Es innegable que el mundo está pasando por la crisis sanitaria más grave de los últimos 100 años, con unas cifras acumuladas desde el pasado mes de febrero de más de un millón de muertos y más de 36 millones de afectados a día de hoy debidos a la COVID-19, una pandemia que parece que estamos aún lejos de doblegar y que está trastocando la vida de millones de personas en todo el planeta.
La sobrecarga de información que recibimos por parte de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales, en las que se mezclan noticias veraces, procedentes de los grupos de investigación punteros en virología, e informaciones dudosas, cuando no directamente falsas, que sólo traen confusión, han eliminado de las tertulias y las noticias las otras pandemias, situaciones que ya existían antes del mes de diciembre de 2019, fecha fatídica del comienzo de la transmisión global del virus SARS-Cov-2, y que han dejado de ser portada de los principales periódicos y de aparecer en los sumarios de los noticieros televisados.
Siguen existiendo otros problemas de salud, muchos de ellos agravados con la epidemia de COVID-19 y la crisis económica asociada. Algunos son propios de los países desarrollados, como la obesidad, debida más a una mala alimentación que a un exceso de la misma. Se calcula que cinco millones de personas mueren en el mundo al año de esta enfermedad, y está afectando cada vez más a la gente joven, con la costumbre cada vez más extendida de consumir comida “basura”, barata pero muy calórica. Con el aumento de la pobreza estructural, muchas familias se ven obligadas a comprar alimentos de baja calidad para poder subsistir, incidiendo en el aumento de la obesidad, sobre todo en las capas más vulnerables de la sociedad. El 14,5% de la población adulta española es obesa, mientras que casi el 40% tiene sobrepeso. Esos porcentajes son aplicables también a la población infantil y juvenil (entre los 2 y los 24 años), agravados por los confinamientos que han impuesto un modo de vida sedentario. En el otro extremo, en los países más pobres del planeta sigue existiendo la lacra de la hambruna: alrededor de seis millones de niños menores de cinco años mueren todos los años por efecto del hambre; y sumando se contabilizan hasta nueve millones de personas en total, según datos de la FAO.
Lo mismo ocurre con otras enfermedades que no han desaparecido, ni mucho menos, y cuyos tratamientos se han visto afectados por la dedicación casi exclusiva de los servicios sanitarios (atención primaria, ingresos hospitalarios y UCI) al coronavirus. Así, las enfermedades cardiovasculares suponen la principal causa de muerte en el mundo, alcanzándose los 18 millones de fallecimientos al año, más de 115.000 fallecimientos en España, seguido del cáncer, 9,5 millones al año en el mundo. Se diagnostican 280.000 casos de cáncer al año en España, con unos 100.000 fallecimientos. Otras afecciones de la salud (enfermedades respiratorias, diabetes, diarrea, demencia, etc.) golpean a muchas millones de personas, pero su impacto en los medios queda eclipsado por el coronavirus.
Pero, además de las enfermedades que afectan directamente al ser humano, hay otro fenómeno que, de forma indirecta, pone en peligro la supervivencia de la especie humana en las décadas venideras, y que tampoco tiene mucho protagonismo en los sumarios de los telediarios y las portadas de los diarios. El cambio climático prosigue su avance implacable. Según las últimas mediciones, a nivel mundial, septiembre de 2020 fue el septiembre más cálido desde que existen las mediciones. Con un promedio global de 0,05° C más cálido que el anterior septiembre más cálido, el de de 2019, se ha notado sobre todo en Sudamérica, Australia, Medio Oriente y Siberia. Los incendios de California, aún activos desde hace un mes y medio, que han arrasado 400.000 hectáreas; el récord de temperaturas en Siberia, que ha provocado incendios y el deshielo en el Circulo Polar Ártico; la aparición de los llamados “medicanes”, es decir, huracanes del Mediterráneo, como el sufrido en Grecia, nuevo fenómeno que, hasta ahora, se limitaba a las latitudes tropicales, y que son debidos al aumento de temperatura de las aguas mediterráneas, son algunas señales que nos indican que, lejos de amainar, el cambio climático produce consecuencias directas que, no por anunciadas, dejan de ser devastadoras.
A pesar de que los meses de confinamiento han dado un respiro a la Naturaleza, la vuelta a la actividad económica a partir del verano y la segunda ola de contagios posterior ha disparado de nuevo las alarmas, sumándose a las otras pandemias preexistentes que, aunque han perdido protagonismo mediático, siguen ahí. Se deben redoblar los esfuerzos para no solo vencer a este virus, sino para afrontar los otros retos, sanitarios y ambientales, que ponen en riesgo nuestra supervivencia.
Es innegable que el mundo está pasando por la crisis sanitaria más grave de los últimos 100 años, con unas cifras acumuladas desde el pasado mes de febrero de más de un millón de muertos y más de 36 millones de afectados a día de hoy debidos a la COVID-19, una pandemia que parece que estamos aún lejos de doblegar y que está trastocando la vida de millones de personas en todo el planeta.
La sobrecarga de información que recibimos por parte de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales, en las que se mezclan noticias veraces, procedentes de los grupos de investigación punteros en virología, e informaciones dudosas, cuando no directamente falsas, que sólo traen confusión, han eliminado de las tertulias y las noticias las otras pandemias, situaciones que ya existían antes del mes de diciembre de 2019, fecha fatídica del comienzo de la transmisión global del virus SARS-Cov-2, y que han dejado de ser portada de los principales periódicos y de aparecer en los sumarios de los noticieros televisados.