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Una gran esperanza: seguir amando y luchando

Hemos experimentado como nuestra vida se ha parado, ha sido vapuleada y se ha roto por todos los lados de nuestra existencia. Muchos planes se han venido abajo, las pequeñas y grandes seguridades han sido sustituidas por el miedo y la incertidumbre. El futuro ha sido sustituido por el día a día lleno de agobio e intentado buscar maneras de encontrar pequeños alicientes para sobrellevar esta situación de la mejor manera posible. También con el profundo deseo de que todo esto se acabe, siendo muy conscientes de que mucha gente se está quedando por el camino. No solo los fallecidos, también aquellos que se han quedado o quedarán sin trabajo.

Es muy duro para las familias, por ejemplo, tener un ser querido en la UCI y no poder acompañarle, cogerle de la mano, darle un beso. En definitiva, estar con él y si fallece poder velarle y enterrarle con todo el cariño y dignidad; en lugar de recibir una comunicación telefónica y que solo un familiar pueda recoger sus cenizas en una urna. 

La vida se nos ha oscurecido, y sabemos que lo que viene está lleno de interrogantes, de pobreza y muy posiblemente sustituyamos vitalmente lo rutinario por la inseguridad y la zozobra. Lo estamos pasando mal, muy mal, con ganas de llorar y no sé si os pasa a vosotras y a vosotros, cada día que me levanto pienso que ha sido una pesadilla y que no es real. Pero cuando tocas tierra ves que sí está pasando: “¿Cómo es posible?”

Después del COVID-19 y sus consecuencias, tremendas y terribles, creo que  podremos hablar de esperanza. Aunque a mí también me cuesta después de reflexionar desde la preocupación, el miedo y la incertidumbre, pienso que sí que hay esperanza. La esperanza no es creer en la idea de que todo pasará y volveremos a la normalidad, se cifra en cada persona; en aquella que sea capaz de seguir amando y luchando por un mundo mejor, que siga soñando por una humanidad que sea humanidad, una idea que repito con frecuencia.

Y que nos planteemos la vida y la existencia desde el cuidado de todos y todas, con todos y todas.

Por eso nuestra gran esperanza es seguir amando y luchando, que la apatía no nos venza, que no lleguemos al pensamiento convertido en sentimiento de que 'nada merece la pena ya'. Si somos apáticos personalmente y socialmente seremos fáciles de manipular y engañar y no dudéis de que los poderosos y las élites lo van a aprovechar para mantener su orden mundial de enriquecerse, de quedarse con el 99% de las riquezas, con poca resistencia social. Están dispuestos a que mueran muchas personas por mantener su economía, para seguir teniendo beneficios.

Nuestra gran esperanza es seguir amando y luchando, para que sepamos establecer relaciones de diálogo, valorar el encuentro en la familia y entre las amistades. Los besos y abrazos que ahora no podemos darnos, los daremos con todas las fuerzas y ternura en el momento que sea posible, que no se nos olviden esos gestos. Que este miedo que sentimos de la otra persona que vemos con guantes y mascarilla desaparezca y lo traduzcamos en una sonrisa y en un saludo. Y también tendremos que enterrar de nuevo a las personas que no hemos podido ahora, con toda la dignidad y con todo el amor del mundo.

Nuestra gran esperanza es seguir amando y luchando, por eso tenemos que sacar fuerzas para que en estos momentos utilicemos los medios que tenemos para dialogar y mitigar la soledad de mucha gente, sobre todo, de los mayores. Hay gente que hace tiempo que no hemos llamado, lo van a agradecer si lo hacemos. Las llamadas y videollamadas ayudan. Hay que sacar fuerzas de nuestras flaquezas.

Nuestra gran esperanza es seguir amando y luchando para que los aplausos que damos a las 20.00 horas a las personas que están trabajando para curarnos y a las personas que siguen trabajando para que la sociedad pueda seguir funcionando no sean  aplausos interesados ni egoístas. Que esos aplausos se traduzcan en luchar por conseguir una sociedad del bienestar social, donde los servicios públicos tengan los medios necesarios y redunden en promocionar la dignidad humana.

Nuestra gran esperanza es seguir amando y luchando, compartiendo nuestro sufrimiento con los sufrimientos de la humanidad. El sufrimiento no tiene fronteras, se une, nuestras muertes se unen a todas las muertes en cualquier rincón del mundo. Que nuestro sufrimiento se una al sufrimiento de los refugiados y refugiadas, de los que pasan hambre y sed; que nuestras muertes se unan a las muertes por la violencia, las guerras y el hambre, la sed y la falta de atención sanitaria. No podemos nacionalizar el sufrimiento, porque vivimos en el mismo mundo.

Creo que es una esperanza el seguir amando y luchando y esa esperanza debe vivirse en la persona, no está fuera de nosotros, los demás son buenos deseos. Cada persona somos un motivo de esperanza. Va a ser una gran lucha interior.

Vamos a necesitar gente que se levante de esta postración y tenga capacidad de unirse para construir un mundo nuevo y humano, dejando a un lado los egos y los narcisismos, porque los poderosos económicos, financieros, con muchas complicidades, están ya moviendo ficha para encadenarnos más aún con la excusa de esta pandemia y poder actuar con toda impunidad. Aun más todavía de lo que lo están haciendo, e inmunidad en la violación de los derechos humanos, de hecho ya está ocurriendo, por ejemplo, en Palestina.

Habrá que respirar, pensar, retomar fuerza para seguir amando, luchando, soñando y cuidando la vida, si queremos ser esperanza y si queremos tener esperanza superando el miedo. Tenemos que optar entre el miedo y la esperanza, entre la postración o vivir con dignidad. Hay que elegir.

Hemos experimentado como nuestra vida se ha parado, ha sido vapuleada y se ha roto por todos los lados de nuestra existencia. Muchos planes se han venido abajo, las pequeñas y grandes seguridades han sido sustituidas por el miedo y la incertidumbre. El futuro ha sido sustituido por el día a día lleno de agobio e intentado buscar maneras de encontrar pequeños alicientes para sobrellevar esta situación de la mejor manera posible. También con el profundo deseo de que todo esto se acabe, siendo muy conscientes de que mucha gente se está quedando por el camino. No solo los fallecidos, también aquellos que se han quedado o quedarán sin trabajo.

Es muy duro para las familias, por ejemplo, tener un ser querido en la UCI y no poder acompañarle, cogerle de la mano, darle un beso. En definitiva, estar con él y si fallece poder velarle y enterrarle con todo el cariño y dignidad; en lugar de recibir una comunicación telefónica y que solo un familiar pueda recoger sus cenizas en una urna.