El pasado 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la situación de pandemia global ante el brote de coronavirus. En esa ocasión, su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se mostró visiblemente preocupado por los alarmantes niveles de propagación del virus en el mundo. A día de hoy, por todos nosotros es conocida la enorme estela de daños, sobre todo en lo referente a pérdidas humanas, que esta abominable pandemia está dejando allá por donde pasa.
Personalidades de diversos ámbitos, como por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron, han llegado incluso a establecer paralelismos entre los efectos que tiene para un país entrar en un conflicto bélico y los de hacer frente a esta enorme crisis sanitaria. No en vano, los fallecimientos ocasionados en este momento por la COVID-19 en todo el mundo ya son superiores a la lista de bajas que provocaron las guerras acontecidas en la antigua Yugoslavia a lo largo de la última década del siglo pasado y principios de la década siguiente, las cuales se caracterizaron por su crudeza.
Frente a esta situación extrema, cabía esperar que los Estados del sur y norte de Europa trataran de sacar adelante desde el minuto cero mecanismos de colaboración conjunta para asegurarse disponer de medios sanitarios que les permitieran hacer frente a las necesidades más perentorias de los pueblos del viejo continente. Falsamente, se nos ha transmitido desde hace años que Europa había construido un espacio para la solidaridad y la ayuda mutua entre los países que lo integran. Sin embargo, esta cooperación no fue la deseada inicialmente. De hecho, la Unión Europea llegó a imponer en un primer momento restricciones a la exportación de material sanitario a países como Serbia o Montenegro.
En el caso de Italia, zona cero en Europa de la pandemia, el país transalpino pidió ayuda en febrero al Centro Europeo de Coordinación de la Respuesta a Emergencias, sin lograr obtener respuesta por parte de este organismo. Como ya viene siendo habitual, en el seno de las instituciones comunitarias, países como Holanda o Alemania se apresuraron a mostrarse más preocupados por la estabilidad presupuestaria que por combatir los efectos de la pandemia.
A la vista de todo lo anterior, Aleksandar Vucic, presidente de Serbia, con rostro visiblemente afectado y abatido tras declarar el estado de alarma en su país, afirmó el pasado 17 de marzo en rueda de prensa: “Ahora ya todos se dieron cuenta de que la gran solidaridad internacional no existe. La solidaridad europea no existe. Era un cuento de hadas sobre el papel. (…) Hoy envié una carta especial, porque tenemos grandes expectativas y altas esperanzas en los únicos que pueden ayudarnos en esta situación, y ellos son los dirigentes de China”. El 21 de marzo, tras recibir un avión con seis expertos chinos y un contingente de equipo médico contra el coronavirus procedente de este país, Vucic declaró: “China no ha terminado su lucha pero ha dicho que ayudará a Serbia. Serbia no debe olvidarlo nunca y será su amigo para todos los tiempos”. Días después de esto, China extendió su donación de material sanitario a más países europeos como Italia o España, a quien donó medio millón de mascarillas, y a gran parte de Latinoamérica.
Y fijándonos en el subcontinente latinoamericano, resulta altamente llamativa la muestra de solidaridad internacional dada por Venezuela, que a finales de marzo, puso a disposición de su vecina Colombia varios equipos médicos para el diagnóstico del coronavirus. Todo ello, a pesar de tratarse de países cuyas relaciones diplomáticas están rotas desde hace un tiempo y, a pesar de que el gobierno colombiano ha venido colaborando en los últimos años con EE.UU. y la oposición a Nicolás Maduro llevar a cabo golpes de Estado fallidos y diversos actos de terrorismo y sabotaje. En palabras del presidente venezolano: “La solidaridad, salvar nos salva, dicen los cubanos”.
Desde luego, sobre acciones solidarias frente a esta pandemia, el pueblo de Cuba tiene mucho que decir. De hecho, a mediados de marzo, Eduardo Martínez, presidente de Bio Cuba Farma (grupo estatal cubano de industrias biotecnológicas y farmacéuticas), anunció el desarrollo del Interferón Alfa 2b Recombinante, medicamento ofrecido al resto del mundo y empleado en China y Corea del Sur con éxito para tratar a enfermos de coronavirus reduciendo la tasa de fallecidos.
A día de hoy, alrededor de 80 países se han interesado por el fármaco, el cual también se incluye entre los que la Agencia Española de Medicamentos recomienda como tratamiento para la COVID-19. Nuevamente, esto es resultado del desarrollo de la industria biotecnológica cubana en los últimos años, que ya permitió obtener medios para frenar el brote de dengue acaecido en Sudamérica en la década de los 80 y, con posterioridad, poner a disposición de la comunidad internacional medios para paliar enfermedades virales como el VIH, la hepatitis B y C, el hérpes zóster, etc.
