Hace seis meses, mi marido y yo dejamos Murcia para vivir en Estados Unidos. Nos hemos trasladado a Atlanta, en el estado de Georgia. Tengo una larga lista de cosas que me han llamado la atención de los estadounidenses: su educación cívica, la manera de vestir, sus tradiciones… Pero uno de los rasgos que aún sigo analizando sin entender realmente es la importancia de la raza a la que perteneces.
Georgia es uno de los Estados con mayor porcentaje de negros (llamados afroamericanos en EEUU). Aquí el 30 por ciento de la población es negra frente a la media nacional del 14 por ciento. En los formularios de la Administración (Seguridad Social, carné de conducir, pasaporte…) siempre te preguntan a qué raza perteneces, pero en la vida social está muy mal visto que definas a alguien por su raza. Si alguien te pregunta ¿cómo es tu compañera de clase? Nunca debes comenzar definiéndola como negra, blanca o latina. Hablarías de su personalidad y después de sus rasgos físicos dando pistas sobre su raza.
Hace unos días varios amigos latinos y estadounidenses nos reunimos a cenar. Uno de los asistentes norteamericanos tiene claros rasgos latinos, así que otra comensal (colombiana) le preguntó “¿cuál es tu origen?”. Él le contestó “soy de California”. Para mí era evidente que la chica colombiana le preguntaba sobre el origen de su familia ya que claramente no pertenece al grupo selecto de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) pero el chico evitó contestar sobre el origen de sus rasgos latinos cambiando de conversación.
En España si mi compañera de clase es negra sería el primer rasgo que destacaría al hablar de ella a una tercera persona. Definirla así no sería un acto racista, simplemente nunca he tenido una compañera de clase negra, así que sería su rasgo más definitorio.
Viviendo en Estados Unidos me doy cuenta de mis prejuicios racionales-sociales y de cómo me llama la atención conocer a negros realizando labores no esperados en España. En Atlanta mi médica es negra, mi vecino es negro, el empleado de banco es negro… y es imposible negar que fue el rasgo que más me llamó la atención. En España nunca he tenido una médica, vecino o empleado de banco negro. Así que cuando entré a la consulta de mi ginecóloga por primera vez, su color de piel me sorprendió. Mi cerebro esperaba encontrar tras la puerta a un hombre blanco de mediana edad.
¿Cuál es el lugar en el que encontraría en España a una mujer negra? Sería la persona que vende pulseras por las terrazas, la que veo en las noticias bajar de una patera, la que espera en la cola del comedor de Cáritas, o la que trabaja en un almacén de frutas…. La raza es más importante en España que en Estados Unidos, ya que pertenecer a una minoría hace que el resto presuponga que perteneces a una clase social desfavorecida.
Supongo que esta situación cambiará en España dentro de unas décadas con el desarrollo de los inmigrantes de segunda generación. Cuando la hija de la trabajadora del almacén de fruta termine su formación académica y al abrir la puerta de la consulta me encuentre a una médica negra.
Hace seis meses, mi marido y yo dejamos Murcia para vivir en Estados Unidos. Nos hemos trasladado a Atlanta, en el estado de Georgia. Tengo una larga lista de cosas que me han llamado la atención de los estadounidenses: su educación cívica, la manera de vestir, sus tradiciones… Pero uno de los rasgos que aún sigo analizando sin entender realmente es la importancia de la raza a la que perteneces.
Georgia es uno de los Estados con mayor porcentaje de negros (llamados afroamericanos en EEUU). Aquí el 30 por ciento de la población es negra frente a la media nacional del 14 por ciento. En los formularios de la Administración (Seguridad Social, carné de conducir, pasaporte…) siempre te preguntan a qué raza perteneces, pero en la vida social está muy mal visto que definas a alguien por su raza. Si alguien te pregunta ¿cómo es tu compañera de clase? Nunca debes comenzar definiéndola como negra, blanca o latina. Hablarías de su personalidad y después de sus rasgos físicos dando pistas sobre su raza.