Pedro Cano cumple este sábado 80 años y lo hace en plenitud artística y creativa. El pintor de Blanca llega hasta aquí con un bagaje envidiable, desde que en 1965 ingresara en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí compatibilizó el aprendizaje de la técnica pictórica con el servicio militar, de la mano de maestros como ese manchego universal que es Antonio López, máximo exponente del realismo. En 1969 descubre Roma a través de una beca en la Academia de España. Desde entonces, su amor por Italia es inconmensurable, como luego lo sería por Nueva York, la ciudad que nunca duerme, donde vivió durante un quinquenio.
Pedro Cano y yo nos conocemos desde hace décadas. En los ochenta ocurrió algo que reafirmó nuestra amistad. En diciembre de 1987 lo llamé una mañana por teléfono para entrevistarlo en la radio y su respuesta me dejó helado: había muerto su madre y, lógicamente, me pidió posponer nuestra charla. Conté aquello, intentando poner ternura al dolor, en un artículo que escribí en el diario La Verdad y que él suele recordarme a menudo. ‘Morirse en Navidad’ lo titulé entonces.
Pasaron los años y nuestros caminos se separaron. Él viajó por el mundo, pintando y exponiendo, y yo intenté ampliar mi trayectoria profesional en RTVE lejos de la Región. Nos reencontramos en este siglo y compartimos en 2009 cartel, él, y pregón, yo, en una edición de la Semana Internacional de la Huerta y el Mar de Los Alcázares. Con posterioridad, hemos realizado varias entrevistas para Televisión Española y Radio Nacional de España en su estudio de Blanca. Una de ellas fue para celebrar su Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, que los reyes de España le entregaron este mismo año en Cádiz, y de cuya concesión me confesó que se enteró casualmente por un boletín de noticias de RNE. Coincidimos en actos habitualmente, nos llamamos por teléfono o intercambiamos mensajes sobre nuestros avatares con frecuencia.
Pedro Cano, el amigo generoso, el magnífico conversador, el relator siempre entretenido, el pintor imprescindible, cumple 80 años este 10 de agosto. Confío en que seguirá subiendo con asiduidad la empinada cuesta para llegar a su taller, como él lo llama, antiguo corral de cabras de su abuelo, donde tiene colgado un viejo y maravilloso mapamundi que me mostró con todo detalle en una de mis visitas. Así como sus antológicos cuadernos, testigos de los numerosos viajes del artista por tierras de Oriente y Occidente. Insisto en que espero que Pedro Cano siga ascendiendo por esa pendiente durante mucho tiempo. Será una señal esperanzadora e inequívoca de que goza de probada vitalidad. Él se lo merece y los que lo apreciamos, creo que también.
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