La izquierda se motiva cuando hay fuertes causas y el momento del sufragio del próximo 25 de mayo se llenará de connotaciones épicas. Si el voto sirve para parar a la derecha, para cambiar el mundo o para acabar con la gran mentira, uno se motiva y se pone en pie para ir al colegio electoral a votar. Si no hay emociones fuertes por medio, o lo que podía ser una expectativa, se queda en nada, te quedas en casa con la familia viendo una peli o con los amigos, que eso sí que me da intensidad.
Los resultados en Andalucía tienen acongojada a la izquierda en el resto de España: ¿Qué pasará el 26 de mayo? ¿Cómo conseguir que nuestros votantes se levanten del sofá, dejen la tableta o el ordenador, aplacen el cicling o el running, pospongan la exhibición de máster chef familia y dediquen media hora a votar?
La derecha vota porque sí, a bloque porque lo consideran un deber, lo tienen claro, son de un partido político como lo son de un equipo de fútbol y son fieles aunque pierdan la razón. La izquierda vota por razones tan peregrinas como las posibilidades reales de que su voto cambie el mundo, el pedigrí izquierdista sin mancha del candidato o la épica intrínseca en el sufragio: o voto o renacerá el fascismo.
En Andalucía, ninguno de esos postulados se cumplía. Los socialistas llevamos allí 36 cambiando pequeñas cosas, no el mundo. Los ERES manchaban cualquier pedigrí y, según las encuestas, el fascismo, entendido así, en general, sin matices de ciencia política, ni se olía. Además, quienes podrían parecer de pura izquierda, andaban a la greña y empezaban a tener algunas manchas que ensombrecían su pureza. Así que la izquierda se quedó en casa porque votar para seguir igual o avanzar muy despacio en inmigración, políticas de género, enseñanza o sanidad pues como que no emociona.
La izquierda recuperó el gobierno con el “NO A LA GUERRA”, el “NO AL PRESTIGE” defendiendo grandes valores. Para poco o nada sirve que la izquierda se quede quieta en casa y se dedique a lo que más le gusta: a debatir sobre ella misma. Y entonces llegan los razonamientos elaborados desde la superioridad moral: falta cultura política, los medios promocionan a la derecha, hemos perdido la calle y, sobre todo, quienes se presentan como candidatos de izquierdas dejan mucho que desear.
En serio, me divierte la absurda paradoja de que a un militante de un partido de izquierdas le moleste que lo acusen de no ser suficientemente de izquierdas, mientras que a un militante de un partido de derechas le moleste que lo acusen de ser de derechas. A los de izquierdas se le supone, pero algunos a regañadientes se confiesan moderados, de centro izquierda dicen, y entonces se irritan. Los de derechas en su mayoría no quieren serlo porque dicen ser de centro derecha.
Hay que motivar a la izquierda con grandes ideas, grandes proyectos que despierten expectativas. Si alguien cree que se puede ganar, no ya unas elecciones sino el gobierno con los que van a votar, aunque sea aburrido y sin un grado de épica, se equivocan, a lo mejor es que no hay que cambiar el mundo, sino cambiar lo cotidiano. Igual, no hay que soñar tanto y es preciso conformarse con mejorar lo básico. Quizás todo se reduzca a menos utopía. Me temo que no.
La izquierda se motiva cuando hay fuertes causas y el momento del sufragio del próximo 25 de mayo se llenará de connotaciones épicas. Si el voto sirve para parar a la derecha, para cambiar el mundo o para acabar con la gran mentira, uno se motiva y se pone en pie para ir al colegio electoral a votar. Si no hay emociones fuertes por medio, o lo que podía ser una expectativa, se queda en nada, te quedas en casa con la familia viendo una peli o con los amigos, que eso sí que me da intensidad.
Los resultados en Andalucía tienen acongojada a la izquierda en el resto de España: ¿Qué pasará el 26 de mayo? ¿Cómo conseguir que nuestros votantes se levanten del sofá, dejen la tableta o el ordenador, aplacen el cicling o el running, pospongan la exhibición de máster chef familia y dediquen media hora a votar?