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Maricón de qué

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Vivimos sumidos en una espiral de violencia sin límite desde la aparición de la ultraderecha. Cuestionar la violencia de género o la lgtbifobia tiene consecuencias, y las estamos sufriendo: agresiones, insultos, vejaciones o asesinatos como el de Samuel, la madrugada del pasado sábado, un joven gay de 24 años.

Desde que se cuestiona la violencia del machismo, el odio ha perdido la vergüenza y algunos impresentables han aprovechado esta circunstancia para manifestar y ejecutar sus fobias. Esto ya no va de respeto, va de vergüenza. Tenemos la obligación moral de hacer recapacitar a esa parte minoritaria de la población. La libertad para vivir, así como para dejar vivir como se quiera, como cada uno se sienta, debe ser un pilar básico para una sociedad avanzada.

Todavía hoy vemos mensajes que aluden al derecho de amar en las diferentes manifestaciones del Orgullo. Un derecho a amar ya consagrado en 2004 con la Ley del Matrimonio Igualitario. La realidad, en pleno año 2021, es que ese derecho que venía a visibilizar y normalizar las relaciones personales entre dos personas del mismo sexo, ya ha cambiado de fase. Esto ya no va de a quién amamos individualmente, esto va de ser.

En este camino, hemos de aclarar que los derechos que se reclaman con la ley LGTBI o la ley Trans inciden específicamente en la individualidad. Lo que se pretende con estas leyes es la lucha por el reconocimiento propio en sociedad. Somos personas con distintas orientaciones sexuales, con distintas expresiones o identidades de género. Personas que pertenecen a una sociedad donde, algunos, no asumen que todo el mundo no es igual, ni se comporta como le han intentado imponer socialmente. El derecho a ser.

De 2004 a 2021 y lo que queda. El asesinato de Samuel ha abierto una grieta entre madres preocupadas por la orientación, identidad o expresión sexual o de género de sus hijos; y unos hijos que, aunque a veces pasen miedo, no van a volver a los armarios.

Muchos pasamos por una angustia vital cada vez que decimos lo que somos: en el trabajo, en el supermercado, de fiesta o en la universidad, ante personas que no sabes cómo van a responder. Nos merecemos leyes que construyan una sociedad sin discriminaciones laborales, de acceso a la vivienda y que penen gravemente los delitos de odio. Nos merecemos una sociedad donde las personas heterosexuales también se preocupen por sus vecinos, hermanos, primos o compañeros de clase o de trabajo. Nos merecemos rebajar el odio que algunos siembran. ¿Maricón de qué?

Vivimos sumidos en una espiral de violencia sin límite desde la aparición de la ultraderecha. Cuestionar la violencia de género o la lgtbifobia tiene consecuencias, y las estamos sufriendo: agresiones, insultos, vejaciones o asesinatos como el de Samuel, la madrugada del pasado sábado, un joven gay de 24 años.

Desde que se cuestiona la violencia del machismo, el odio ha perdido la vergüenza y algunos impresentables han aprovechado esta circunstancia para manifestar y ejecutar sus fobias. Esto ya no va de respeto, va de vergüenza. Tenemos la obligación moral de hacer recapacitar a esa parte minoritaria de la población. La libertad para vivir, así como para dejar vivir como se quiera, como cada uno se sienta, debe ser un pilar básico para una sociedad avanzada.