El reciente caso de la exculpación de la senadora Barreiro pone de nuevo sobre el tapete un asunto recurrente en la Región en lo que toca a investigaciones y procesos por supuesta corrupción. Repito el mantra constitucional, por si acaso, de que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Pero algunas veces se impone la sensación de que pagan, o van a pagar justos por pecadores. O, si se quiere, menos pecadores por más pecadores.
Barreiro vuelve a su escaño de senadora de rositas. Pero a los pies de los caballos quedan sus dos personas de máxima confianza en el Consistorio cartagenero durante muchos años: Paco Ferreño y Mar Conesa, que se enfrentan a una petición fiscal de 12 años cada uno por la trama Púnica versión alonsoportuaria.
Fueron ambos las personas política y personalmente más fieles a la senadora y alcaldesa durante su largo mandato. También, quienes seguramente pasaron más horas de sus vidas junto a la regidora en esos años. Seguro, igualmente, quienes más sabían y guardaron para sí los pormenores y actividades políticas o no de su dilecta jefa.
¿Puede alguien imaginar que ambos participaran en grado sumo, remarca la Fiscalía, en el asunto púnico, sin que su dilecta alcaldesa supiera nada? ¿Sería posible que ambos subalternos actuaran con total autonomía e independencia a espaldas de Barreiro en connivencia con el resto de investigados? Pues parece que los mejores jueces de España piensan que la respuesta a ambas preguntas es “sí”. Y aquella queda, por tanto, confirmada como inocente.
Este sorprendente, para mis cortas entendederas, devenir del caso no es excepción que confirma la regla, sino, más bien, enésima repetición a escala regional de la gran ignorancia que exhibió ante el juez la hija Cristina del emérito dorado y trapisondista en el caso que llevó finalmente a Estremera a su listo marido.
Podríamos establecer un paralelismo inverso a este misterio cartagenero en el mismísimo ayuntamiento capitalino de la huerta. El durante más de 20 años, veinte, alcalde Cámara anda suficientemente liado en los juzgados como para tener bastantes motivos de preocupación. Y el caso es que el que fuera su máximo hombre de confianza, con una relación si cabe aún más cercana que la de Ferreño y Conesa con Barreiro, ese hombre, Eduardo Martínez Oliva, dizque tiene su quehacer impoluto, como corresponde inequívocamente a un buen inocente mientras no se demuestre lo contrario.
Lo que sabe el ahora concejal de Hacienda y de Ballesta sobre lo que hubo y no hubo en la corporación municipal murciana en esos largos y fructíferos años se dice que no está escrito en los papeles. Pero, a lo que se ve o se colige, de las cosas importantes que llevaba el alcalde Cámara en compañía de otros y los Samper, su más querido subalterno no se enteró de la misa la media. Por suerte para él.
Quizá más llamativo, si cabe, es el caso del inefable orquestador y animador de la fastuosa operación Agua para Todos, también en compañía de otros: el políticamente longevo valcarceliano y exconsejero de Agricultura, fundamentalmente, Antonio Cerdá.
Actuó, al parecer, totalmente por libre y sin informar a su jefe de Consejo de lo que hacía o dejaba de hacer. De manera que, en lo que a Cerdá se refiere, su dilecto gran mentor y ahora décimocuarto vicepresidente de la Cámara paneuropea también estaba al cabo de la calle de lo que se cocía en torno —¿o dentro?— al departamento que fue de Agua, Agricultura y hasta de Medio Ambiente de su querido protegido entonces y ahora protector.
Estos tres casos reflejan fielmente, entiendo, el nivel de sana ignorancia en que se ha movido nuestra más cercana y querida política para evitar que nadie tuviera que pasar por el banquillo por asuntos colaterales de los que no se enteraba u ocultaba a su jefe para ahorrarle preocupaciones. Aquí nadie se enteraba de nada, pero los temas espinosos se iban arreglando como por arte de magia. ¡Cuán abnegados subalternos! ¡Qué jefes tan protectores!
Una encomiable puesta en práctica del dicho de aquel profeta al que tanto quieren y tanto siguen en procesión nazarena estos nuestros dilectos dirigentes: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Y viceversa, añado. Vale.
El reciente caso de la exculpación de la senadora Barreiro pone de nuevo sobre el tapete un asunto recurrente en la Región en lo que toca a investigaciones y procesos por supuesta corrupción. Repito el mantra constitucional, por si acaso, de que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Pero algunas veces se impone la sensación de que pagan, o van a pagar justos por pecadores. O, si se quiere, menos pecadores por más pecadores.
Barreiro vuelve a su escaño de senadora de rositas. Pero a los pies de los caballos quedan sus dos personas de máxima confianza en el Consistorio cartagenero durante muchos años: Paco Ferreño y Mar Conesa, que se enfrentan a una petición fiscal de 12 años cada uno por la trama Púnica versión alonsoportuaria.