Este curso el profesorado, las familias, el alumnado y la sociedad en su conjunto se enfrentan al reto de reanudar los estudios en una situación nunca vista en la historia.
Durante el confinamiento del curso pasado, la comunidad se enfrentó por primera vez y de forma masiva a la educación a distancia. Se pasó en un breve espacio de tiempo de la tradicional presencialidad a una modalidad online, o simplemente asíncrona en ocasiones. Las competencias digitales que debieron desarrollarse de la noche a la mañana fueron abismales, al igual que las estrategias de afrontamiento. No se partirá de cero en todos los ámbitos en esta ocasión y a esto podemos añadir nuestra innata capacidad para el aprendizaje y la adaptación.
No obstante, hay desafíos que deberán abordarse cuanto antes. La mera incertidumbre que genera avanzar por caminos nunca antes recorridos hasta el momento supone una potente fuente de estrés. El estrés crónico tiene repercusiones negativas sobre el organismo y la convivencia humana. A esto se le añaden los miedos que han surgido (a veces fobias), el aumento de la sintomatología depresiva, ataques de pánico, ansiedad e incluso obsesiones en estudiantes de todas las edades.
Es preciso detectar precozmente los síntomas para intervenir sobre ellos, elaborar actuaciones coordinadas entre las Administraciones, poner al alcance de la población profesionales de la psicología, facilitar la conciliación de la familia con las tareas escolares, informar de las medidas de forma clara y precisa, prevenir las dificultades de aprendizaje también a través de las nuevas modalidades de educación que se establezcan y velar por los aspectos emocionales de la comunidad educativa, todas estas laborales propias de profesionales de la psicología educativa. Sin lugar a dudas, se trata de un nuevo curso que se enfrentará a nuevos retos.