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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Los médicos y la eutanasia

La historia de Ramón Sampedro, tetrapléjico, abrió el debate sobre eutanasia en España.

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El primer principio ético de la profesión médica consiste en “no dañar”, es el llamado principio de “no maleficencia”. Este principio se ve complementado por el principio de “beneficencia”, de intentar beneficiar al paciente. Estos dos principios están profundamente asentados en la cultura profesional de modo que, aunque son susceptibles de quebrantamiento por parte de algún individuo, conforman la cultura del gremio. Toda cultura tiene sus líneas de fractura y sus propensiones al desequilibrio. Esta cultura médica favorece que el profesional luche por salvar la vida del enfermo, incluso cuando las opciones son mínimas o nulas, en el llamado “encarnizamiento terapéutico”, que puede ocasionar dolor al paciente e importantes gastos al sistema sanitario.

Los otros principios éticos fundamentales, de “autonomía” del paciente, y de “justicia” en el reparto de recursos sanitarios entre los posibles beneficiarios, están menos asentados en la cultura médica y no la permean tan profundamente, aunque van calando progresivamente en la mentalidad de los médicos.

En España el suicidio no está penado como delito (aunque sí lo estuvo en el pasado). Una persona tiene derecho a acabar con su vida, aunque los poderes públicos (y los médicos si se ven implicados) están obligados a defender el derecho fundamental e inalienable a la vida y van a trabajar para evitarlo.

El acto suicida resulta difícil de llevar a cabo y en ocasiones algunas personas han depositado en otras, total o parcialmente, la ejecución de la acción letal. Cuando Casio, uno de los asesinos de Julio César, viéndose derrotado, quiso acabar con su propia vida, en vez de hacer el trabajo él mismo, ordenó a su liberto Píndaro que lo matara. De manera similar, Shakespeare nos cuenta como Bruto, otro de los asesinos de César, hace que su esclavo Strato sujete la espada sobre la que se arroja. Aunque el acto suicida no esté penado, el matar a otro suele considerarse un delito perseguible por la justicia, aún en el caso de que sea a petición de la víctima. 

La dificultad de cometer el suicidio puede aumentar en casos en los que alguna enfermedad reduzca las capacidades del potencial suicida. Un ejemplo extremo puede ser el de la tetraplejia, que imposibilita al sujeto mover su cuerpo más abajo del cuello y le impide realizar las acciones conducentes a su muerte.

Ha surgido la idea de que hay un cierto derecho a tener una buena muerte (eu-tanasia) y que la ayuda a morir no debiera ser perseguida. Esta idea choca con la moral judeo-cristiana que considera la vida como sagrada, aunque no con la grecorromana clásica. La sociedad se encuentra dividida al respecto y, como de costumbre, podemos observar dos monólogos paralelos, cada uno defendiendo su visión del asunto, pero poco diálogo al respecto.

Me interesa en particular el planteamiento de que sean los médicos los que provoquen la muerte, al ser algo que choca frontalmente con la ética profesional de este colectivo. Es posible modificar la deontología médica según cambian los tiempos, tal como se ha hecho con la introducción de los principios de autonomía y justicia. Sin embargo, dudo que sea conveniente.

Nuestra sociedad espera del médico un compromiso irrenunciable con la vida, un esfuerzo hasta el límite por salvar al paciente cuando casi no quedan esperanzas, una lucha sin cuartel contra la muerte y la enfermedad en la que no se arroja la toalla. Los médicos se ven a sí mismos de esta manera, llegando en ocasiones al encarnizamiento terapéutico. Si cambiamos la ética, el médico que provoca  la muerte no puede asumir el mismo compromiso irrenunciable con la vida. Tendría que adoptar una posición más neutral, de administrador de la vida y la muerte, siguiendo las instrucciones de la persona a la que atiende.

Por necesidad de coherencia psíquica, los médicos perderían la pasión por la vida que les caracteriza. No sé hasta qué punto esta pérdida de pasión llevaría a sofocar lo emocional y al “burn out” profesional, o las pasiones en la profesión se redirigirían a otros objetivos (dinero, prestigio, poder…).

En cualquier caso, habría que repensar qué valor se le da a la vida y a quién (si es que a alguien) en la sociedad queremos delegarle la administración de la muerte (verdugos, militares, médicos, etc) y asumir las consecuencias de ello.

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