Es uno de esos domingos de abril que nos suele regalar nuestra hermosa tierra. El aire cálido está inundado de aromas que me transportan atrás en el tiempo, a cada primavera vivida en mi adorada Murcia. Paseo con mi hijo mayor junto al río hasta que, en un momento determinado, giramos y enfilamos Ronda de Garay. Caminamos despacio, sin prisas, disfrutando del sol de la tarde. Conozco palmo a palmo ese primer tramo de la avenida. Todavía siguen en pie algunas de las moreras que, vestidas y desnudas, tantas veces han sido testigos de mis pasos. Otras cayeron, víctimas del tiempo o de las decisiones de algún político iluminado. Sí, tampoco ellas aguantaron en pie…
Con tales pensamientos cruzando mi mente llegamos a ese punto donde la Ronda describe una curva a la derecha, en el que siempre fue el normal discurrir de tantas caminatas de domingo. Hoy no siguen nuestros pasos esa senda. Vista al frente, continuamos en línea recta hacia el túnel sombrío e interminable que siempre me pareció de niño la calle Obispo Frutos. Sin embargo, poco antes de adentrarnos ahí, llega el estruendo de miles de voces al unísono. ‘Papá, ¿de dónde vienen esos gritos?’ –pregunta mi hijo-. Tentado a usar como escudo la vieja Plaza de Toros, me rindo ante la evidencia, y señalo con el dedo el acceso al recinto del estadio de La Condomina. ‘¿Hay un partido de fútbol ahí? Pero ¿por qué no juegan en la Nueva Condomina?’.
Dos preguntas. Sólo dos preguntas. Y sin embargo, me resulta imposible imaginar menos de un millón de respuestas. Casi todas se dirían en voz alta, y alguna con lágrimas en los ojos. Prefiero esquivar sus cuestiones, y agarrarme a los buenos recuerdos: ‘¿sabes cuántas veces estuve yo con tu edad en ese estadio en domingos como hoy?’ – le digo-. ‘Entonces, ¿por qué ahora no venimos nunca?’ – replica -. En ese momento sé que ya no queda más remedio que dar unas cuantas explicaciones. Que ya no es mi equipo el que juega en ese estadio. Que jugó ahí durante decenas de años, y fue el buque insignia del deporte murciano. Que fue el ‘Rey de Segunda’. Que un día creyó que su casa se le había quedado pequeña y se mudó a una nueva. Y que en ese lujoso hospital malvivió durante los últimos días de su existencia. Ese, hijo mío, fue el Real Murcia...
Qué insignificantes son a veces las palabras, y qué enorme su valor. Hoy todavía podemos decir que el Real Murcia es. Existe. Es. Y esas dos letras se convierten en un tesoro que proteger. Quisiera pensar, aunque a veces resulte difícil, que la ensoñación de ese paseo por Ronda de Garay nunca llegará a ser realidad. Que esa preciosa tarde de primavera estaré sentado junto a mi hijo en la Nueva Condomina para ver jugar a mi Real Murcia, que entonces será el nuestro, en la categoría que sea.
Este sábado, 7 de febrero, a las 18:00 horas, estaré en la manifestación que va a recorrer la Gran Vía de Murcia. Junto a miles de murcianistas. Para gritar a los cuatro vientos que el equipo que ya no juega en el corazón de la ciudad sigue siendo el equipo de su alma. Si tú también lo crees, y piensas que Samper debe pagar las deudas que su nefasta gestión ha generado; si entiendes que los políticos que pusieron una alfombra roja a Jesús Gran Pez no pueden esconderse ahora debajo de ella; si compartes todo eso, tu lugar está con nosotros.
Puede que todo nuestro esfuerzo sea en vano. Puede que sólo el dinero, mucho dinero, pueda revertir la situación actual. Pero nadie podrá negar que si el Real Murcia sigue vivo hoy por hoy es gracias a la fuerza de su nombre, el peso de su historia y el amor de muchos miles de murcianos, repartidos en todos los estratos sociales de la Región. Por encima de colores políticos y creencias. Esa es nuestra fuerza. El sábado toca demostrarla. No podemos fallar.
Es uno de esos domingos de abril que nos suele regalar nuestra hermosa tierra. El aire cálido está inundado de aromas que me transportan atrás en el tiempo, a cada primavera vivida en mi adorada Murcia. Paseo con mi hijo mayor junto al río hasta que, en un momento determinado, giramos y enfilamos Ronda de Garay. Caminamos despacio, sin prisas, disfrutando del sol de la tarde. Conozco palmo a palmo ese primer tramo de la avenida. Todavía siguen en pie algunas de las moreras que, vestidas y desnudas, tantas veces han sido testigos de mis pasos. Otras cayeron, víctimas del tiempo o de las decisiones de algún político iluminado. Sí, tampoco ellas aguantaron en pie…
Con tales pensamientos cruzando mi mente llegamos a ese punto donde la Ronda describe una curva a la derecha, en el que siempre fue el normal discurrir de tantas caminatas de domingo. Hoy no siguen nuestros pasos esa senda. Vista al frente, continuamos en línea recta hacia el túnel sombrío e interminable que siempre me pareció de niño la calle Obispo Frutos. Sin embargo, poco antes de adentrarnos ahí, llega el estruendo de miles de voces al unísono. ‘Papá, ¿de dónde vienen esos gritos?’ –pregunta mi hijo-. Tentado a usar como escudo la vieja Plaza de Toros, me rindo ante la evidencia, y señalo con el dedo el acceso al recinto del estadio de La Condomina. ‘¿Hay un partido de fútbol ahí? Pero ¿por qué no juegan en la Nueva Condomina?’.