Hubo un tiempo, llegada la Transición, en que hasta la Región de Murcia llegaban personajes y personalidades que, con la mejor disposición, se ponían a tiro en cualquier rueda de prensa. Era casi inconcebible entonces que alguien, con una cierta relevancia, no arribara por aquí y convocara a los medios para soltar sus pareceres. Se trataba de una ocasión propicia para preguntar y repreguntar al susodicho sobre lo divino y lo humano. Recuerdo, a este respecto, durante una visita de Manuel Fraga Iribarne a comienzo de la década de los ochenta, en la antigua sede de Alianza Popular de la murciana calle de Trapería, al maestro de periodistas Pepe García Martínez interrogándolo hasta por sus preferencias culinarias. O a Felipe González, ya como presidente del Gobierno, en el hotel Siete Coronas, respondiendo a diestro y siniestro a cuanto se le formulaba. O a Adolfo Suárez, pilotando el CDS, en ese mismo establecimiento hotelero, de lo más dicharachero, repartiendo sonrisas y apretones de manos a los periodistas. O, fuera de la política, José Saramago, ya siendo Nobel, en el Casino; Rafael Alberti, en Cajamurcia; Camilo José Cela, contestando a todo en la Universidad; la actriz Núria Espert, en el Teatro Romea, o Alfonso Escámez, presidente del Banco Central, haciendo lo propio en la Cámara de Comercio.
Aquello posiblemente acabó cuando apareció el plasma. O quizás antes. Ahora es muy común la comparecencia pública sin preguntas. La última, la del actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este martes, en Librilla, tras visitar una empresa de envasado de limones. Habló el presidente de la Comunidad Autónoma, Fernando López Miras, y luego lo hizo él. Expuso lo que tenía que decir, lanzó su mensaje y, acabada la intervención, raudo y veloz, un responsable de comunicación de Génova lanzó un concluyente “muchas gracias a todos”, señal inequívoca de que aquello se daba por finalizado.
También esta semana vino a Murcia el ingeniero Darío Gil Alburquerque, quien ocupará el cargo de subsecretario de Ciencia en el gobierno de Donald Trump. Nacido en El Palmar, fue investido doctor honoris causa en la Universidad de Murcia y, un día antes, nombrado académico de honor en la Academia de Ciencias de la Región. Gil no solo rechazó cualquier entrevista que se le propusiera por parte de los diferentes medios locales que lo solicitaron, sino que tampoco se dignó a comparecer ante los periodistas en ninguno de los dos actos antes mencionados para, por lo menos, agradecer ambas distinciones. Quizá el entorno pensó que su inclusión en el organigrama de la Administración Trump, donde también se incrustó gente como el histriónico multimillonario Elon Musk, dueño de la red social X, podría generar preguntas incómodas. Esa es la única explicación que uno concibe para calibrar una justificación al carácter huidizo que tuvo para con la prensa de su tierra.
Sorprende que en un tiempo en el que todos presumimos de tener a nuestro alcance más información que nunca, el acceso desde los medios a determinadas personas públicas sea cada vez más complicado. Los ejemplos antes citados son solo el botón de muestra de lo ocurrido esta misma semana. Lo lamentable es que esto se haya normalizado, incluso entre los propios profesionales de la comunicación. No hay preguntas, pues vale, hasta otra. Siempre nos explicaron los veteranos que el conformismo está reñido con el buen periodismo. Y que la resignación es un suicidio cotidiano, que dijo el autor de Las ilusiones perdidas.
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