Al menos, lo esperanzador para muchos de la próxima Navidad en Murcia será que nadie se lamentará porque no haya árbol gigante instalado en la plaza Circular, ni porque las luces de la Gran Vía sean más de feria que de villancico, ni porque se provoque un cataclismo en el BIC del palacio del Almudí cuando asome por su tejado la cabeza y la narizota de Papá Noel. Nadie se quejará porque para entonces el Ayuntamiento de Murcia volverá a estar regido por el PP, como Dios manda. Y, por si esto no fuese suficiente, casi con toda seguridad con el refuerzo espiritual de Vox, cuya inspiración seguro que llegará más allá de donde no lo haga la de los populares.
Y es que hay maneras y formas diversas de ejercer la oposición. En toda ciudad provinciana que se precie, donde las formas importan siempre mucho más que el fondo, lo ideal es que nunca nada cambie y que todo siga como siempre estuvo. Habría que leer más a Miguel Espinosa y menos las crónicas mundialistas de Rajoy. Es lo de esa España de cerrado y sacristía machadiana, que tanto daño ha hecho a las conciencias.
Resulta evidente que la actual corporación municipal murciana no pasará a la historia como la mejor de las mejores. Aunque yo creo que tampoco lo han pretendido, con solo dos años para demostrar lo que quizá otros hicieron, no hicieron o deshicieron en 26. Con todo, no se puede aseverar que lo que los actuales han hecho, pretendido hacer o hacen ha sido para tirar al cubo de la basura, ni que los que estuvieron desde 1995 erraron en el conjunto de su gestión. Basar la oposición en descalificar al contrario por sistema ha sido siempre tan deleznable como rechazable a la hora de ejercitarse en política.
El municipio de Murcia es hoy tan de derechas como hasta esa fecha lo fue de izquierdas, con sucesivas corporaciones socialistas surgidas desde 1979 y apoyadas por los comunistas. Bastante ha avanzado esta ciudad en todo este tiempo hasta hoy, a pesar de algunos de sus políticos, para no reconocer ahora su evidente progreso. Hay episodios épicos de su ciudadanía enfrentada a los gobernantes, como el caso del soterramiento en las vías, espoleados por la izquierda. Ahora, la guerra del presente equipo parece pasar por el plan de movilidad del Barrio de Carmen, azuzada por quienes se ven en puertas de regresar pronto a sus despachos en la Glorieta.
Siempre existió entre los gobernantes, históricamente, un sentido patrimonialista del poder que tendió a considerar a la ciudadanía, en general, como personajes de segunda. Y parece que para algunos resulta muy difícil resignarse a volver a una vida anterior o, en todo caso, a buscarse las habichuelas fuera de la cosa pública. Porque se vive muy bien instalado en el machito, mandando al personal aunque haya quien ignore que eso nunca será lo mismo que dirigir.
Las encuestas, y la más real de todas que es la de la calle, auguran que en mayo del año próximo volverán las banderas victoriosas de la derecha al edificio consistorial murciano. Y con ello, todo lo que se ha echado en falta en estos casi dos años de desastre continuo y desasosiego para quienes siempre aspiraron a ver, ocupando los sillones, a los que siempre debieron estar: los suyos. Así pues, tranquilidad en el frente, que ya vienen los refuerzos.
Al menos, lo esperanzador para muchos de la próxima Navidad en Murcia será que nadie se lamentará porque no haya árbol gigante instalado en la plaza Circular, ni porque las luces de la Gran Vía sean más de feria que de villancico, ni porque se provoque un cataclismo en el BIC del palacio del Almudí cuando asome por su tejado la cabeza y la narizota de Papá Noel. Nadie se quejará porque para entonces el Ayuntamiento de Murcia volverá a estar regido por el PP, como Dios manda. Y, por si esto no fuese suficiente, casi con toda seguridad con el refuerzo espiritual de Vox, cuya inspiración seguro que llegará más allá de donde no lo haga la de los populares.
Y es que hay maneras y formas diversas de ejercer la oposición. En toda ciudad provinciana que se precie, donde las formas importan siempre mucho más que el fondo, lo ideal es que nunca nada cambie y que todo siga como siempre estuvo. Habría que leer más a Miguel Espinosa y menos las crónicas mundialistas de Rajoy. Es lo de esa España de cerrado y sacristía machadiana, que tanto daño ha hecho a las conciencias.