El grado de civilización de una sociedad se mide por el respeto a la vida y a la dignidad de todas las personas que forman parte de ella. Cuando un país comienza a discriminar entre diferentes categorías de seres humanos (hombres y mujeres, ricos y pobres, nacionales y extranjeros, blancos y de color, etc.), es evidente que ha elegido el camino de la barbarie.
En las dos últimas décadas estamos viviendo un «gran retroceso» civilizatorio y una «autocratización del mundo», como señalan los informes anuales del V-Dem Institute. El segundo mandato de Trump es el caso más emblemático de la degradación de las democracias liberales. En el campo internacional, hemos entrado en una Nueva Guerra Fría, con el consiguiente riesgo de una guerra mundial nuclear. Para evitar ese riesgo, las grandes potencias no se enfrentan entre sí de manera directa, pero lo hacen a través de terceros países. Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), en 2024 permanecían activas 56 guerras locales.
Junto con la violencia militar directa, hay otras dos formas de violencia estructural que matan a las personas de manera indirecta, masiva e impune. Por un lado, la creciente desigualdad entre el Norte y el Sur globales, que permite a los países enriquecidos del Norte mantener su «modo de vida imperial» (Ulrich Brand y Markus Wissen) mediante la «externalización» (Stephan Lessenich) de los costes sociales y ambientales a los países empobrecidos del Sur.
Por otro lado, el «sobrepasamiento» de los nueve «límites planetarios» que han asegurado hasta ahora la vida humana sobre la Tierra. El más grave es el cambio climático causado por los combustibles fósiles, cuyos principales consumidores son los países del Norte. En las dos últimas décadas, los desastres naturales han incrementado su número y su intensidad, sobre todo en los países del Sur: sequías, olas de calor, incendios, huracanes, inundaciones, etc. Todos ellos matan cada año a decenas de miles personas. El cambio climático es el principal riesgo existencial al que se enfrenta hoy la humanidad. Por eso, se están emprendiendo muchas demandas judiciales contra gobiernos y grandes corporaciones transnacionales. Según la London School of Economics, desde el Acuerdo de París de 2015 se han iniciado unas 230 demandas judiciales, entre ellas la que está pendiente de resolución por el Tribunal Constitucional de España.
Guerras, desigualdades y cambio climático son las tres principales causas de la movilidad forzosa de la población: en junio de 2024 eran ya 120 millones las personas desplazadas y refugiadas por guerras y persecuciones; los migrantes internacionales sumaban 281 millones en 2020; los migrantes internos son muchos más y están acelerando el proceso de urbanización y de chabolización de la población mundial; y los desplazados internos por catástrofes naturales ascendieron en 2023 a 26,4 millones, seis más que los causados por las guerras.
Estas son las cuatro maneras de matar de forma masiva e impune a los seres humanos: guerras y dictaduras, desigualdades sociales, degradación de los ecosistemas y desplazamientos forzosos. En todas ellas, mujeres, niños y niñas son las víctimas más vulnerables y numerosas. Y los principales responsables políticos son (somos) la minoría privilegiada del Norte global.
Sin duda, la manera más brutal de matar impunemente es el genocidio en curso del pueblo palestino: desde el 7 de octubre de 2023, el ejército israelí ha matado a 44.000 personas, herido a más de 105.000 y desplazado a 1,9 millones, el 90% de la población de Gaza. Todo ello con el consentimiento de las democracias occidentales y el apoyo militar de Estados Unidos y de Alemania. Como dice Pankaj Mishra, «Occidente no se entera de nada», pues no es consciente de su irreparable descrédito ante el resto del mundo. Fue Sudáfrica quien presentó una denuncia ante la Corte Penal Internacional (CPI), que por fin ha ordenado la detención de Benjamín Netanyahu y de Yoav Gallant por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
En cuanto a las muertes impunes causadas por la desigualdad, basta recordar el Informe sobre la desigualdad global 2022 publicado por el Laboratorio mundial de desigualdad, o los informes anuales de Oxfam Internacional, el último de ellos Desigualdad, S.A.: el 21% de la humanidad vive en el Norte, pero acumula el 69% de la riqueza privada y el 74% de la riqueza milmillonaria. En cambio, en el Sur mueren más de 20.000 personas cada día por no poder satisfacer sus necesidades vitales más básicas. Como dice Goran Therborn, «la desigualdad mata».
Sobre las muertes impunes causadas por el cambio climático, un informe reciente de la revista Lancet señala que sólo las olas de calor causaron en Europa unas 60.000 muertes prematuras en 2022; el país más afectado fue España, con 15.300 muertes. En cuanto a las lluvias torrenciales, basta recordar las inundaciones que el 29 de octubre arrasaron varias poblaciones del levante español y cuyo impacto (223 muertes y cuatro desaparecidos sólo en la provincia de Valencia) se vio agravado por el negacionismo y la incompetencia del gobierno valenciano. Era la «crónica de una catástrofe anunciada», pero nadie ha asumido todavía responsabilidades por esas muertes.
Finalmente, no podemos olvidar a las personas que migran. En Nosotros, refugiados (1943), Arendt formuló esta terrible verdad: «La sociedad ha descubierto en la discriminación la gran arma social con la que uno puede matar hombres sin derramamiento de sangre.» He recordado esa frase al leer el último informe de Ca-minando Fronteras. Entre el 1 de enero y el 15 de diciembre de 2024, 10.457 personas (una media de 30 personas por día) han muerto o desaparecido en su intento de llegar a España. El Mediterráneo y el Atlántico son la frontera más mortífera entre el Norte y el Sur, la gran fosa común de las personas que buscan una vida mejor.
Como dice la ONG en su informe: «Estas personas huyen de conflictos bélicos, el impacto del cambio climático y diversas formas de violencia, como explotación laboral, matrimonios forzados y trata con fines de explotación sexual.» Buscan asilo y refugio en las democracias de Europa y se encuentran con las puertas cerradas. Peor aún, se las trata como a peligrosos criminales e incluso se les deniega el auxilio. Como consecuencia de ese maltrato, muchas de ellas perecen ahogadas en el mar. No se trata de meros «accidentes». Se trata de un genocidio cometido en diferido y sin derramamiento de sangre. Se trata de una masacre masiva que se repite año tras año y cuyos responsables directos son los gobiernos de la Unión Europea, que mantienen una política discriminatoria, racista e inhumana con las personas procedentes del Sur global.
Desde el año 2000, en las agua del Mediterráneo y el Atlántico han muerto ya más personas que en la Franja de Gaza. Y los responsables son los gobiernos de los países europeos, los partidos políticos que defienden el cierre de fronteras y la criminalización de las personas migrantes y refugiadas, y la ciudadanía que apoya a quienes matan sin derramamiento de sangre.
Ahora que estamos haciendo balance de 2024 y formulando buenos augurios para 2025, yo diré cuál es mi deseo: que los humanos no puedan seguir matando impunemente a sus semejantes, que se haga justicia a las víctimas de guerras, desigualdades y catástrofes climáticas, que aprendamos a convivir en paz y a compartir la morada terrestre con los demás seres vivientes.
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