(Fragmentos de Alfonso XIII, desenmascarado , por Blasco Ibáñez)
En 1924, unos meses después del golpe de Estado de Primo de Rivera, Ediciones Aurora de Madrid vendía clandestinamente por una peseta un librito de Blasco Ibáñez titulado Alfonso XIII, desenmascarado. Aquel panfleto de más de 60 páginas causó un revuelo considerable. El Consistorio de Valencia retiró el nombre del autor de Cañas y Barro de una plaza, y se llegó a pedir la extradición del famoso novelista exiliado en Francia, que para introducir su escrito en la península compró dos aeroplanos (que pagó de su bolsillo), a los que bautizó “Libertad” y República Española“.
Al margen del indudable interés histórico y anecdótico, la lectura de esta denuncia pública contra Alfonso XIII y la monarquía española, es hoy como un déjà vu, pero al revés. En muchos párrafos bastaría intercambiar los nombres de abuelo y nieto.
La monarquía se basa en la herencia; pero no solo se hereda la sangre, azul en este caso, sino casi todo.
La proclama tiene dos subtítulos: Una nación amordazada y La dictadura militar en España. Excepto en estos dos puntos, afortunadamente superados hace tiempo, las coincidencias en los análisis, diagnósticos y pronósticos en cuanto al comportamiento de los monarcas de la casa de Borbón, saltan a la vista, con los matices propios de la distancia histórica, a dos biznietos de Fernando VII.
Es cuestión de herencia: “Alfonso XIII es un Borbón español que tiene todas las malas condiciones de su bisabuelo Fernando VII, éste fue en su juventud tan simpático y chistoso como su bisnieto Alfonso XIII”.
De bisnieto a bisnieto, y tiro porque me toca. “España, según Alfonso XIII, era desgraciada por el régimen constitucional que le tenía a él encadenado. Mientras fue joven, cifró los éxitos de su vida en ser un automovilista vertiginoso, un buen tirador de pichón, un jugador de polo, etc…. Educado para rey y con una mentalidad puramente sensual creyó que su paso por el mundo debía de ir acompañado de toda clase de placeres materiales y satisfacciones de la vanidad”.
“Reconozco que el actual rey de España ha sido durante largos años para la opinión internacional un personaje simpático. Su juventud, su carácter decidido al estilo madrileño y una intrepidez alegre de subteniente hicieron de él ese personaje simpático tan amado por el vulgo. Pero ocurre con los ”personajes simpáticos“ que al transcurrir los años su ”simpatía“ va resultando terrible. Persisten en ellos las condiciones propias de la adolescencia, y estas resultan inoportunas y peligrosas en la edad madura, sobre todo cuando se trata de hombres que desempeñan altísimos cargos y sobre los cuales pesan inmensas responsabilidades”.
Por lo visto, la campechanía también es hereditaria, y además resulta muy eficaz. Poco antes del golpe militar de Primo de Rivera, se había constituido una Comisión de Responsabilidades (llamada “de los veintiuno)” para estudiar el desastre de Annual, que algunos generales de prestigio atribuían a las descabelladas iniciativas militares del rey, a quien Blasco apodó 'el eterno adolescente'. El golpe de Primo detuvo en seco dicha comisión. Sin embargo, Blasco confiaba en el futuro republicano.
Aunque algún día nos enteraremos, aún no sabemos a ciencia cierta el papel de Juan Carlos I en el 23F. Lo que es seguro es que su abuelo Alfonso XIII fue un rey golpista. Y un desastroso estratega: “Alfonso XIII debe ser procesado al recobrar la nación su vida normal. Es de justicia. Veinticinco mil cadáveres de españoles, cuyos huesos blanquean sobre la tierra de África, lo exigen con la voz silenciosa del más allá”.
Según concluía la Comisión –se había acordado la fecha del 1 de octubre para iniciar su exposición en las Cortes -, todo apuntaba a que el general Silvestre actuó siguiendo órdenes directas del rey a espaldas del Gobierno. “Haz lo que yo te diga y no te preocupes del Ministro de la Guerra que es un imbécil”, le había escrito el rey al general. Esa chulería nos costó el desastre de Annual. No solo fue el miedo a la “Comisión de los 21”, en cuyo Resumen se inculpaba directamente al monarca por el desastroso curso de la guerra en el Rif, en la que además se emplearon armas químicas. Había otras razones para promocionar un golpe de Estado.
Inmediatamente salta la cuestión del dinero. Los métodos para obtenerlo también son cuestión de herencia: “Alfonso XIII se considera pobre. Cobra todos los años una lista civil respetable, pero esto no basta para los gastos de su lujo y el de su familia, cada vez más grande. Es un ”rey moderno“ y no espera heredar mucho de su madre; sólo ansía una cosa: acumular. Algunos periódicos han hablado de acciones liberadas que le entregó la fábrica de automóviles Hispano Suiza y que tiene depositadas a nombre de uno de sus cortesanos y en la Trasmediterránea y en el Metropolitano de Madrid, cuya concesión se otorgó ilegalmente, pues otra empresa había solicitado antes ejecutar dichas obras.”
Blasco cita numerosos apellidos de hombres de negocios, amigos de Don Alfonso. Pero ninguno como Pedraza y sus contactos reales o inventados con los multimillonarios de Wall Street y de la City. Iba a traer a España miles de millones. Pedraza, cuyos descabellados planes entusiasmaban al monarca, pisó la cárcel varias veces, siempre por asuntos comerciales. Afortunadamente para los capitalistas españoles, saltaron las alarmas: “Los banqueros españoles se escandalizaron ante una operación que tenía por objeto apoderarse de todos los negocios de España”. Además del gran fracaso financiero, continúa Blasco “el eterno adolescente quiso jugar a monarca importante en Europa y aceptó el protectorado sobre el Rif. Así empezó la guerra española de Marruecos, la más incomprensible y absurda que se conoce en la historia”.
La II República, a la que la derecha franquista ha atribuido todo tipo de males y atrocidades, respetó la persona y la familia de Alfonso XIII, y les dejó marchar al exilio, sin pedir cuentas al monarca filofascista. Y el dictador Franco sentó en el trono al nieto del golpista: “el campechano”.
Nos queda la azarosa esperanza del último bisnieto, el “preparao”, llamado por los tiempos a ser un Borbón democrático y honrado, tal vez el primero.