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Nunca son nuestras guerras, solo queremos vivir en paz

3 de abril de 2024 06:01 h

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En estos días, viviendo la Semana Santa desde Murcia donde, además del aspecto festivo, tradicional y vacacional, también celebramos los creyentes el acontecimiento de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, pensaba con desgarro en los diversos conflictos en el mundo, en esos 14. 000 niños y niñas asesinadas en Gaza en un genocidio televisado y apoyado por las grandes potencias occidentales. Y me surgían dos reflexiones. Por una parte, que vivimos la Semana Santa y Las Fiestas de Primavera de espalda a esta terrible realidad desde la evasión y la diversión, no compatibilizamos la fiesta y el compromiso con el dolor de muchas personas y pueblos y, por otra parte, que las guerras no nacen de los pueblos, sino de las élites, de los poderosos que utilizan la guerra como un instrumento de poder y dominación. No importa la cultura, la educación, los derechos humanos, solo la capacidad destructiva que se tenga.

Todo lleno de parafernalia, bullicio y jolgorio mientras hay zonas, en muchos rincones del mundo, donde los niños y niñas mueren cada día porque hay gente poderosa que ha decidido que tiene que ser así y lo hacen sin problema alguno y creyendo que es lo que deben hacer.

A raíz de todo esto, reflexionaba y oraba desde mi pequeño rincón en Las Torres de Cotillas que las guerras nunca son nuestras guerras. Viendo la historia y nuestro presente, las guerras son la expresión más cruel del poder basado en la codicia, la avaricia, la ambición y el dominio. Cuando un país, por diversas circunstancias históricas, se ha constituido en un país poderoso, lo primero que hace es desarrollar su maquinaria de guerra para conquistar y dominar parte del mundo, hasta que cae y lo sustituye otro país poderoso que utiliza la misma técnica. Es la historia de los imperios en su lucha por la hegemonía mundial, sin olvidar, que hoy en día tenemos tres grandes imperios: Estados Unidos, Rusia y China. Tres grandes imperios que luchan por el dominio mundial.

Nunca son nuestras guerras, pero, participamos de ellas y formamos parte de esos ejércitos que destruyen vidas ajenas y vidas propias. Y, siempre se hacen monumentos a los soldados caídos, que nunca son los hijos e hijas de los que planifican, organizan y ejecutan las guerras. Actos solemnes, con coronas de flores y el himno nacional correspondiente, donde las familias humildes se vuelvan a sus casas a llorar la muerte de su hijo, mientras que los que provocan esas guerras van a disfrutar de una buena comida.

Nunca son nuestras guerras, pero, nos dejamos imbuir por ese pseudo patriotismo que oculta los intereses de los adinerados y adineradas. Se izan banderas nacionales como se alzan los beneficios en las bolsas de los vendedores de armas y los vencedores que tapan esa codicia destructiva, porque la única bandera es la idolatría del dinero. Se nombran los intereses de la patria, cuando los únicos intereses son de esas pocas personas que atesoran grandes fortunas.

Nunca son nuestras guerras pero aceptamos la mentira de que si conseguimos construir un país poderoso vamos a participar de la riqueza abundante, sin ser conscientes de que dentro de ese país también nos convertiremos en enemigos internos de los que controlan los mega negocios. Y, siempre la mentira de que defendemos la guerra como un medio de autodefensa, cuando siempre es la expresión de buscar esa oportunidad para provocar un conflicto cuando estamos en una posición clara de ventaja armamentística. Los enriquecidos quieren y necesitan la guerra para acrecentar su poder.

Nunca son nuestras guerras, solo que nos necesitan para matar o que nos maten, olvidando que solo queremos vivir en paz. Ya nos están anunciando que Ucrania se va a convertir un escenario permanente de guerra para intentar desgastar a Rusia, que supondrá también el mismo desgaste para Europa, porque Estados Unidos quiere quedar en un cara a cara con China. Nos anuncian más guerra, otra guerra que no es nuestra guerra, sino de esos poderes que desde sus despachos deciden la muerte de miles de personas tomándose un refrigerio, para terminar con un buen coñac o un buen whisky.

Ya hay países que claman por el servicio militar obligatorio, es decir, que los ciudadanos aprendamos a matarnos porque hacemos falta para sustituir a los que vayan cayendo en el frente y en las ciudades bombardeadas. Somos manos de obra para la guerra.

No son nuestras guerras, nunca son nuestras guerras, pero, formamos parte de ellas, somos elementos, nunca personas, sustituibles y reemplazables ¿Qué pasaría si nos negáramos a disparar una sola bala?

Por eso, desde este pequeño rincón de la Región de Murcia clamo por la paz entre los pueblos y por desobedecer a los que desde sus despachos de poder planifican las guerras y manipulan la opinión pública para que las apoyemos, sabiendo que sus hijos e hijas no van a morir porque estarán bien resguardados y ellos se van a mantener en una situación privilegiada de seguridad y no van a perder su estatus social.

Lo dicho, ¿qué pasaría si nos negáramos a disparar una sola bala?

En estos días, viviendo la Semana Santa desde Murcia donde, además del aspecto festivo, tradicional y vacacional, también celebramos los creyentes el acontecimiento de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, pensaba con desgarro en los diversos conflictos en el mundo, en esos 14. 000 niños y niñas asesinadas en Gaza en un genocidio televisado y apoyado por las grandes potencias occidentales. Y me surgían dos reflexiones. Por una parte, que vivimos la Semana Santa y Las Fiestas de Primavera de espalda a esta terrible realidad desde la evasión y la diversión, no compatibilizamos la fiesta y el compromiso con el dolor de muchas personas y pueblos y, por otra parte, que las guerras no nacen de los pueblos, sino de las élites, de los poderosos que utilizan la guerra como un instrumento de poder y dominación. No importa la cultura, la educación, los derechos humanos, solo la capacidad destructiva que se tenga.

Todo lleno de parafernalia, bullicio y jolgorio mientras hay zonas, en muchos rincones del mundo, donde los niños y niñas mueren cada día porque hay gente poderosa que ha decidido que tiene que ser así y lo hacen sin problema alguno y creyendo que es lo que deben hacer.