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La pobreza no es normal

Por primera vez en mucho tiempo, la normalidad se ha abierto al debate. Nos adentramos, después de haber pasado, de estar pasando, por una de las experiencias más traumáticas que como sociedad hemos vivido en décadas, en lo que hemos aceptado en llamar nueva normalidad. El adjetivo, además de su función de reclamo publicitario, implica que hablamos de algo que está todavía por aclarar y modelar. Es en ese estado de cierta indefinición donde se abren camino el debate y la posibilidad del consenso.

Más allá de interpretaciones estadísticas, lo normal tiene mucho de subjetivo. Se trata, en todo caso, de una subjetividad que se puede compartir. Cuando decimos que algo “no es normal” estamos diciendo también que ese algo “no debería ser así”, que “no nos gusta”. Por recurrir a una imagen que simplifica las cosas: nada bueno sucede si en la consulta médica alguien dice “esto no es normal”.

A la hora de la verdad, todas queremos ser normales o, al menos, vivir en la normalidad. Porque, en el fondo, la normalidad la identificamos con que no se nos rompa la lavadora, con que los platos salgan razonablemente limpios del lavavajillas, con que podamos comprarle zapatos a nuestros hijos cuando los necesiten o el wifi funcione sin problemas, con que nuestra madre o nuestra vecina puedan comprar las medicinas que necesiten, con que nos llegue el dinero a fin de mes y desahucio sea simplemente una palabra de ortografía puñetera.

La normalidad es esa situación que echamos de menos cuando la desgracia irrumpe en nuestras vidas. Es esa monotonía que puede aburrir pero en la que podríamos pasarnos años y años. Entre el bostezo y el espanto, más vale el primero. La normalidad son los derechos humanos, el buen funcionamiento de las instituciones, la convivencia pacífica, la satisfacción de las necesidades básicas: comida, cariño, respeto, participación… O, mejor dicho, la normalidad debería ser eso.

Ahora, cuando como comunidad autónoma, como país, como sociedad nos disponemos a construir una nueva normalidad, es el momento de decir con toda la claridad que sea posible que la pobreza no es normal. No debe quedar sitio para ella en lo que está por venir. Y, sin embargo, todo apunta a que sucederá justo lo contrario.

Antes de que esto empezara, el riesgo de pobreza y exclusión social en la Región de Murcia ya era muy alto. Según una investigación que presentamos en septiembre del año pasado, una de cada tres personas, una de cada tres, estaba en riesgo de pobreza y exclusión. No contamos con cifras que tengan el mismo rigor científico que la anterior pero contamos con el trabajo diario de las entidades que forman parte de EAPN-RM. Según Cáritas y Cruz Roja, por ejemplo, las personas que acuden a sus recursos se han doblado o incluso triplicado en las últimas semanas.

La pobreza no es esa imagen que todavía forma parte del estereotipo y que nos dibuja a una persona sin hogar, durmiendo en un banco y etcétera. La pobreza es ya un riesgo que acecha a la mayoría de la población. Basta con mirar a nuestro lado para descubrir que la fragilidad se ha apoderado de nuestras vidas. A poco que prestemos atención, veremos a personas que no podrán irse de vacaciones hasta nuevo aviso, que deberán dejar para vete-a-saber-cuándo sus planes de emancipación, que deberán encadenar 12 contratos para trabajar 30 días, que no podrán terminar la carrera o ir al dentista, que se desvelan todos los días a las cinco de la mañana con un nudo en el estómago porque el futuro es oscuro como boca de lobo.

Pero no podemos vivir como si fuéramos barcos al pairo, marionetas en manos de extraños, árboles azotados por la tormenta. Sí, nos suceden toda clase de imprevistos y nuestro control sobre ciertos sucesos es limitado. Pero ahora que ya sabemos dónde estamos, ahora que sabemos el desastre que nos rodea y los nubarrones que oscurecen el horizonte es cuando podemos, cuando debemos, ponernos manos a la obra conjuntamente.

El pasado 18 de mayo, se constituyó la Comisión Especial de estudio sobre el Plan de Reactivación Económica y Social en la Asamblea Regional. Su objetivo es “realizar en el plazo de seis meses un dictamen que refleje las medidas adoptadas para paliar la crisis económica provocada por la covid-19”. En dicha Comisión, además de las diputadas y diputados regionales, participarán representantes de distintas entidades sociales que sumarán voces necesarias para encontrar las medidas adecuadas. Una de esas voces será la de Rosa Cano, presidenta de la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social en la Región de Murcia (EAPN-RM).

Será un momento en el que señalar la necesidad, ahora más que nunca, de atender las medidas recogidas en el II Pacto de Lucha Contra la Pobreza. Este pacto, firmado el 21 de mayo de 2019, lo hemos actualizado recientemente para adaptarlo a la actual crisis provocada por la Covid-19. Nos toca reconstruir, reconstruyamos. Nos toca vivir en una nueva normalidad, hagamos que sea una normalidad sin pobreza.

Por primera vez en mucho tiempo, la normalidad se ha abierto al debate. Nos adentramos, después de haber pasado, de estar pasando, por una de las experiencias más traumáticas que como sociedad hemos vivido en décadas, en lo que hemos aceptado en llamar nueva normalidad. El adjetivo, además de su función de reclamo publicitario, implica que hablamos de algo que está todavía por aclarar y modelar. Es en ese estado de cierta indefinición donde se abren camino el debate y la posibilidad del consenso.

Más allá de interpretaciones estadísticas, lo normal tiene mucho de subjetivo. Se trata, en todo caso, de una subjetividad que se puede compartir. Cuando decimos que algo “no es normal” estamos diciendo también que ese algo “no debería ser así”, que “no nos gusta”. Por recurrir a una imagen que simplifica las cosas: nada bueno sucede si en la consulta médica alguien dice “esto no es normal”.