Hace unos días el Ministerio de Transportes rechazó que el aeropuerto de la Región de Murcia lleve el nombre del inventor murciano Juan De La Cierva, aplicando la Ley de Memoria Histórica por su relación con el golpe militar de 1936. Una decisión que ha generado un disenso entre las diversas fuerzas políticas de derechas e izquierdas y diversos colectivos sociales y económicos.
El nombre del aeropuerto ya nació sin acuerdo cuando se debatió, hace cuatro años, en la Asamblea de Murcia y se dio el visto bueno. La moción contó solo con el respaldo de Ciudadanos y el PP.
La polémica sigue. El pasado jueves, en el pleno del ayuntamiento de Murcia, El Partido Popular logró sacar adelante la moción en la que pedía reclamar al Gobierno español que el aeropuerto de la Región lleve el nombre del ingeniero Juan de la Cierva, Los concejales de Ciudadanos y Vox votaron a favor, y la rechazaron PSOE y Podemos, basándose en la Ley de Memoria Histórica. No voy a entrar en la polémica, quizá lo haga más tarde, tal vez sin entráramos en los entresijos de los 300 millones que se gastaron en ese aeropuerto, quizá lo del nombre sería lo de menos.
De lo que nadie duda es que hay un desacuerdo en la elección del nombre que se transforma en un problema político. Y ahora el Gobierno autonómico interpondrá un recurso administrativo por la vía judicial contra el informe del ministerio de Transportes. Lo que sorprende es los casi 30 años que llevan gobernando los populares y lo olvidado que ha estado Juan de La Cierva durante ese tiempo.
Vaya por delante que Juan De La Cierva fue un gran ingeniero y un gran inventor. Conozco a algunos de sus familiares y los considero excelentes personas. Está claro que el motivo por el que Gobierno Central ha rechazado el nombre ha sido por la aplicación de la ley de la Memoria Histórica. Nos damos unas leyes y hay que aplicarlas, mientras no se modifican. De qué manera pudo participar De La Cierva en el golpe de militar de 1936, desde luego que cada cual puede sacar sus conclusiones si leen la carta, que ya es de dominio público y que se puede buscar en internet, en la que le escribe el ingeniero al general Mola.
Visto lo visto, al margen propiamente de la aplicación de la ley, lo que se contempla es un nuevo enfrentamiento ideológico entre el Gobierno Autonómico y el gobierno de España. Y por ende entre unos murcianos que estarán de acuerdo, y otros no, con la decisión ya tomada. De manera que este culebrón va para largo, así que de pronto, pensé en la idea de que al aeropuerto se le podría poner el nombre del actor Paco Rabal, un murciano que siempre paseó el nombre de Murcia. Una idea que no nace contra nadie sino tratando de buscar un consenso. Paco Rabal siempre luchó por las libertades, siempre fue muy generoso y siempre trató con la misma cortesía, lo mismo al basurero que a un ministro. A Paco Rabal se le quiere porque nunca fue sectario. Se podía permitir el ser un hombre libre, aunque eso siempre sale caro. Siempre fue un embajador de nuestra tierra y se le conoce en cualquier rincón de España, al tiempo que tiene una proyección internacional. Ha sido un hombre de nuestra época. No sé si a Paco Rabal le gustaría la idea de que ese aeropuerto hipotéticamente llevara su nombre, lo que si intuyo es que le gustaría que la decisión fuera por unanimidad. Hace unos meses al aeropuerto de Alicante se le puso el nombre de Miguel Hernández. Eso fue Rabal. “un murciano de dinamita”. Y eso es lo que pensé; que no estaría mal que al aeropuerto de Murcia se le pusiera el nombre de Paco Rabal.
Posdata: Aprovechando que próximamente se publicará mi libro de entrevistas: “Personajes murcianos de fin de siglo”, aquí les dejo, por el mismo precio, la que le hice a Rabal en Diario-16 Murcia, en 1992
Paco Rabal: “En el papel de Juncal me sentí muy cómodo”.
