Ayer el primer ministro italiano, Giuseppe Conde, presentó su dimisión al presidente de la República, Sergio Mattarella. En su discurso criticó duramente al vicepresidente y ministro del Interior, Matteo Salvini, considerando que había sido un “irresponsable”, entre otras cuestiones, por su política de “puertos cerrados” y algunas declaraciones realizadas, como cuando dijo que “a Italia solo entrará el que tenga permiso”.
Y es que la clase política europea deja tanto que desear que nos preguntamos por qué personas como Salvini están al mando de decisiones políticas que, en función del rumbo que tomen, salvarán o dejarán morir a la deriva a miles de personas, entre ellas mujeres y niños que arriesgan sus vidas en el trayecto para ponerse a salvo.
Aunque no queramos aceptarlo, el mundo que habitamos está llegando a límites insostenibles.
Pero, ¿qué esperábamos? Los países del mal llamado primer mundo podemos expoliar los recursos naturales de las naciones en vías de desarrollo. Podemos invadirles con el pretexto poco creíble de “garantizar la seguridad de sus habitantes a manos de regímenes dictatoriales”, cuando sólo hay que rascar un poco para darse cuenta de que, en realidad, lo que hay es un trasfondo de poder de países ricos frente a pobres.
Hace apenas unos días he vuelto a Murcia después de convivir más de una semana con las personas refugiadas que se encuentran en el campo de Moria, en la isla griega de Lesbos. Personas como nosotros, que tenían un estatus en sus países de origen y, sin embargo, ahora se encuentran atrapadas en la más extrema miseria. Cuánto cuesta mantener la mirada cuando te atreves a mirarlos a los ojos y te cuentan lo que han tenido que dejar atrás y, sobre todo, lo que han tenido que pasar para llegar a ese lugar maldito.
El campo de refugiados de Moria está lleno de padres, madres, niños, menores no acompañados que han huido de sus países en conflicto. Cerca de un 70% de quienes allí se encuentran son de Afganistán, un país que fue invadido por las tropas de Estados Unidos tras los atentados del 11-S y que lleva 18 años de conflicto. En 2016, según el octavo informe de la Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán, cerca de 11.500 civiles afganos murieron o fueron heridos. El año pasado 3.804 civiles murieron, entre ellos 927 niños, la cifra más alta en la última década debido a que se multiplicaron las muertes por bombardeos aéreos. Y así podría seguir con países como El Congo, Somalia, Yemen o Irak. Y alguien se creerá que han invadido estos países para luchar contra el terrorismo o mejorar las condiciones de vida de sus poblaciones cuando lo que hay detrás es un intento de aumentar el poder en Oriente Próximo.
El nivel de daño y sufrimiento causado a los civiles en estos países resulta muy preocupante y completamente inaceptable.
Y es que el mundo se ha vuelto enfermo, la empatía brilla por su ausencia y nuestros políticos dan muestras diarias de ello. ¿Cómo podemos confiar en unos políticos que se muestran inmunes a las desgracias ajenas?
Durante varios días los medios de comunicación se han hecho eco de la mala gestión de nuestro Gobierno en funciones en lo que respecta al Open Arms. Una de las decisiones adoptadas es que los más de 100 migrantes sean repartidos en cupos entre seis países de la Unión Europea. Y es que da risa imaginarse esas reuniones en las que se dirán cosas como “cuántos te quedas tú” y “cuántos me quedo yo”. Mientras tanto, nos acecha en nuestro país la `España vaciada´. Es todo tan ridículo que dan ganas de reírse si no fuera porque de lo que estamos hablando es de vidas humanas.
Parece que nosotros, la ciudadanía, no podemos hacer nada. No son nuestros muertos los que flotan en el Mediterráneo, no son nuestros hijos los que enferman en los campos de refugiados, ni nuestras mujeres las que son violadas de forma sistemática fuera y dentro de estos campos; sólo son árabes, negros y, sobre todo, pobres.
Todos tenemos responsabilidad. Una responsabilidad que debería no dejarnos dormir cuando votamos a partidos que toman decisiones inhumanas y dejan morir a miles de personas. Porque no nos llevemos a engaño: ésto sólo lo cambiaremos cuando tomemos partido, pero de verdad; no por redes sociales. Cuando tengamos la valentía de decirle a los que nos gobiernan que queremos políticas y políticos con humanidad.
Ayer el primer ministro italiano, Giuseppe Conde, presentó su dimisión al presidente de la República, Sergio Mattarella. En su discurso criticó duramente al vicepresidente y ministro del Interior, Matteo Salvini, considerando que había sido un “irresponsable”, entre otras cuestiones, por su política de “puertos cerrados” y algunas declaraciones realizadas, como cuando dijo que “a Italia solo entrará el que tenga permiso”.
Y es que la clase política europea deja tanto que desear que nos preguntamos por qué personas como Salvini están al mando de decisiones políticas que, en función del rumbo que tomen, salvarán o dejarán morir a la deriva a miles de personas, entre ellas mujeres y niños que arriesgan sus vidas en el trayecto para ponerse a salvo.