Empiezo afirmando que sí está en peligro la democracia representativa tal y como la conocemos hoy en día. Ahora explico el por qué.
Tenemos en la actualidad tres ejemplos cercanos muy evidentes. En Brasil ha ganado Lula y miles de votantes de Bolsonaro, el perdedor, han salido a la calle a pedir a los militares que den un golpe de estado. En Estados Unidos, Trump y sus partidarios boicotean -no hacen oposición- a los demócratas porque consideran que no fueron derrotados en las urnas, sino que fueron unas elecciones fraudulentas. Aún tenemos en la retina el asalto al Capitolio en Washington para que no se declarase a Biden presidente. En España, desde la oposición, se afirma que este Gobierno es ilegítimo, por tanto, al ser ilegítimo hay que derrocarlo, no ganarles las elecciones. Vemos también golpes de estados en nombre de la ley (lawfare), un mecanismos aparentemente democrático y ajustado en derecho, pero que se elabora en despachos para acusar a determinados a líderes de izquierdas de algún delito o desprestigiar por corrupción a partidos políticos de izquierdas, todo ello con pruebas falsas y con la elección de determinados jueces para llevar a cabo la acusación; jueces al servicio del golpe de estado en nombre de ley y al servicio de los poderes fácticos.
Determinados partidos no creen en la democracia representativa, sino que la utilizan, y cuando llegan al poder, a través de la urnas, quieren mantenerse en él de la manera que sea y funciona el todo vale. Hay un dato que no podemos obviar de ninguna manera y es que estos partidos tienen un importante apoyo, no solo electoral, sino en el día a día: lo vemos por ejemplo con campañas racistas, de rechazo a los empobrecidos o cualquier organización que defienda los derechos humanos.
Otra versión de este peligro de la democracia es el hecho de controlar y reducir la democracia. Todos somos conscientes, es conocido, que los poderes fácticos (entidades financieras, multinacionales, grandes fortunas, religiones, militares…) tienen una presencia pública muy poderosa y consiguen sus fines, en muchas ocasiones, a través de la presión que realizan desde las cloacas, con la compra de voluntades, con las amenazas y chantajes. Los partidos salen de las urnas, pero las leyes aprobadas que benefician o perjudicaban a un colectivo u otro, salen de las decisiones políticas de los parlamentos. Estas decisiones pueden ser condicionadas por presiones por parte de estos mismos poderes fácticos. Una constatación: muchas decisiones benefician a los intereses de los grandes capitales. Además, para conseguir sus fines crean un entramado de corrupción y expresión de esta corrupción que son las puertas giratorias, el paso de la clase política a las grandes empresas. Últimamente también se da el paso de ejecutivos a la política institucional.
Ahora tenemos otro nuevo peligro: reducir la democracia en su dimensión de representación eliminando a los partidos de izquierdas y solo dejando un abanico desde el centro izquierda a la derecha, que no tiene límite. A la izquierda, no la extrema izquierda, se le considera radical. Se dice que nos destruye y que hay que acabar con ella. A la extrema derecha se le considera una derecha moderada, con muchos valores y que defiende la patria. En definitiva, reducir la democracia no dejando nada a la izquierda de la socialdemocracia, una socialdemocracia aguada; la derecha, en cambio, no tiene límites.
En esta estrategia de reducir la democracia juegan un papel importante los bulos, las mentiras, los engaños, el acaparamiento de los signos nacionales, la criminalización de la izquierda y de las organizaciones humanitarias. Ahora a las organizaciones humanitarias se les acusa de colaborar con las mafias cuando salvan vidas en el Mediterráneo. Los medios de comunicación y las redes sociales juegan un papel fundamental para conformar este pensamiento.
Si queremos mantener la democracia, si queremos profundizar en la democracia es necesario despertar conciencias, sensibilizar desde el amor, la amistad, la ternura y la bondad; movilizándonos cada día: tanto en los pequeños gestos, -cualquier cambio debe empezar en nuestra vida-, como con grandes movilizaciones preparadas con tiempo y con pedagogía, para una transformación social que ancle la democracia en la libertad, la justicia, la solidaridad, la paz, el encuentro, el perdón, la reconciliación, la fraternidad y sororidad.
Empiezo afirmando que sí está en peligro la democracia representativa tal y como la conocemos hoy en día. Ahora explico el por qué.
Tenemos en la actualidad tres ejemplos cercanos muy evidentes. En Brasil ha ganado Lula y miles de votantes de Bolsonaro, el perdedor, han salido a la calle a pedir a los militares que den un golpe de estado. En Estados Unidos, Trump y sus partidarios boicotean -no hacen oposición- a los demócratas porque consideran que no fueron derrotados en las urnas, sino que fueron unas elecciones fraudulentas. Aún tenemos en la retina el asalto al Capitolio en Washington para que no se declarase a Biden presidente. En España, desde la oposición, se afirma que este Gobierno es ilegítimo, por tanto, al ser ilegítimo hay que derrocarlo, no ganarles las elecciones. Vemos también golpes de estados en nombre de la ley (lawfare), un mecanismos aparentemente democrático y ajustado en derecho, pero que se elabora en despachos para acusar a determinados a líderes de izquierdas de algún delito o desprestigiar por corrupción a partidos políticos de izquierdas, todo ello con pruebas falsas y con la elección de determinados jueces para llevar a cabo la acusación; jueces al servicio del golpe de estado en nombre de ley y al servicio de los poderes fácticos.