Además, más de 1.200 médicos especialistas y enfermeros de la isla han sido enviados a más de una veintena de países de Europa, Latinoamérica, África y Oriente Medio. Entre los países que ahora están recibiendo ayuda de estas brigadas médicas cubanas, cuya actividad viene desarrollándose desde 1960, se encuentran Italia, Andorra, Qatar, Jamaica, Nicaragua, México o Sudáfrica.
A raíz de ello, recientemente ha podido verse en redes sociales vídeos de agradecimiento al personal sanitario cubano por parte de familias de Andorra, o de taxistas madrileños, quienes no dudaron en dedicar aplausos a las brigadas médicas a su paso por el aeropuerto Madrid-Barajas hace unas semanas. Asimismo, en la ciudad de Roma, la Asociación de Amistad Italia-Cuba ha colocado tres grandes paneles en los que puede leerse lo siguiente: “¡Grazie Cuba! ¡La solidarieta unisce i popoli, insieme si vinci!”“(”¡Gracias Cuba! ¡La solidaridad une a los pueblos, juntos ganamos!“). Y además, la asociación estadounidense Codepink u otros colectivos como el Foro de Sao Paulo han pedido abiertamente que las brigadas médicas cubanas sean premiadas con el Nobel de la Paz por su labor en la lucha en todo el mundo frente al coronavirus.
Por el contrario, como respuesta a lo anterior, desde la embajada de EE.UU. en Cuba y algunos medios de comunicación se inició una campaña de desprestigio a la ayuda cubana, instándose a los países a rechazarla a pesar de la situación de colapso sanitario en que pudieran encontrarse.
Y es que, en medio de la mayor crisis sanitaria que ha vivido a la humanidad en el último siglo, Donald Trump mantiene su política de sanciones y bloqueo (también sanitario) a determinados Estados, lo cual dificulta la capacidad de los mismos para prevenir el contagio de la COVID-19 en su territorio y prestar una mejor atención a las personas enfermas. No en vano, el bloqueo de EEUU ha impedido la llegada a Cuba de importantes suministros médicos desde China tales como mascarillas, respiradores o tests para detectar la infección por el virus.
Y todo esto sucede pese a que, a finales de abril, un grupo de expertos de la ONU haya urgido a la Casa Blanca a retirar el bloqueo sobre la isla caribeña para “salvar vidas”, petición que también ha sido efectuada por varias decenas de millares de ciudadanos cubanos residentes en territorio estadounidense. En el caso de Venezuela, el bloqueo también impide al país la compra de insumos médicos a proveedores extranjeros, viéndose obligada a recibir ayuda de China, Turquía, Rusia e Irán, entre otros. Además, el gobierno norteamericano ha recrudecido en este periodo las sanciones económicas contra los dos anteriores países e Irán, lo cual evidentemente también incide negativamente en la gestión de la actual crisis sanitaria por parte del gobierno iraní.
Y es que, desde el inicio de la Guerra Fría, EE.UU. y algunas de sus potencias aliadas se han reservado la prerrogativa de señalar ante la comunidad internacional aquellos países que deben ser considerados “enemigos” del resto del mundo, y por tanto, susceptibles de ser invadidos, bloqueados económica y comercialmente o sancionados. Y desde luego, todo ello tiene lugar sin importar el sufrimiento que pueda provocar a la población civil.
Esto ha sido posible, entre otras cosas, gracias a una industria cultural y una propaganda mediática extensa e incisiva hacia la opinión pública internacional. Incluso, el Pentágono nos tiene acostumbrados a terminología propia del cine hollywoodiense para referirse a los países estigmatizados (por ejemplo, “Eje del mal”) o a las operaciones militares realizadas (por ejemplo, “Libertad Duradera” en la última guerra de Irak u “Odisea del Amanecer” en Libia).
Sin embargo, la llegada de la pandemia que estamos sufriendo ha puesto de manifiesto que, la disposición por ayudar y cooperar con el mundo ante una coyuntura histórica indudablemente extrema, ha sido claramente mayor y más rápida por parte países hasta ahora estigmatizados, como es el caso de China o Cuba. Mientras que quienes siempre habían venido erigiéndose en defensores de los Derechos Humanos, han actuado mal y tarde, priorizando sus intereses económicos y políticos sobre una emergencia sanitaria global de incuestionable gravedad.
Los acontecimientos relatados en los párrafos anteriores, invitan a una reflexión profunda. Ha quedado evidenciado que, tras esta pandemia, los pueblos del mundo deben dirigirse a unas relaciones internacionales donde la solidaridad y la cooperación, se abran caminos frente al expansionismo económico y el neocolonialismo de algunas potencias.