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Refugiados en Lesbos, la esperanza cuando todo está perdido

Laia Gay

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Hoy hace casi dos meses que llegué a la isla de Lesbos, en Grecia. Todavía me maravilla la belleza del puerto de Mytilene. Las barcas de pesca. Los lugares tradicionales para comer. Gracias a Dios (aunque aquí dicen que por culpa de los refugiados) la isla no tiene casi turistas y los que hay son griegos. Esto se agradece mucho. Sobre todo para alguien que ha crecido en Barcelona, donde hemos `muerto de éxito´.

Ahora bien, poco a poco la gentrificación también está llegando, y con ello el aumento de los precios de los pisos, debido, no lo acertarían nunca, a los voluntarios. Así es. Yo, que nunca había estado vinculada al mundo de la cooperación y los voluntarios, me encuentro ahora, siendo uno de ellos. Esta isla es una mezcla curiosa de refugiados y voluntarios. Mucho que decir sobre este tema, pero nada lo resume mejor que este fragmento de Bertolt Brecht de `Santa Juana de los Mataderos´:

“Lo que parecía una buena acción, puede ser solo una apariencia.

Un acto no puede ser honroso sino pretende cambiar el mundo radicalmente. ¡Bastante él necesita!

Y yo, impensadamente llego como caída del cielo para los explotadores.

¡Ay bondad nefasta! ¡Sentimientos inútiles!“

Demasiado a menudo pienso que tal vez si nos fuéramos todos, pasaría algo. Algo realmente transformador.

Porque ahora no pasa absolutamente nada.

Bueno sí. Sí pasa. Demasiadas cosas pasan, aunque no son transformadoras para los refugiados.

Esta semana han llegado unos mil nuevos refugiados a la isla, es decir al campamento de Moria, marcando un nuevo hito de llegadas de pateras este verano. Supongo que la vía Frontera Sur está más controlada (Europa, está dando mucho dinero a Marruecos en su esfuerzo para construir esta Europa fortaleza que nos acabará hundiendo), y la ruta de Libia es demasiado peligrosa. Supongo que Turquía está presionando a Europa pidiendo más dinero y la manera que tiene de hacerlo es dejando salir más pateras. Es lo que tiene pactar con el diablo, léase Europa.

También han habido muertos en el campamento de Moria. Una de ellas un menor de 15 años, otro está en estado grave y dos menores han terminado en prisión.

Y deportaciones.

Y las violaciones constantes de derechos humanos (a las que parece todos se han acostumbrado) en esta isla-prisión-campo de concentración para refugiados, término, este último, que utilizaba hace poco el gran Samir Naïr y mi amiga Nadia Ghulam.

Aunque a mí sí me han pasado cosas transformadoras.

Sentirme más que avergonzada de ser europea ante las personas que buscan un refugio aquí te coloca en una posición de humildad y vulnerabilidad que permite situarte en un lugar muy diferente frente al otro.

Los refugiados no pueden creer los limitados motivos por los que Europa da refugio. No pueden creer que se considere un tercer estado seguro Turquía, quien aún tiene limitado el derecho de asilo, la famosa Convención de Ginebra, a personas europeas. Ni que consideren un estado seguro a Afghanistan o Siria. Debo disculparme continuamente de la Europa de la que formo parte. Bienvenidos a la Europa fortaleza. A la Europa de los `papeles mojados´. Mojados por un mar Mediterráneo que no deja de acoger a las personas que huyen de sus países (de guerras y situaciones creadas por los occidentales) y no son rescatadas por la multitud de barcos que querrían salvarles las vidas. Esa es nuestra acogida.

En estos dos meses, larguísimos e intensos, he escuchado muchas historias, cada una diferente, cada una digna de ser contada y escuchada.

Y ha sido esta vulnerabilidad mía la que me ha permitido, en mi asesoramiento en el Legal Centre Lesvos, intentar devolverles a ellos la dignidad que les hemos robado. Intentar una sanación, casi imposible, como me enseñaron en el curso del Grupo de Acompañamiento Comunitario de Madrid.

Las entrevistas con la EASO, la Oficina Europea de Apoyo al Asilo, son una verdadera tortura. Cinco, seis hasta siete horas de interrogatorio. Como si fueran terroristas. Buscando la `credibilidad´ de unos relatos llenos de lagunas y de incoherencia (¡dicen ellos!). ¿Es una laguna (léase mentira) el hecho de que en la cultura de la mayoría de países la temporalidad no sea importante? ¿Es falta de coherencia que tras lo vivido no puedas ni tan siquiera recordar esas vivencias tan brutales que por fuerza la mente intenta olvidar?

Pero yo sé lo que busca EASO y les digo a los refugiados que tienen que explicar los detalles, los motivos concretos del sufrimiento, del dolor, del miedo, pero no pueden. No ahora. No tienen las condiciones para hacerlo. Porque si lo explican, si lo relatan, se rompen. Un mecanismo de defensa más que estudiado por la gente que se dedica a la tortura y al trauma.

