Que sepamos, Nostradamus nunca predijo que la ultraderecha se haría con las riendas de la educación y de la cultura de la Región de Murcia. Quizás este territorio del sureste español resulta demasiado insignificante como para que las catástrofes que le azotan le importen a alguien. Estamos fuera del radar de lo significativo. Y, con toda probabilidad, esa irrelevancia nos ha convertido en el epicentro del “todo vale político”. Cualquier barbaridad que suceda en esta comunidad autónoma es reabsorbida de inmediato por el umbral de asombro del resto de España, porque, entre otros motivos, la imagen que se ha (auto)construido de los murcianos -de excéntricos y un tanto brutos- nos ha hecho capaces -a ojos del resto del mundo- de las cosas más inverosímiles e inauditas. Pero lo que está sucediendo en esta región es muy serio, y va más allá de la disparidad de criterios políticos: afecta a la misma calidad y fundamentos de la democracia. La entrada de Mabel Campuzano -ex de Vox- en el Gobierno regional no es un chiste de murcianos; constituye, por el contrario, una alteración grave del relato democrático urdido por todos los españoles desde 1978.
La razón que explica esta escandalosa anomalía hay que hallarla en el 'nihilismo ideológico' en el que se ha asentado Fernando López Miras: poco le ha importado destruir la arquitectura moderada del centro-derecha que caracterizaba al PP en la Región de Murcia. Su único objetivo es mantenerse en San Esteban y ahormar a toda costa la “mayoría-cambalache” necesaria que le permita cambiar la Ley del Presidente para poder volver a presentarse en 2023. No hay más cálculo que éste. Las lindes éticas han sido arrasadas, y si, para su objetivo, ha de entregar la educación y la cultura a la ultraderecha, bienvenido sea. El fin justifica los medios. Maquiavelo ha vuelto. La política regional está presa de un pragmatismo solipsista y liberticida que arrastra al millón y medio de murcianos a un abismo en el que las reglas no están fijadas, y en el que todo es posible.
Se da la circunstancia de que, en buena lógica, los encargados de dirigir los departamentos de educación y cultura deberían estar en la vanguardia intelectual de cada gobierno: máxima preparación y sensibilidad, mentalidad abierta. Sin embargo, con la entrada de Mabel Campuzano en la consejería que gestiona tales competencias, nos encontramos con una inversión de dicha lógica: el ala más ultra del espectro político será la encargada de dictar las políticas que determinarán el futuro inmediato de los dos departamentos más sensibles que cualquier gabinete ha de gestionar. Es cierto que la educación y la cultura dan pocos votos; pero también lo es que las políticas implementadas en estos dos campos explicitan el enfoque ideológico de cualquier gobierno. Desde este punto de vista, la sentencia es clara: ni moderado ni liberal; el Gobierno de la Región de Murcia se ha escorado histriónicamente hacia la extrema derecha.
El pasado sábado -día de su nombramiento-, la nueva consejera difundió, a través de su perfil de Twitter, un texto programático que pretendía ser tranquilizador y conciliador. En su versión 'más moderada', Mabel Campuzano asustó y generó incertidumbre. En materia de educación, corroboró lo que ya sabíamos: el 'pin parental' -convertido en mantra obsesivo de la ultraderecha- iba a ser implantando a la mayor celeridad posible. La esencia de esta medida es tan meridiana como perversa: la ocultación, a nuestros jóvenes, de aspectos relativos a la diversidad que resultan fundamentales para la convivencia y el respeto. Y en lo concerniente a esto no existen medias tintas: quien teme el conocimiento demuestra miedo a la vida; y quien desconfía de la vida odia la libertad. Educar en el respeto al otro no es adoctrinamiento; impedir el acceso de los jóvenes al conocimiento de la pluralidad social, sí.
En cuanto al ámbito cultural, la declaración de intenciones redactada por Mabel Campuzano resulta bastante elocuente: la única línea que anticipa es la recuperación del patrimonio histórico-artístico de la Región de Murcia. ¿Hay a priori algo objetable en esto? Claro que no. ¿Quién se va a mostrar contrario a aumentar las inversiones en patrimonio? El problema es que, como se advierte también en el programa electoral de Vox, la centralidad del patrimonio viene por defecto, y no por una auténtica estrategia en torno a su puesta en valor. El patrimonio es el refugio en el que la nueva consejera se atrinchera porque directamente no sabe qué hacer con todas las manifestaciones que conforman la cultura contemporánea. Las expresiones culturales actuales son, en su mayor parte, de carácter político -entendiendo lo 'político' en el sentido de compromiso definido por Rancière, y no en el de la defensa de unas determinadas siglas. ¿Se puede separar la cultura contemporánea del feminismo, de la lucha contra la LGTBIfobia, de la reflexión sobre los géneros fluidos, del drama de la inmigración? No. Dejémonos de argumentos bobalicones que pretenden definir la cultura como un territorio neutral, alejado de lo social, en el que el espectador busca la pura experiencia estética.
La cultura no es neutral -afortunadamente. Los creadores reflexionan sobre aquello que les rodea, y lo hacen de un modo comprometido. De ahí que la interrogante clave que se abre ahora sea: ¿Qué hará la nueva consejera con todas estas manifestaciones artísticas que tratan sobre asuntos tabúes para la ultraderecha? ¿Las eliminará de las programaciones de los centros a su cargo? Pronto tendremos la respuesta. Y reaccionaremos en función de su sentido.
Que sepamos, Nostradamus nunca predijo que la ultraderecha se haría con las riendas de la educación y de la cultura de la Región de Murcia. Quizás este territorio del sureste español resulta demasiado insignificante como para que las catástrofes que le azotan le importen a alguien. Estamos fuera del radar de lo significativo. Y, con toda probabilidad, esa irrelevancia nos ha convertido en el epicentro del “todo vale político”. Cualquier barbaridad que suceda en esta comunidad autónoma es reabsorbida de inmediato por el umbral de asombro del resto de España, porque, entre otros motivos, la imagen que se ha (auto)construido de los murcianos -de excéntricos y un tanto brutos- nos ha hecho capaces -a ojos del resto del mundo- de las cosas más inverosímiles e inauditas. Pero lo que está sucediendo en esta región es muy serio, y va más allá de la disparidad de criterios políticos: afecta a la misma calidad y fundamentos de la democracia. La entrada de Mabel Campuzano -ex de Vox- en el Gobierno regional no es un chiste de murcianos; constituye, por el contrario, una alteración grave del relato democrático urdido por todos los españoles desde 1978.
La razón que explica esta escandalosa anomalía hay que hallarla en el 'nihilismo ideológico' en el que se ha asentado Fernando López Miras: poco le ha importado destruir la arquitectura moderada del centro-derecha que caracterizaba al PP en la Región de Murcia. Su único objetivo es mantenerse en San Esteban y ahormar a toda costa la “mayoría-cambalache” necesaria que le permita cambiar la Ley del Presidente para poder volver a presentarse en 2023. No hay más cálculo que éste. Las lindes éticas han sido arrasadas, y si, para su objetivo, ha de entregar la educación y la cultura a la ultraderecha, bienvenido sea. El fin justifica los medios. Maquiavelo ha vuelto. La política regional está presa de un pragmatismo solipsista y liberticida que arrastra al millón y medio de murcianos a un abismo en el que las reglas no están fijadas, y en el que todo es posible.