Anoche soñé con Greta. Ella conseguía convencer a la Unión Europea (UE) para que proporcionase a las mafias del Norte de África una flota de catamaranes, esa embarcación que la niña sueca utilizó para llegar a Lisboa. Desde las costas del Mediterráneo observaba, junto a Greta, como los subsaharianos seguían ahogándose en el Mediterráneo, pero al menos lo hacían de una forma sostenible.
No me entendáis mal, creo que Thumberg es responsable esencial de un despertar que puede ser importante en la lucha contra el cambio climático.
Ella y la vorágine mediática, reforzadas por esta última cumbre medioambiental, están poniendo el foco, hoy más que nunca, en el debate sobre una economía realmente sostenible. Pero digámoslo claro, todo esto emana un tufo marketiniano que ha transformado una causa global de primera magnitud, en una permanente campaña publicitaria, carente de profundidad en el análisis mediático, que nunca llega a rozar las verdaderas causas del problema.
De pronto, lo que era una causa tan dramática como ninguneada, se convierte en portada de periódicos, protagonista de escaletas, leitmoviv continuo en tertulias radiofónicas. Incluso Greta consigue lo más previsible: que España aplique su insufrible futbolización a todo debate social. Llegan los proGretas y los antiGretas.
En el Parlamento, en la prensa, en los bares, en los hogares, se discute sobre si es ético que una niña protagonice semejante movimiento, un sector del feminismo considera que se ataca a Greta por ser mujer, los afectados por el Asperger se sienten humillados por la crueldad de ciertos análisis, la prensa de derechas bucea en las interioridades de la familia sueca, Vox surfea la ola de mierda clickbait y aprovecha para ridiculizar a Greta y afirmar que el cambio climático es una patraña que sólo nos hará perder empleos, Pedro Sánchez también surfea, pero en dirección contraria y se anota una Cumbre en su casillero. Endesa, la empresa más contaminante de España, monopoliza los espacios publicitarios de la Cumbre. Iberdrola, top 3 en el ranking nacional de empresas contaminantes, monta un stand de bicicletas-licuadoras que te permiten preparar tus batidos détox sin gastar electricidad. Los hermanos Roca (3 estrellas michelín) preparan platos con alimentos sostenibles en otro stand. Coincidiendo con la Cumbre de Madrid, Coldplay declara que no hará tour para promocionar su álbum hasta que encuentre una forma sostenible de transportarse. El cambio climático como espectáculo.
La vorágine de morbo vehiculizada por el viaje trasnoceánico de una niña, reforzado por la Cumbre de Madrid, ponen el foco en la superficie, pero nadie habla de los factores reales que están provocando la crisis medioambiental. La lucha contra el cambio climático, como la lucha contra el maltrato machista, contra la industria farmacéutica, contra el racismo o contra el hambre, es una lucha que sólo puede conseguir sus objetivos entendiendo que no es otra cosa que una lucha contra la desigualdad socioeconómica.
Miles de expertos del cambio climático han llegado a Madrid a bordo de enormes aviones en clase business. Con sus teléfonos y ordenadores de última generación se alojan en hoteles de 5 estrellas, con calefacción y jacuzzi. Irán a los mejores restaurantes, muchos de ellos con coches con chófer, a disfrutar de la gastronomía madrileña. Vendrán a hablarnos sobre la necesidad de cambiar la flota de coches diésel, de pasarnos al híbrido. Responsables de las empresas más contaminantes del mundo pasarán por alto que el modelo actual de crecimiento continuo es la principal causa del cambio climático, pero nos aleccionarán de forma minuciosa sobre la importancia de la conciencia ecológica ciudadana.
Tu precario fontanero o el dueño de esa pequeña pescadería a la que acudes cada semana, tendrán que escuchar que la culpa del cambio climático es suya, por seguir usando la misma furgoneta diesel desde hace décadas. O que es tuya, que no reciclas lo suficiente y no reutilizas las bolsas de plástico. Recuerda: ¿quién quiere leyes globales para un cambio global si puedes transformar el futuro con pequeños gestos? ¿Quién quiere políticos que luchen si podemos crear ciudadanos concienciados que crean que están cambiando el mundo?
Pero esto va mucho más allá del cambio climático. Es la marketinización global de las causas sociales. Cada injusticia debe ser convertida en una lucha individual bajo los parámetros del drama palomitero o de figuras singulares y mediáticas que transformen los problemas en maravillosas tramas cinematográficas. Greta llora enfadada frente a la plana política mundial, acusándola de robar su futuro. Ella es una pequeña heroína que se enfrenta sola a la injusticia mundial. Una película perfecta que cualquier ciudadano te compra, y que cualquier empresa corre a patrocinar. Las causas del problema dejan de importar, aplastadas por el espectáculo.
Y qué queréis que os diga, agotan las performances combativas, los minutos de silencio, las cumbres de mafiosos elegidos en las urnas, agotan los lacitos rosas de gente que vota a partidos que recortan en sanidad, los días internacionales, los hashtags solidarios. Agota la gente que envuelve 30 kilos de regalos en periódicos para no contaminar, asquean los clickbaits de noticias sobre maltrato animal en medios que dejan en segundo plano las noticias sobre suicidios o muertes en el trabajo, agotan los que vitorean sin análisis ni pedadogía que todos somos violadores, los que claman por la adopción de animales domésticos y luego votan a Ciudadanos, los que salen con una nariz de payaso a manifestarse contra la precariedad. Agota la ausencia de análisis profundo, el seguidismo, la falta de crítica, los que se unen a luchas reivindicativas por vacíos emocionales y no coyunturales, la incapacidad de entender que todo forma parte de una misma macroestructura diabólica y que las banderas y causas ya no son más que métodos para diluir una lucha que antes era legítima, integral y obrera y ahora tan solo es trendy.
Agota, en definitiva, que tengamos que aceptar que una niña tenga que abanderar la causa de la que depende el futuro de nuestros hijos y nietos, porque ese futuro también se ha convertido en una campaña de marketing.
Sí, amigos, porque en este, cada vez más, asqueroso mundo posmoderno, lo importante ya no es lo que se dice, sino cómo se dice, así que quién mejor para luchar por lo mejor que podamos merecernos que una niña de 16 años que atraviesa el mar en un barco, con la aquiescencia y ternura de los ejecutivos de las principales empresas contaminantes de este país, que la esperarán con los brazos abiertos a su llegada a Madrid.