Cuando paseas por las calles de Murcia, descubres una ciudad con un casco histórico simplemente con encanto, con rincones tan bonitos como especiales y llenos de historia. Lamentablemente, a lo largo de este paseo es muy fácil encontrar numerosas pintadas de múltiples colores que ensucian las paredes de edificios públicos y privados, que no respetan si quiera los Bienes de Interés Cultural, que estropean la ciudad y dañan su espíritu, su esencia. Pintadas que son feas, sucias, sin más significado que para el que las ha realizado y que sólo transmiten rechazo a los murcianos y turistas.
Están por todos lados como si fueran ya parte integrante del mobiliario urbano: en paredes, persianas de establecimientos, cristales de tiendas que hace tiempo cerraron el negocio, contenedores, señales de tráfico... Quiero encontrar un hueco que no haya sido invadido, pero es francamente difícil. Todas ellas son fruto de actos vandálicos y que convierten a su autor, ávido de afirmarse, distinguirse y chulearse ante el resto, en todo un cobarde irrespetuoso con la población y el medio. Pintadas, simplemente pintadas, o más bien garabatos similares a los de un niño de pocos años.
El grafiti como arte es mucho más que eso, es la expresión artística de la calle en su estado puro, a través del cual el autor plasma sus sentimientos, emociones, ideales y los pone ahí, a la vista de todos. Sin duda, debería exhibirse en lugares en los que se pueda admirar, valorar, que cree belleza y no repulsa a los ciudadanos, y ante todo que respete un entorno que es de todos, pero este concepto no parecen entenderlo aquellos que se dedican a estropear la ciudad y encima se sienten orgullosos de ello.
La Policía Local, en su lucha contra estos actos vandálicos, creó en el 2009 un equipo anti-grafiti, pero hasta la fecha no ha logrado los resultados esperados y sólo han impuesto un centenar de multas. El alcalde de la ciudad de Murcia, José Ballesta, en su empeño con acabar con las molestas pintadas, ha adoptado recientemente una serie de medidas, como el lanzamiento de la campaña sobre limpieza “No seas marrano” en noviembre, que pretende concienciar a los ciudadanos de que las conductas incívicas conllevan una sanción económica. Como ejemplo, el realizar grafitis y daños al mobiliario urbano conlleva una sanción de 600 euros. La campaña ha sido muy criticada por la oposición, pero ¿no es mejor llamar las cosas por su nombre que dar rodeos? Desde luego, “marrano” define perfectamente a quien ensucia un bien o espacio público.
Otra novedad ha sido la reciente creación de la primera Oficina Municipal de grafiti en España. Su objetivo, según nota de prensa publicada por el Ayuntamiento de Murcia el 27 de noviembre, es “disponer de un servicio municipal ágil, directo y específicamente creado para coordinar el conjunto de actuaciones de limpieza, promoción, concienciación ciudadana, atención de quejas, sugerencias y solicitudes relacionadas con el grafiti”. Para ello, cuenta con “una brigada especializada del servicio de limpieza viaria dedicada a tiempo completo a la limpieza y adecuación de espacios afectados”.
Asimismo, se promoverán espacios para que sean utilizados por los grafiteros, se convocarán concursos, cursos, talleres, se atenderán sugerencias, solicitudes de actuaciones e información sobre las medidas que se llevan a cabo. Una medida novedosa y prometedora que esperamos de buenos frutos y sea todo un ejemplo.
Pero la solución a este eterno problema de la ciudad de Murcia no creo que se encuentre únicamente en limpiar las fachadas con productos anti-grafiti, multar o sancionar a los autores e imponerles trabajos para la comunidad, ofrecerles espacios donde expresarse, organizar charlas, etc. Hay que ir a la raíz del problema y ahí es donde hay que poner un mayor esfuerzo: educar a los niños en el respeto.
Las charlas que se ofrecen a adolescentes no son suficientes, hay que ir más allá. Habría que empezar a actuar desde edades muy tempranas, por qué no desde educación infantil “machacar” y no cansarse de repetir a los más pequeños que no hay que pintar las paredes, ni tirar papeles al suelo o cualquier otro objeto inútil (chicles, cáscaras de pipas, envases, etc.), ni escupir en el suelo u otras tantas “marranadas” o comportamientos que parecen ser tan característicos de la sociedad murciana.
La principal responsabilidad la tienen los padres y familiares, el ser un buen ejemplo para sus niños. Por supuesto, el apoyo de la escuela es fundamental. Una buena enseñanza por ambos lados puede hacer maravillas, al fin y al cabo nadie nace enseñado, sino que muchas conductas se aprenden y adquieren por imitación y repetición. No hay duda que las asignaturas de matemáticas, inglés, lengua española son muy importantes, pero antes de aprender a sumar y restar, a leer y escribir, a ser el más listo de la clase, hay que saber comportarse, respetar y valorar a los demás, a los espacios públicos y el medio ambiente. Porque al fin y al cabo el respeto, el apreciar todo aquello que tenemos la suerte de disfrutar y el saber convivir en armonía es lo que nos hacer mejor persona.
Cuando paseas por las calles de Murcia, descubres una ciudad con un casco histórico simplemente con encanto, con rincones tan bonitos como especiales y llenos de historia. Lamentablemente, a lo largo de este paseo es muy fácil encontrar numerosas pintadas de múltiples colores que ensucian las paredes de edificios públicos y privados, que no respetan si quiera los Bienes de Interés Cultural, que estropean la ciudad y dañan su espíritu, su esencia. Pintadas que son feas, sucias, sin más significado que para el que las ha realizado y que sólo transmiten rechazo a los murcianos y turistas.
Están por todos lados como si fueran ya parte integrante del mobiliario urbano: en paredes, persianas de establecimientos, cristales de tiendas que hace tiempo cerraron el negocio, contenedores, señales de tráfico... Quiero encontrar un hueco que no haya sido invadido, pero es francamente difícil. Todas ellas son fruto de actos vandálicos y que convierten a su autor, ávido de afirmarse, distinguirse y chulearse ante el resto, en todo un cobarde irrespetuoso con la población y el medio. Pintadas, simplemente pintadas, o más bien garabatos similares a los de un niño de pocos años.