Y yo, como asesora legal para las entrevistas, debo buscar los peores recuerdos, los hechos más dolorosos. Hoy en una entrevista en el que el motivo de la fuga había sido que la familia de una chica la había querido casar con un hombre -mucho mayor, casado ya con dos mujeres y con hijos, y otros detalles- el marido actual de ella, con quien había huido, se quejaba de que su mujer no contaba nada. Que no quería hablar. Que no recordaba nada. Yo le decía a ella que tenía que contar lo que le habían hecho, lo que había sufrido. “No puedo”. Lo único que ha podido decir. Y me he puesto a llorar. Como ahora que la recuerdo.

Me he disculpado.

Y como he podido, le he explicado al marido que no es que ella no quiera explicar nada, es que no puede. Al despedirnos nos hemos abrazado muy fuerte. Y hemos llorado juntas. “Yo te entiendo. Yo te creo”, le he dicho, con mis lágrimas y mi cuerpo. No hacían faltan las palabras. Somos mujeres. Sabemos de qué hablamos. Esta sororidad tan nuestra. Tan valiosa. Estos miedos encarnados. Este silencio. Esta aceptación de la vida no digna de ser vivida que el patriarcado nos ha impuesto.

Y me pregunto, si en serio se puede pensar que es normal que una abogada tenga que preguntarte si conoces a alguna mujer que se haya suicidado por haber sido forzada a casarse. Si es normal que tenga que preguntar si alguna hermana, madre, amiga, ha sido golpeada por su marido con quien ha sido forzosamente casada. No. Esta no puede ser mi profesión. Esta no puede ser la ley europea. Esta no puede ser nuestra realidad.

Pero aquí estoy.

Para decir, aunque sea entre lágrimas, yo sí te doy la bienvenida, yo sí quiero que estés aquí. Ellos no me representan.

Para buscar cómo dar esperanza cuando no la hay.

Para intentar que la esperanza no paralice, sino que sea activa.

Para sacar el miedo que humilla y paraliza.

Para buscar los límites de lo posible.

Para devolverles el control de sus vidas.

Para buscar en qué momento perdimos nuestra humanidad.

Para buscar lo común.

Todo me hace volver a la idea primera de cuando regresé de mis dos años en Colombia: el otro. El otro que soy yo. Porque sin el otro no soy nadie. No somos nadie. El otro que me hace de espejo. En el que me contemplo y soy contemplada, el que me desenmascara y me desnuda, y me confronta y me interpela. Ayudándome a conocerme más a mí -mis privilegios, mis creencias, mi manera de pensar, mis miedos-.

Me acompañan mucho las palabras de Marina Garcés, mi filósofa de cabecera.

Retomo su idea de sentirme como la guerrillera, que lucha contra el Estado, de su libro `Fuera de clase´. Buscando aquellas pistas para ir avanzando un poco, y “ganando terreno a la desesperanza, a la parálisis, a la impotencia, la epidemia de los días que nos han tocado vivir (…) Pistas que podemos utilizar para transformar nuestras vidas, e ir ”del yo al nosotros, de la impotencia al compromiso, de la sospecha a la confianza“ .

Me cojo como hierro ardiente a sus presentimientos de posibles pistas:

-Creyendo en un mundo inacabado: es decir, en que las luchas siempre serán, ahora nuestras, después de los que vengan que podrán continuar o emprender otras nuevas.

-No pensar que si no tenemos una solución es que no existe el problema (actuar contra el “esto es lo que hay”). Ni que nosotros no podemos hacer nada para mejorar la vida vivible (más allá que el hecho mismo de que existimos sea ya una forma de resistencia) Que no tengamos `La solución´, no significa que no podamos hacer algo.

- Tener en cuenta la siguiente idea:si la determinación de cambiar las cosas dependiera de la esperanza, muchas luchas no se darían, no empezarían, se apagarían tan pronto como sus resultados se atascan y sus expectativas se desvanecen . (..) la única esperanza es la de los que han perdido toda esperanza. (..) no es una apología de la desesperanza, ni un elogio del fracaso. Apunta a un principio fundamental: que el sentido de la revuelta no está en lo que se espera conseguir sino en el daño que se quiere reparar. Reparar el daño no es restaurar la situación perdida o buscar una compensación (..) es declarar que la vida puede estar derecha incluso allí donde todo está perdido. ”

Así pues, mientras intento “vivir, pensar y luchar sin dejar de experimentar”, busco qué podría realmente reparar la vida de las personas refugiadas (a las que ya no veo como otros) e intento cada día declarar que la vida puede estar derecha incluso allí donde todo este perdido.

Porque creedme, aquí, todo está perdido.

Hoy hace casi dos meses que llegué a la isla de Lesbos, en Grecia. Todavía me maravilla la belleza del puerto de Mytilene. Las barcas de pesca. Los lugares tradicionales para comer. Gracias a Dios (aunque aquí dicen que por culpa de los refugiados) la isla no tiene casi turistas y los que hay son griegos. Esto se agradece mucho. Sobre todo para alguien que ha crecido en Barcelona, donde hemos `muerto de éxito´.

Ahora bien, poco a poco la gentrificación también está llegando, y con ello el aumento de los precios de los pisos, debido, no lo acertarían nunca, a los voluntarios. Así es. Yo, que nunca había estado vinculada al mundo de la cooperación y los voluntarios, me encuentro ahora, siendo uno de ellos. Esta isla es una mezcla curiosa de refugiados y voluntarios. Mucho que decir sobre este tema, pero nada lo resume mejor que este fragmento de Bertolt Brecht de `Santa Juana de los Mataderos´: