El hit más versioneado de la década de los 80 sigue siendo un himno para las personas del colectivo LGTBI, pero tras el asesinato de Cristina Iglesias este estribillo regurgita fuerte en la garganta; efectivamente: ¿A quién le importa? La cobertura mediática que se hace de la noticia pasa por nuestros periódicos y cadenas locales como un suceso más; y el lenguaje utilizado lo demuestra: las mujeres asesinadas víctimas de la violencia machista son números, porcentajes que salen al final de cada año como las estadísticas de accidentes de tráfico tras un periodo vacacional. Número de familias desahuciadas, número de refugiados por los negocios de la guerra, número de niñxs cuya única comida diaria es la del comedor del cole, número de víctimas de homofobia, número de manifestantes heridos por violencia policial, número de personas que habitan en frases como ‘umbral de la pobreza’ o ‘exclusión social’, número de adolescentes que sufren bullying en los institutos; todo son números. Se llamaba Cristina Iglesias.
Esta brutal impersonalización de las víctimas nos retrotrae a la Alemania nazi y a los campos de exterminio, donde los prisioneros eran automáticamente despojados de su nombre para pasar a ser una cifra; no se empatiza con una cifra, nada emociona cuando oyes un número, un número no remueve; así es como se comienza a borrar su existencia, su identidad, su historia. No hay una foto mental de las mujeres cuando leemos yasonveintidóslasasesinadasenloquevadeaño. Cuando no nombras a alguien, no existe. Se llamaba Cristina Iglesias. Los medios de comunicación, en un paupérrimo uso de los términos, no llaman a las cosas por su nombre. Se lee con demasiada frecuencia ‘otra mujer asesinada’ pero no hay apenas mención al heteropatriarcado, incluso asistimos con estupor y asco al espectáculo lamentable de que periodistas y políticos no conozcan el término; se lee ‘otra mujer’ y nos da la sensación de que es algo cíclico, periódico, algo que pareciera que tuviéramos que normalizar como un fenómeno natural, como si hablaran de otra ola de calor, otro terremoto, otra cosecha perdida por las inundaciones. Se llamaba Cristina Iglesias.
No es sano normalizar el asesinato de mujeres a manos de hombres. Es propio de una sociedad enferma, insensible y deshumanizada hablar de números y porcentajes y es triste quedarse delante de la tele murmurando un yermo ‘qué barbaridad’ y es estéril la declaración compungida de cualquier políticx y es irrebatible que urge renovar un sistema judicial a todas luces deficiente.
Se hace forzoso el análisis de los roles que aún imperan en nuestra sociedad machista; el cuestionamiento de las posiciones todas de poder: las físicas, las mentales, las emocionales, las laborales, las sociales, las institucionales; el desarrollo de planes educativos que ayuden a disolver poco a poco los quistes sociales, que barran juguetes sexistas de las estanterías del frenesí consumista de valores, que desmonten el ideario de roles femeninos en películas infantiles y dibujos con los que crecemos desde la infancia. Necesitamos una justicia mayúscula, un marco legislativo y un sistema judicial que proteja a las mujeres desde el conocimiento global del machismo, la violencia machista y el patriarcado. Es inaceptable que el asesinato de Cristina Iglesias no esté tipificado como ‘violencia de género’ por el hecho de que el violador no fuese pareja sentimental de Cristina y, por lo tanto, la posible condena se materialice en la mitad de años. ¿Cómo se justifica que el asesinato de Cristina no sea violencia contra las mujeres?
A quién le importa que ya no exista Cristina Iglesias... A nosotrxs nos importa. Nos importan los nombres y las caras y las historias de todas las mujeres asesinadas, nos importan los sustantivos que se escogen para hablar de su asesinato, nos importan los adjetivos que catalogan y etiquetan su asesinato, nos importan los comentarios, los comportamientos y las actitudes, y nos importan las leyes. Se llamaba Cristina Iglesias.
Colectivos y asociaciones hemos convocado una rueda de prensa para el próximo 5 de julio en la plaza de la Merced en Murcia a las 11.30 para decir muchas veces que se llamaba Cristina Iglesias. Hacemos un llamamiento a todxs lxs que estáis leyendo este artículo a acompañarnos a abrazar a su madre, que se llama María, a llorar con ella, a gritar con ella que nos queremos vivas, a luchar con ella, por todas ellas.
Lucy Sombra es Coordinadora Anti Represión Región de Murcia
El hit más versioneado de la década de los 80 sigue siendo un himno para las personas del colectivo LGTBI, pero tras el asesinato de Cristina Iglesias este estribillo regurgita fuerte en la garganta; efectivamente: ¿A quién le importa? La cobertura mediática que se hace de la noticia pasa por nuestros periódicos y cadenas locales como un suceso más; y el lenguaje utilizado lo demuestra: las mujeres asesinadas víctimas de la violencia machista son números, porcentajes que salen al final de cada año como las estadísticas de accidentes de tráfico tras un periodo vacacional. Número de familias desahuciadas, número de refugiados por los negocios de la guerra, número de niñxs cuya única comida diaria es la del comedor del cole, número de víctimas de homofobia, número de manifestantes heridos por violencia policial, número de personas que habitan en frases como ‘umbral de la pobreza’ o ‘exclusión social’, número de adolescentes que sufren bullying en los institutos; todo son números. Se llamaba Cristina Iglesias.
Esta brutal impersonalización de las víctimas nos retrotrae a la Alemania nazi y a los campos de exterminio, donde los prisioneros eran automáticamente despojados de su nombre para pasar a ser una cifra; no se empatiza con una cifra, nada emociona cuando oyes un número, un número no remueve; así es como se comienza a borrar su existencia, su identidad, su historia. No hay una foto mental de las mujeres cuando leemos yasonveintidóslasasesinadasenloquevadeaño. Cuando no nombras a alguien, no existe. Se llamaba Cristina Iglesias. Los medios de comunicación, en un paupérrimo uso de los términos, no llaman a las cosas por su nombre. Se lee con demasiada frecuencia ‘otra mujer asesinada’ pero no hay apenas mención al heteropatriarcado, incluso asistimos con estupor y asco al espectáculo lamentable de que periodistas y políticos no conozcan el término; se lee ‘otra mujer’ y nos da la sensación de que es algo cíclico, periódico, algo que pareciera que tuviéramos que normalizar como un fenómeno natural, como si hablaran de otra ola de calor, otro terremoto, otra cosecha perdida por las inundaciones. Se llamaba Cristina Iglesias.