El líder del PP, D. Alberto Núñez Feijóo, ha propuesto que la alcaldía recaiga sobre la lista más votada en las elecciones municipales, en vez de dejar el puesto de alcalde abierto a los acuerdos entre los distintos partidos políticos. Esta propuesta supone un cambio de sistema electoral, con sus ventajas e inconvenientes, que requiere una reflexión sosegada. Los cambios de reglas de juego a veces son necesarios, pero siempre son peligrosos.
En España tenemos un sistema político parlamentario (más allá de la corona), en el que tanto el congreso nacional como las asambleas regionales y las juntas municipales están formadas por representantes elegidos por el pueblo (en listas cerradas). Estos representantes, pertenecientes a distintos partidos que abanderan las diferentes ideologías respaldadas por la ciudadanía, tienen que ponerse de acuerdo para elegir al presidente o al alcalde, según el caso. Así, la elección se alcanza mediante el consenso, lo que promueve el diálogo y el entendimiento de las distintas orientaciones políticas.
Existen sistemas presidencialistas, como el de Estados Unidos, en los que se busca menos el consenso y el gobernante es elegido nominalmente por el pueblo. La mayoría impone a su candidato y las minorías quedan excluidas.
En la Edad Media, los visigodos se regían por una monarquía electiva. Elegían a sus reyes, pero no confundimos ese sistema con una democracia. Los modernos sistemas presidencialistas sí son democráticos, pero de una manera imperfecta al orillar a las minorías.
Un sistema de consenso representa mejor la voluntad del pueblo que uno presidencialista. Si a unas elecciones se presentan tres partidos políticos, dos de una orientación que sacan el 30% de los votos cada uno y otro del bloque opuesto, que obtiene el 40% de los votos, el partido votado por el 40% representa peor el sentir popular que la alianza de los otros dos. Más allá de los frentes (el referente ideológico continúa siendo bipolar en España en particular y en Occidente en general), el esfuerzo parlamentario por entenderse con políticos de una orientación diferente sirve de modelo a ciudadanos que tienen que convivir con vecinos que no piensan igual que ellos. El rodillo de la mayoría (absoluta o minoritaria) no constituye una auténtica democracia.
Pueden darse situaciones en que el sistema presidencialista sea preferible al del consenso. En sociedades muy fragmentadas o envenenadas por rencores y enconamientos, en las que resulta imposible el entendimiento entre las distintas facciones, la simplicidad del principio de la lista más votada permite una cierta estabilidad política, aunque sea a costa de renunciar a la inclusividad democrática. Tal vez países como Italia pudieran beneficiarse de un sistema así, aunque el precio a pagar es alto.
Cuando un parlamento ofrece un marco para el diálogo entre las distintas perspectivas y fuerza a los políticos a buscar entendimientos, ejerce una función pedagógica sobre ellos y sobre el pueblo. Además, frecuentemente conduce a la consecución de algunos acuerdos, reduciendo la brecha entre las facciones.
Este principio se ha llevado al máximo en los cónclaves para la elección de un nuevo papa. En ellos, se encierra a los electores bajo llave y no se les permite abandonar el cónclave hasta que hayan alcanzado un acuerdo. 'Sorprendentemente', acaban entendiéndose.
Si dejamos a un lado la posibilidad de emigrar, en un país los ciudadanos están 'encerrados', obligados a entenderse o a sufrir juntos las consecuencias de no lograrlo.
En España nos cuesta entendernos con los que no piensan como nosotros y hemos hecho una tradición de 'resolver' los problemas con violencia, mediante guerras civiles. Preferiría un sistema presidencialista a otra guerra civil, pero creo que las cosas no están tan mal como para reducir la discusión a esa dicotomía.
Creo que entiendo la propuesta del Sr Feijóo. Aunque no esté de acuerdo con ella, me parece sensato abrir la discusión sobre éste y otros temas, estimular el debate público (y el parlamentario, más allá de una sucesión de monólogos). Lo que no entiendo es por qué el cambio de sistema se propone únicamente para los ayuntamientos y no para las comunidades autónomas y el estado central. O estamos preparados para alcanzar consensos con un sistema pluralista, o no lo estamos y necesitamos el rodillo de la mayoría.
El líder del PP, D. Alberto Núñez Feijóo, ha propuesto que la alcaldía recaiga sobre la lista más votada en las elecciones municipales, en vez de dejar el puesto de alcalde abierto a los acuerdos entre los distintos partidos políticos. Esta propuesta supone un cambio de sistema electoral, con sus ventajas e inconvenientes, que requiere una reflexión sosegada. Los cambios de reglas de juego a veces son necesarios, pero siempre son peligrosos.
En España tenemos un sistema político parlamentario (más allá de la corona), en el que tanto el congreso nacional como las asambleas regionales y las juntas municipales están formadas por representantes elegidos por el pueblo (en listas cerradas). Estos representantes, pertenecientes a distintos partidos que abanderan las diferentes ideologías respaldadas por la ciudadanía, tienen que ponerse de acuerdo para elegir al presidente o al alcalde, según el caso. Así, la elección se alcanza mediante el consenso, lo que promueve el diálogo y el entendimiento de las distintas orientaciones políticas.