de una enfermedad más. Por ello sería un gran paso si en nuestro día a día nos olvidásemos un poco de la patología y nos centrásemos en la persona que tenemos enfrente, un individuo como cualquier otro con sus características, circunstancias y aspiraciones.

Soy madre de un bebe de seis meses, un pequeño ser que despierta sentimientos de ternura y cariño en el mundo que le rodea. Cuando llegue a ser adulto, esa persona podrá padecer una enfermedad mental, y yo, la misma madre que habló cuando era una bebe: Querré que siga siendo acogida con la misma naturalidad y normalidad que cuando nació. Querré que mi hija no despierte sentimientos de rechazo. Que sea tratada con la dignidad que merece, empezando por las palabras… como una persona con sus sentimientos, sus gustos, sus vivencias y sus sueños… No como una enferma en la que la patología eclipsa a la persona.

En estos primeros días del mes en el que muchos de nosotros ya hemos agotado nuestro paréntesis estival de vacaciones, hay un curioso detalle sobre el que quiero reflexionar. Durante las prolongadas comidas, las salidas nocturnas y las tardes de playa, he disfrutado de charlas entre amigos, cuya trascendencia descubres al ver cómo se repite la temática. Me explico: todo comenzó con una conversación entre amigas que se ha reiterado en varias ocasiones, en la que se destacaba la importancia de usar correctamente algo tan cotidiano, empleado casi sin darnos cuenta y que damos por sentado: el lenguaje. De este modo, nos cuestionamos por qué en una relación de pareja, cuando se habla de las tareas domésticas, normalmente se manifiesta que es el hombre el que “ayuda” a la mujer a realizarlas. ¿No se supone que un hogar se construye y mantiene entre dos?

El tema no terminó ahí. Algunas de nosotras, en contacto con personas especialmente vulnerables, seguimos profundizando en la importancia del uso de las palabras y su significado en otros contextos. Fue así como profundizamos en el mundo de la discapacidad, y en particular el de la enfermedad mental. De éste se destacó no sólo el rechazo que produce, sino cómo desde algo tan básico como el lenguaje se hacen de forma cotidiana y casi inconsciente múltiples vulneraciones. ¿Cuántas veces hemos dicho “esa persona es una esquizofrénica, está loca”, empleando los términos con desprecio, y utilizando habitualmente estas expresiones como algo despectivo, negativo? Sin embargo, si hablamos de amor, percibimos ese sentimiento como una locura extraordinaria y maravillosa… Qué diferencia, ¿no?.