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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Santa propaganda

En mi empeño por seguir el rastro de los “grandes” hombres, en especial si fueron escritores, visitamos la casa-museo de San Juan de la Cruz en Úbeda. Juan, el poeta místico cuyos versos poseen a la vez carnalidad y una espiritualidad esencial y universal. Una espiritualidad que lo mismo podría conectar con un budista que con un agnóstico. Maravilloso poeta, elevadísimo y lleno de humanidad.

Pero en el lugar que le ha consagrado la Iglesia no se ve al poeta por ninguna parte. Sólo asistimos a una adoración burda e infantil al más puro estilo vellocino de oro. En vez de amar con sencillez y naturalidad su poesía, aquí se veneran un par de huesos suyos elevados a impúdicas reliquias.

La Iglesia utiliza al hombre y su obra para convertirlo en un diente más de su maquinaria de propaganda y legitimación del poder. Ha explotado su figura y su obra con fines bien materiales.

La humilde celda donde el ascético Juan murió ha sido transformada en una fastuosa capilla llena de dorados y oscuridad. Precisamente eso es lo que abunda en este lugar: la oscuridad. El olor a cerrado y podredumbre.

Qué horror que esta gente haya dominado España y la conciencia de los españoles durante siglos. Que nos hayan mantenido en la ignorancia y el embrutecimiento hasta hace cuatro días.

Por descontado, en la casa-museo se nos habla de los supuestos milagros sobrenaturales que realizó el santo, cuando el único verdadero milagro que hizo aquel hombre fue el de su poesía.

En mi empeño por seguir el rastro de los “grandes” hombres, en especial si fueron escritores, visitamos la casa-museo de San Juan de la Cruz en Úbeda. Juan, el poeta místico cuyos versos poseen a la vez carnalidad y una espiritualidad esencial y universal. Una espiritualidad que lo mismo podría conectar con un budista que con un agnóstico. Maravilloso poeta, elevadísimo y lleno de humanidad.

Pero en el lugar que le ha consagrado la Iglesia no se ve al poeta por ninguna parte. Sólo asistimos a una adoración burda e infantil al más puro estilo vellocino de oro. En vez de amar con sencillez y naturalidad su poesía, aquí se veneran un par de huesos suyos elevados a impúdicas reliquias.