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Ricardo Ortega y las contradicciones

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El 11-S marcó un antes y un después en muchas cosas; también, por supuesto, en el mundo del periodismo. Estos días, al conmemorarse el 20 aniversario de aquel trágico y dantesco día, un nombre ha resonado con fuerza en nuestro país: el del reportero Ricardo Ortega, corresponsal por entonces de Antena 3 en Nueva York. A Ortega lo mataron en Haití en marzo de 2004 durante un fuego cruzado entre partidarios y detractores del presidente Jean-Bertrand Aristide, al que apoyaban los Estados Unidos. Nunca se ha descartado que las balas que hirieron mortalmente al periodista procedieran de las tropas norteamericanas. 

Con 37 años, Ricardo Ortega había llegado a Puerto Príncipe apenas unos días antes. Lo hizo tras haber sido corresponsal de esa cadena televisiva en Estados Unidos desde el año 2000. Fue cesado cuatro años después por no creerse la historia de las armas de destrucción masiva que el relato estadounidense, con la anuencia de los principales gobernantes británicos y españoles, adjudicó al sátrapa Sadam Hussein. En sus crónicas neoyorquinas, Ortega incidía en esta cuestión, que una y otra vez ponía sobre el tapete informativo. Aquellas informaciones disgustaban sobremanera en el seno del Ejecutivo que presidía José María Aznar. Tanto que los teléfonos de Moncloa ardían cada vez que Ortega se atrevía a cuestionar la tesis del triunvirato Bush-Blair-Aznar. Hasta que la gota colmó el vaso y su empresa accedió a las contínuas presiones, despidiéndolo sin demasiadas contemplaciones. Siguió un tiempo en Nueva York realizando colaboraciones esporádicas con otros medios y, cuando agotó sus posibilidades, optó por irse a Haití por libre, para enviar crónicas a Antena 3 como freelance, cobrando por pieza y sin ni siquiera chaleco antibalas. Allí se encontró con la muerte, que ya había esquivado en conflictos armados de Sarajevo o Chechenia, así como también en Irak o Afganistán.

Ahora, en el recuerdo de esa efemérides, su antigua empresa ha sacado a relucir su nombre sin demasiado sonrojo. En 2014, con motivo del décimo aniversario de su asesinato, Enric González publicó una columna en el diario El Mundo en la que retrataba las contradicciones del caso de Ricardo Ortega. En ella narraba que cuando su cuerpo llegó a un tanatorio madrileño para ser velado, allí se personó el entonces presidente del grupo Planeta y de Antena 3, José Manuel Lara. “Los amigos de Ricardo salimos de la sala del tanatorio cuando entró en ella”, recordaba González, “solo por no coincidir con quien había despreciado el trabajo de un gran periodista”.

La otra noche, otro maestro del reporterismo de guerra, Gervasio Sánchez, fue convocado en La Sexta, cadena del mismo grupo empresarial que Antena 3, para hablar del 11-S. En honor a su compañero asesinado, el tantas veces enviado especial a zonas en conflicto por Heraldo de Aragón, denunció que “a Ricardo se le censuró, se le restringió y se le echó de su trabajo por intentar mantener la cordura y la credibilidad periodística mientras sus jefes de comportaron con él vergonzosamente”. Y citó a la entonces directora de informativos de Antena 3, Gloria Lomana, quien, por cierto, posteriormente se casaría con el exministro del PP, Josep Piqué. 

Las dos cadenas de Atresmedia han utilizado estos días hasta la saciedad la figura de Ricardo Ortega para ilustrar el aniversario del 11-S. Conviene, como hicieran Enric González o Gervasio Sánchez, dejar patente el comportamiento que algunos tuvieron en 2004 con este formidable periodista, que estudió una ingeniería de Telecomunicaciones y Ciencias Físicas y que dio sus primeros pasos profesionales en 1991 colaborando con la emisora radiofónica autonómica murciana, Onda Regional. Y es que hay gestos en algunas empresas, y sobre todo en las personas que las dirigen, que resultan mucho más que intolerables. Son como insultantes y vergonzantes contradicciones.

El 11-S marcó un antes y un después en muchas cosas; también, por supuesto, en el mundo del periodismo. Estos días, al conmemorarse el 20 aniversario de aquel trágico y dantesco día, un nombre ha resonado con fuerza en nuestro país: el del reportero Ricardo Ortega, corresponsal por entonces de Antena 3 en Nueva York. A Ortega lo mataron en Haití en marzo de 2004 durante un fuego cruzado entre partidarios y detractores del presidente Jean-Bertrand Aristide, al que apoyaban los Estados Unidos. Nunca se ha descartado que las balas que hirieron mortalmente al periodista procedieran de las tropas norteamericanas. 

Con 37 años, Ricardo Ortega había llegado a Puerto Príncipe apenas unos días antes. Lo hizo tras haber sido corresponsal de esa cadena televisiva en Estados Unidos desde el año 2000. Fue cesado cuatro años después por no creerse la historia de las armas de destrucción masiva que el relato estadounidense, con la anuencia de los principales gobernantes británicos y españoles, adjudicó al sátrapa Sadam Hussein. En sus crónicas neoyorquinas, Ortega incidía en esta cuestión, que una y otra vez ponía sobre el tapete informativo. Aquellas informaciones disgustaban sobremanera en el seno del Ejecutivo que presidía José María Aznar. Tanto que los teléfonos de Moncloa ardían cada vez que Ortega se atrevía a cuestionar la tesis del triunvirato Bush-Blair-Aznar. Hasta que la gota colmó el vaso y su empresa accedió a las contínuas presiones, despidiéndolo sin demasiadas contemplaciones. Siguió un tiempo en Nueva York realizando colaboraciones esporádicas con otros medios y, cuando agotó sus posibilidades, optó por irse a Haití por libre, para enviar crónicas a Antena 3 como freelance, cobrando por pieza y sin ni siquiera chaleco antibalas. Allí se encontró con la muerte, que ya había esquivado en conflictos armados de Sarajevo o Chechenia, así como también en Irak o Afganistán.