Un niño pequeño sufre una multiplicidad de impulsos y sensaciones heterogéneas, procedentes de distintas partes de su cuerpo, que le llevan a una visión fragmentada de sí mismo. Es a través de la mirada de otro, habitualmente de la madre, que el sujeto empieza a adquirir una visión integrada de sí mismo. El eco que el sujeto recibe de otro, que le hace de espejo, le aliena haciéndole creer que es un individuo único e integrado, con unas determinadas características y un lugar concreto en el entramado social. Así es como un sujeto puede funcionar en sociedad.
Cuando esta función de espejo falla durante el desarrollo, el individuo puede mantenerse en una situación de fragmentación psíquica, como vemos en la esquizofrenia. Para evitar malentendidos, quisiera aclarar que no estoy atribuyendo el origen de la esquizofrenia únicamente a un fallo en la función materna, siendo ésta una cuestión más compleja.
Incluso cuando durante el desarrollo se supera con un éxito razonable la fase del espejo, un adulto puede necesitar sentirse reconocido en la relación con otro, y sufrir problemas psíquicos en situaciones de deprivación social (o si se halla en un entorno social hostil). De forma inversa, individuos con fallas en la mencionada fase del espejo que les hacen particularmente vulnerables pueden ser sostenidos por un soporte social adecuado o por el trabajo de un psicoterapeuta.
Si dejamos a un lado las fantasías de Rousseau o de Defoe, los seres humanos somos, en mayor o menor medida, dependientes de una relación humana que nos dé un lugar en la sociedad y apuntale nuestra identidad.
La sustitución del encuentro humano por el choque con una plataforma informática en múltiples situaciones, lo que encontramos cada vez más frecuentemente, depriva al sujeto de un importante elemento estabilizador, con consecuencias fácilmente previsibles.
Por otra parte, al eliminar la contención que proporciona el encuentro personal, los individuos son más propensos a descargar de manera descontrolada su agresividad. Esto es algo que podemos apreciar fácilmente en la red viaria, donde sujetos que cara a cara con sus conciudadanos despliegan un civismo razonable, al aislarse en un vehículo cerrado exhiben una agresividad sorprendente.
En los últimos años han ido proliferando las llamadas redes sociales a través de internet. A través de ellas se establecen relaciones a distancia entre personas, que facilitan la comunicación. Son útiles en muchos aspectos, pero vamos a necesitar tiempo para aprender a usarlas adecuadamente. Lo mismo que cuando aparecieron los móviles nos costó años integrar que había que silenciarlos (o apagarlos) al entrar al cine, o que nuestros abuelos tuvieron que incorporar el guardar silencio y quitarse el sombrero en el mismo lugar, las nuevas tecnologías requieren un nuevo aprendizaje para minimizar las molestias que ocasionan y controlar sus peligros.
Cuando hace unos años los niños jugaban en el parque, coconstruían una red de relaciones sociales bastante inclusiva (el rol de la “palomita suelta” para incluir a alguien con facultades comparativamente reducidas es algo que el mundo adulto ha perdido, desgraciadamente). Las relaciones telemáticas no facilitan ni esa inclusividad ni el apuntalamiento identitario que ofrece la función del espejo.
Además, la ausencia de contacto directo facilita el desborde de la agresividad en las redes sociales, donde estamos observando la explosión del fenómeno del 'bullying', es decir, del maltrato y el abuso del chivo expiatorio que un grupo pueda designar por distintas razones.
Otro problema que plantean las redes sociales es la falta de supervisión externa, particularmente para los usuarios de corta edad. Cuando los niños jugaban solos en la plaza del pueblo, incluso si no había ningún adulto vigilando, estaban expuestos a la mirada de cualquier transeúnte o de 'la vieja del visillo' de turno. Es decir, no estaban realmente solos sino alojados en un espacio público. Cuando alguien ha requerido privacidad ha tenido que buscar espacios alternativos para ello, como la era o el pajar, con los riesgos que ello ha entrañado siempre. Sin embargo, en las redes sociales falta esa mirada externa que socialice las interacciones, estableciéndose las comunicaciones prácticamente siempre en un lugar de riesgo.
El individuo se construye como un sujeto social en un entorno social, y se sostiene como tal en dicho escenario. Ese espacio compartido se está desmoronando. Las llamadas redes sociales no desempeñan adecuadamente las funciones requeridas de un entorno social, como tampoco lo hacen las relaciones informatizadas, e incluso, el mismo ambiente urbano.
Cada espacio es diferente, cada uno con sus ventajas e inconvenientes, pero cada vez avanzamos más hacia falsos encuentros que sabotean el desarrollo y el sostenimiento del sujeto, abocando no sólo a la anomia, sino al desmoronamiento del psiquismo. Igualmente, afrontamos problemas de descomposición social y de descontrol de la agresividad.
Necesitamos repensar el modelo social, lo que constituye una cuestión compleja. Entre los elementos centrales que hay que tener en cuenta está la necesidad del encuentro interpersonal. Sin esa piedra angular cualquier edificio que construyamos se va a venir abajo.
Un niño pequeño sufre una multiplicidad de impulsos y sensaciones heterogéneas, procedentes de distintas partes de su cuerpo, que le llevan a una visión fragmentada de sí mismo. Es a través de la mirada de otro, habitualmente de la madre, que el sujeto empieza a adquirir una visión integrada de sí mismo. El eco que el sujeto recibe de otro, que le hace de espejo, le aliena haciéndole creer que es un individuo único e integrado, con unas determinadas características y un lugar concreto en el entramado social. Así es como un sujeto puede funcionar en sociedad.
Cuando esta función de espejo falla durante el desarrollo, el individuo puede mantenerse en una situación de fragmentación psíquica, como vemos en la esquizofrenia. Para evitar malentendidos, quisiera aclarar que no estoy atribuyendo el origen de la esquizofrenia únicamente a un fallo en la función materna, siendo ésta una cuestión más compleja.