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La gran cadena del ser

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La gran cadena del ser es un concepto de inspiración platónica que rigió la cosmovisión y la organización social de Europa durante la Edad Media y el Renacimiento. Según esta visión, los seres están ordenados en una escala jerárquica, en la que las piedras están por debajo de las plantas, éstas de los animales, y sobre ellos, los hombres, los ángeles y Dios. Cada eslabón de esta cadena es intrínsecamente superior al que le antecede, y reúne todas sus virtudes, añadiendo, además, algunas que le son propias.

Desde el punto de vista social, se estableció una escala análoga a la organización natural de los seres, estando los campesinos por debajo de los nobles, sobre los que se situaba el rey y, finalmente, el papa. No se partía del 'todos los hombres son iguales', aunque las circunstancias les colocasen en situaciones sociales diferentes, sino que se entendía que unos hombres eran intrínsecamente, ontológicamente, mejores que otros. Así, resultaba una bajeza para alguien de la nobleza casarse con alguien de la burguesía. La rigidez de las clases sociales se aproximó a la de las castas y la solidez del sistema se resquebrajó al cambiar las circunstancias económicas.

La gran cadena del ser exigía que los burgueses no pudiesen acceder al estatus de los nobles, pues eso resultaba incompatible con el modelo de escala lineal. Tanto la adquisición de capacidades políticas, como la movilidad social de las personas, estaban bloqueadas. El poder económico adquirido por la burguesía en el Renacimiento hizo cuestionar la superioridad intrínseca de una nobleza que no podía rebajarse a realizar actividades comerciales. La falta de avenidas en esta organización que canalizasen la pujanza de la 'clase media' llevó a que reventase el sistema, evento que podemos situar en la Revolución Francesa, con el colapso del Antiguo Régimen.

Fuera de Europa, donde no se impuso la gran cadena del ser (o en Occidente en la Edad Contemporánea, tras su colapso), el matrimonio entre clases permitió disipar tensiones entre éstas. Además, la cultura japonesa, por poner un ejemplo, nos muestra la posibilidad de apreciar todas las tareas si se hacen con dedicación, la posibilidad de todo ser humano de dignificarse en su labor. Desde la visión occidental tradicional (con cuyos restos aún convivimos), hay labores que están 'por debajo' de la categoría de ciertas personas, que son indignas, y hacen indignos a quienes las asumen.

Tras el aplanamiento de la escala social propia de la gran cadena del ser, empezamos a observar algunos pasos hacia la desjerarquización de la escala natural. Algunos modelos ecologistas, o ideologías animalistas, reivindican derechos de los animales, o de los ecosistemas, frente a unos seres humanos cuya superioridad ontológica se pone en discusión.

Así como la reorganización social de la Edad Contemporánea ha conllevado múltiples y sangrientas revoluciones, haciendo que los avances hacia ciertos aspectos de igualdad hayan costado grandes sufrimientos, debemos llevar cuidado con el precio a pagar por la erosión del antropocentrismo. Sin poner en cuestión que el derecho del hombre a usar, abusar y destruir su entorno ha de ser transcendido, creo que sería conveniente pensar hacia dónde vamos y cómo podemos hacer la transición lo menos traumática posible.

El discurso igualitario que en ocasiones ha permitido homogeneizar diferencias sociales, también tiene el efecto de 'emborronar' jerarquías, haciéndolas confusas pero sin eliminarlas. Por ello, resulta útil examinar los reductos más jerarquizados de nuestro mundo si queremos apreciar la escala con la que funcionamos.

El ejército es uno de los entornos donde la ordenación jerárquica resulta más aparente. Si la historia del sargento Stubby, un Boston bull terrier que, en la Primera Guerra Mundial, ascendió de rango en el ejército americano por méritos en combate, fue un hecho anecdótico, en la actualidad es sistemático que, en el propio ejército americano, los perros tengan rango de suboficiales y, por tanto, una graduación superior a la de sus guías. Aunque esto pueda ser útil para prevenir el maltrato animal, me incomoda situar a un animal por encima de un ser humano, como durante siglos ha incomodado a la humanidad la idea de que Calígula pudiera hacer cónsul a su caballo.

En los años 30 y 40 del siglo XX, en Estados Unidos se esterilizó masivamente a personas con discapacidad, en la práctica en contra de su voluntad, y en Alemania se les exterminó. En la actualidad, los Derechos Humanos y la comprensión de que hay una dignidad intrínseca a todo ser humano que le coloca por encima de estas prácticas, sirven de freno a su reinstauración, a pesar de la fuerza del discurso liberal que lo subordina todo a la productividad y la eficiencia.

Creo que el sostenimiento de los Derechos Humanos depende de que concedamos a toda persona un lugar especial en nuestra cosmovisión. Creo que un perro no puede ser un miembro de la familia en una situación de igualdad con un niño o una mujer. Creo que necesitamos clarificar nuestras jerarquías, sin recuperar la gran cadena del ser tal como la entendía el Antiguo Régimen, pero sin tampoco situar al hombre a la altura de la ameba. Sin ello, se colapsará todo el proyecto humanista y triunfará, aún más, la ley del más fuerte, aunque lo haga en nombre de la igualdad.

La gran cadena del ser es un concepto de inspiración platónica que rigió la cosmovisión y la organización social de Europa durante la Edad Media y el Renacimiento. Según esta visión, los seres están ordenados en una escala jerárquica, en la que las piedras están por debajo de las plantas, éstas de los animales, y sobre ellos, los hombres, los ángeles y Dios. Cada eslabón de esta cadena es intrínsecamente superior al que le antecede, y reúne todas sus virtudes, añadiendo, además, algunas que le son propias.

Desde el punto de vista social, se estableció una escala análoga a la organización natural de los seres, estando los campesinos por debajo de los nobles, sobre los que se situaba el rey y, finalmente, el papa. No se partía del 'todos los hombres son iguales', aunque las circunstancias les colocasen en situaciones sociales diferentes, sino que se entendía que unos hombres eran intrínsecamente, ontológicamente, mejores que otros. Así, resultaba una bajeza para alguien de la nobleza casarse con alguien de la burguesía. La rigidez de las clases sociales se aproximó a la de las castas y la solidez del sistema se resquebrajó al cambiar las circunstancias económicas.