La Cuesta de Goss y Águilas serán para siempre los escenarios de esas vivencias infantiles que en su memoria conforman una inolvidable película.
A los cinco años tenía tantas ganas de ir a la escuela que todos los días, con un libro bajo el brazo, acompañaba a su hermano y, mientras Damián estaba en el colegio, él lo esperaba pacientemente escondido debajo de un carro y se entretenía matando pájaros —de lo que se arrepiente ahora— hasta que a la salida regresaba con su hermano para que su madre viera que venía del colegio. Su madre, que era analfabeta, entonces, le decía: “Anda, léeme, Paquico” y él, con el libro de revés o como fuera, hacía como que leía y se inventaba fantasías que su madre hacía como que creía. A esa edad tuvo su primera manifestación de amor al prendarse de una hermosa moza a la que llamaban la “mojaquera”. Un día su padre le llevó a un baile en que los labradores celebraban una fiesta y allí estaba la moza con su novio. Como estaba tan enamorado, se puso a pegarle patas en las espinillas al novio; se puso tan impertinente que su padre, que nunca le pegaba, le dio un azote y le dijo: “Anda, Paquico, pa’la casa”.
Como quería ser actor fue a pedir trabajo a los estudios Chamartín y lo admitieron de aprendiz de electricista, y así comenzó: “Cuando se iban a comer los actores me leía los papeles y después al ayudante le decía: Yo puedo hacer ese papel de botones, a lo que el ayudante me respondía: Anda, chico, sigue de electricista y déjate de tonterías. Así fue como al cabo de trabajar cinco años de electricista, Rafael Gil se fijó en mí y realicé un papelito mudo, pero con gestos que celebraron mucho para ser amables conmigo. Gil, en la siguiente película, me dio un papel con diálogos. Mi primera película como protagonista fue María Antonia La Caramba, en la que yo hacía de galán, con Alfredo Mayo y Diego Marín”.
De los múltiples papeles que ha hecho, se queda con “Nazarín de Buñuel, el de los Santos Inocentes y el de Juncal. Los tres son muy humanos, pero quizá el que más se parezca a mi modo de ser, sin parecerse del todo, y en el que me he sentido más cómodo ha sido el de Juncal. Me gustaría hacer el papel de Antonete Gálvez”.
En torno a los avatares y la problemática del cine español, opina: “El cine español está ante la influencia de una industria del americano que lo ocupa todo. El cine español está siendo mejor que era antes, y la prueba está en que se ganan certámenes internacionales. Antes había una censura cultural, de ideas; y ahora hay una censura económica: no hay dinero para valerse por sí mismo porque no hay industria. Yo espero que salgamos hacia delante porque, si no, nos comen los norteamericanos. El cine es una expresión cultural y es una pena que estemos influidos por una cultura ajena a la nuestra”.
En relación a si le hubiera gustado ser torero y a sus diestros preferidos, dice: “Sí, todos los niños españoles si no hemos querido ser toreros, hemos toreado un poco. Yo, en la sierra de Madrid, toreaba una vaquilla para desesperación de mis padres; aunque desde que tengo uso de razón siempre quise ser actor. Admiro a Manzanares, Ortega Cano, y le tengo mucho cariño a Julio Aparicio por ser torero artista, y a nuestro paisano Pepín Jiménez, que cada vez que torea y puedo voy a verlo, aunque no tiene mucha suerte. Me gusta el toreo artístico”.
En cuanto a si los intelectuales están fagocitados y su papel en la sociedad, manifiesta: “No todos están adocenados; hay muchos que están comprometidos y toman partido. Por poner un ejemplo, Umbral y Vázquez Montalbán. Porque la cultura también siempre es política. Hay que ser valientes y sinceros porque la información es uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, como decía Buñuel, y hay que ser honesto”.
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