Siempre me han impresionado las imágenes de los bañistas alemanes en la playa mientras empezaba a gestarse el genocidio nazi. Me resulta casi imposible de imaginar que una despreocupada vida cotidiana pudiera convivir con el comienzo del terror del exterminio de toda una raza.
Sin embargo, leyendo sobre el cambio climático, entendí ayer lo que quiso decir James Lovelock, padre de la teoría de Gaia, cuando afirmaba que la calma que se respira en Europa frente a los problemas ambientales le recordaba a la que se sentía en los años previos a la Segunda Guerra Mundial: tenemos información más que de sobra, casi excesiva, sobre una crisis climática que ya ha comenzado y que probablemente, si no hay un cambio drástico en el modelo energético y de desarrollo, se llevará millones de vidas por delante.
Dice el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, constituido a petición de organismos de la ONU y nada sospechoso de ecologista o rojo, que el calentamiento global socavará la seguridad alimentaria y supondrá una reducción de la biodiversidad marina que dificultará el mantenimiento sostenido de la productividad pesquera. Por si fuera poco, tendrá efectos similares sobre la disponibilidad de agua dulce.
A pesar de que hace casi treinta años que hay indicios de lo que es ya un consenso científico, las emisiones globales de CO2 han aumentado en el mundo más rápido entre los años 2000 y 2010 que en cualquiera de las tres décadas anteriores. Pero la realidad es terca, 2016 es el año más cálido del registro histórico (1880) por tercer año consecutivo y julio fue el mes con una mayor temperatura media del que se tiene noticia después de catorce meses seguidos rompiendo todos los récords.
¿Sucede esto porque se trata de un problema imposible de solucionar con la actual tecnología? A estas alturas de la historia nada garantiza que el sistema climático reaccione, pero, para hacer un intento razonable de frenar las consecuencias más graves, no solo hay tecnología suficiente sino que la mayoría de estudios económicos afirman que bastaría con dedicar entre un 0,06% y un 1% del PIB anual mundial para mitigar las emisiones y adaptar los asentamientos humanos a los efectos ya inevitables.
Sin embargo, en el mismo informe del IPCC aparece la clave de por qué apenas ha cambiado a pesar del consenso científico: “Los riesgos se distribuyen de forma dispar y son generalmente mayores para las personas y comunidades desfavorecidas de los países, sea cual sea el nivel de desarrollo de estos”. Es decir, la historia de siempre: los de arriba frente a los de abajo, el 99 frente al 1%, las clases sociales o como queramos llamarlo.
Solo hay que darse un paseo como televidente para darse cuenta de que el famoso 1% invierte los beneficios del trabajo de todos y todas, o de la especulación con lo conseguido con el trabajo de todos y todas, en hoteles de lujo y una vida de excesos en países como Dubái o Catar. Es decir, el cambio climático aumenta exponencialmente el riesgo de hambre de los más desfavorecidos, pero quienes tienen en su mano evitarlo se pueden exponer sin pudor, y sin riesgo, delante de las cámaras de programas como Callejeros Viajeros mostrando cómo despilfarran lo que no les pertenece en las ciudades más opulentas del mundo.
¿Y España? Ha sido el país europeo que más ha aumentado sus emisiones desde el 2000. No ha cumplido el Protocolo de Kioto, al contrario que la mayoría de sus socios, y, tras el parón de la crisis vuelve a incrementar su impacto.
¿Y Murcia? Nuestra región y nuestro municipio se verán especialmente perjudicados por una mayor escasez de agua dulce, con una reducción de entre un 15 o un 20% de los recursos, y menor productividad en los cultivos; por no hablar de los efectos en el agonizante Mar Menor. Además, más allá de la firma de tratados de “postureo”, somos la Comunidad Autónoma que más ha incrementado sus emisiones desde 1991 y, según el Observatorio de la Sostenibilidad, la que menos ha hecho por evitarlo.
¿Y qué podemos hacer frente a eso? De momento, Partido Popular, PSOE y Ahora Murcia, apoyar la moción que hemos presentado desde Cambiemos Murcia para que se revisen los contratos de suministro eléctrico, incluyendo tanto los relacionados con los inmuebles municipales como los de la iluminación de la vía pública, para que el Ayuntamiento se abastezca de energía 100% procedente de fuentes de energía renovable. Por cierto, primando a las empresa de economía social frente las grandes multinacionales de la electricidad, que ya va siendo hora de que los beneficios se los quede el 99%.
Siempre me han impresionado las imágenes de los bañistas alemanes en la playa mientras empezaba a gestarse el genocidio nazi. Me resulta casi imposible de imaginar que una despreocupada vida cotidiana pudiera convivir con el comienzo del terror del exterminio de toda una raza.
Sin embargo, leyendo sobre el cambio climático, entendí ayer lo que quiso decir James Lovelock, padre de la teoría de Gaia, cuando afirmaba que la calma que se respira en Europa frente a los problemas ambientales le recordaba a la que se sentía en los años previos a la Segunda Guerra Mundial: tenemos información más que de sobra, casi excesiva, sobre una crisis climática que ya ha comenzado y que probablemente, si no hay un cambio drástico en el modelo energético y de desarrollo, se llevará millones de vidas por delante.