No tengo mesilla de noche y junto a mi mesa de trabajo luce una gran cama, que en mis momentos indolentes me invita a recostarme. Sin embargo, a la derecha de mi cama siempre duermen conmigo más de una decena de libros, junto a alguna que otra revista y apuntes varios.
¿Cómo llegan esos libros a mi cama? Eso siempre ha sido un misterio para mí. No me refiero a los libros nuevos, sino a aquéllos otros que ya leímos y aún guardan el polvillo de las estanterías y algún que otro excremento de un maldito insecto que nos recuerda la inolvidable mañana en la que Gregorio Samsa se despertó muy kafkiano.
Para que algunos de esos libros hayan llegado hasta ahí, junto a la cama, antes he tenido que ir a la habitación de al lado. He mirado esa estantería que de tan henchida los libros se salen a lo ancho y a lo alto y se amontonan con la pretensión de llegar hasta el techo. Observo los lomos y los títulos y no sé por qué de pronto elijo 'El Amor absoluto' de Alfred Jarry; lo leo y recuerdo esa época surrealista de lecturas raras y treinta años después sigo viendo rara la Patafísica.
Pasan unos días y regreso a la estantería y vuelvo a tomar otro libro. Sin saber tampoco por qué, en esta ocasión se trata de 'Esto no es una pipa' de Michel Foucault. Lo abro y la primera sorpresa: me encuentro con una carta y una foto, la de una novia que tuve hace más de treinta cinco años; de nuevo se mezclan los recuerdos y cotejo la vieja lectura de entonces con la que ahora hago con una nueva mirada. Las mismas ideas siguen en el libro, tampoco han variado mucho las mías en lo esencial, pero mi mirada y mis vivencias han variado mucho de ese ensayo de Foucault a ese otro ensayo que es la vida de uno.
Transcurre un tiempo y una vez más regreso a la misma estantería y después de tomar el libro 'El Caos' de Pier Paolo Pasolini, otra vez me pregunto: ¿Por qué he elegido esa estantería, y no otra, y por qué estoy releyendo viejos libros, cuando me esperan otros nuevos? Y, de pronto, no encuentro respuestas convincentes. A lo que sí llego es a la conclusión de que esos libros pueden variar con la experiencia de lo vivido. Y esa relectura siempre será un misterio. Es como regresar al Museo del Prado, después de muchos años, y volver a mirar 'Las Meninas' de Velázquez. Aunque ya no se pueda volver a contemplar con esa mirada inocente, y la mirada haya cambiado mucho, el misterio del cuadro siempre estará ahí.
De cuantas relecturas hago, a la que más regreso siempre sin mácula y con una nueva mirada, es a la 'El Quijote de la Mancha'. Y ahí me espera siempre un nuevo misterio. Yo fui y sigo siendo cervantino. Releer es algo así como abrir las páginas de nuestra vida ya pasada, porque si somos algo, tal vez seamos eso, eso que hemos leído.
No tengo mesilla de noche y junto a mi mesa de trabajo luce una gran cama, que en mis momentos indolentes me invita a recostarme. Sin embargo, a la derecha de mi cama siempre duermen conmigo más de una decena de libros, junto a alguna que otra revista y apuntes varios.
¿Cómo llegan esos libros a mi cama? Eso siempre ha sido un misterio para mí. No me refiero a los libros nuevos, sino a aquéllos otros que ya leímos y aún guardan el polvillo de las estanterías y algún que otro excremento de un maldito insecto que nos recuerda la inolvidable mañana en la que Gregorio Samsa se despertó muy kafkiano.