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OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

Un paseo por las calas de Bolnuevo

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Hace unos días paseé por las Calas de Bolnuevo en Mazarrón. El paisaje es impresionante: durante todo el camino llevas el mar a un lado y la montaña al otro. Rincones de palmitos e higueras y palmeras enormes que, en la imaginación, se hacen oasis.

En cada cala se veían pequeños grupos de personas que se bañaban o tomaban el sol, familias de caminantes aprovechando las nuevas condiciones escolares, algún ciclista, congestionado y bufador, que pasaba a mi lado y daba la sensación de que más que disfrutar del paseo luchaba para coger todo el aire que le rodeaba.

Los rincones te llevan a conocer magníficos escenarios ideales para fotografiar o pintar. Hay una gama de luces asombrosas y en cada recodo cambian los tonos de tal manera que dependiendo de la hora el paisaje es cambiante y, se podía decir, que en algunos lugares es casi otro nuevo, como si surgiera un nuevo enclave dependiendo del reloj y la luz.

Pero ese día notaba que no estaba solo en mi paseo pues había visitantes que no encajaban en el entorno habitual. En las partes más altas de los acantilados se veían a hombres más pendientes del horizonte que de lo que ocurría a su alrededor. Pasé junto a uno de ellos y le saludé con un parco “buenos días”, no me respondió, y unos pasos más allá me di cuenta de que sencillamente ni me había ni visto ni oído. Un poco más adelante otro hombre, con unos prismáticos, miraba hacia una cala donde había un grupo de personas. Yo pensé que era un mirón más de esos que se ven en verano chafardeando a los nudistas, pero noté algo extraño en su cintura que tal vez podría ser la funda de los anteojos, pero más bien llevaba otra cosa que no quería mostrar. Al poco pasó un coche y pensé “¡Qué raro este coche por aquí si están los accesos prohibidos!”. Pero a pesar de las personas misteriosas continué el paseo, pretendía llegar a la Punta de la Grúa y no quería que me pillara el sol muy alto pues comenzaba a hacer un poco de calor.

Al llegar a la cala también se veía más movimiento y entre las familias se veían elementos que no encajaban, sobre todo traslucían cierto nerviosismo, pendientes de los que llegábamos junto al mar.

En la Punta de la Grúa hay dos espacios muy definidos, uno tienen varios bloques de piedra muy grandes y hace como una especie de terraza que permite ver las calas de la Grúa y las calas Leño y Desnuda, dos hermosos lugares para pasar una buena jornada de playa con tranquilidad y alejados del ruido. Unas playas donde se puede ir como a cada uno le venga bien y donde nadie estorba. En la parte de la punta donde da al mar abierto hay otra terraza que ahora es usada habitualmente por pescadores de caña que aprovechan el gran calado de la zona y las aguas batidas. En ese lugar había un peculiar pescador de caña, vestido con cazadora de cuero negra y más pendiente de hablar por el teléfono móvil, y aquí hay poca cobertura, que de su caña.

Después de estar un rato allí decidí regresar pues ya el calor empezaba a ser un poco molesto. Regresé por el sendero de la costa para poder fotografiar alguna de las calas y tener un buen recuerdo del día.

Me encontré con otras dos personas que tampoco casaban mucho con el lugar y que me miraron de una manera que a alguien temeroso le hubiera producido algún malestar. Pasé a su lado, saludé y volví a escuchar el silencio como respuesta.

Cuando llegué a casa pasé las fotos al ordenador y ni siquiera las miré.

Por la noche escuché que habían encontrado a dos personas ahogadas y que buscaban a otras en el mar.

Comprendí entonces que las personas “que no casaban” en mi paseo estaban vigilando la costa porque sabía que alguien estaba viniendo.

Al parecer no vieron a nadie.

Hace unos días paseé por las Calas de Bolnuevo en Mazarrón. El paisaje es impresionante: durante todo el camino llevas el mar a un lado y la montaña al otro. Rincones de palmitos e higueras y palmeras enormes que, en la imaginación, se hacen oasis.

En cada cala se veían pequeños grupos de personas que se bañaban o tomaban el sol, familias de caminantes aprovechando las nuevas condiciones escolares, algún ciclista, congestionado y bufador, que pasaba a mi lado y daba la sensación de que más que disfrutar del paseo luchaba para coger todo el aire que le rodeaba.