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El suelo es lava

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Quiero hablar hoy del volcán ahora que el volcán pierde virulencia. Quiero hablar de la belleza aterradora del volcán, de la destrucción que deja a su paso, de los pueblos cubiertos de ceniza, de la naturaleza recorrida por el lomo de una serpiente negra, roja y dorada. Pero quiero hablar sobre todo del espectáculo.

Siempre ha ocurrido, con cada inundación, con cada terremoto, con cada incendio. Las televisiones se disputan el hueso de la tragedia como perros voraces. Ofrecen dolor en streaming y en prime time. Una parte es noticia y otra es espectáculo, pero avanzamos como un río de lava, lento pero implacable, en una dirección que amenaza con convertirlo todo en espectáculo.

Con la multiplicación de plataformas informativas esa disputa crece y hemos podido ver en La Palma a gente con micrófonos y cámaras y que se hacen llamar periodistas preguntando in situ por personas que lo estén pasando “realmente mal” para ofrecer a su público una ración de morbo a la hora del café. El dolor de los desplazados es un espectáculo que da audiencia. El neoliberalismo informativo genera estos esperpentos que nos degradan a todos: al que graba, al grabado y al que contempla. En el mismo discurso se habla, cómo no, de solidaridad y de compasión, degradando de paso también estos sentimientos. Sólo hay un ganador: el dueño de la cadena que ve aumentados sus dividendos gracias a la desgracia.

Esto ocurre en un contexto en el que la intimidad es cada vez más subestimada. Entre redes sociales y selfies ya nadie parece considerar que hay una parte del ser humano que permanece en el interior de cada uno y que se comparte solo con los más cercanos por un motivo: la intimidad es una característica humana, intrínsecamente humana, me gustaría decir que es una característica innegociable, pero ya no lo es. Y cuando todo sea extimidad, qué nos quedará.

Los coches de turistas de volcanes han llegado a bloquear las calles de pueblos en desalojo. Gente haciéndose selfies con el volcán de fondo, actitudes tan estúpidas como peligrosas que ponen en riesgo la propia seguridad. Hasta tal extremo llega la estupidez humana que las autoridades han tenido que advertir del peligro de acercarse a un volcán. Sin embargo sí vemos personas que declinan hablar con periodistas y que deciden llorar en la intimidad. Aún hay gente que no quiere ser filmada mientras sufre. 

La jerarquización de las noticias no es decidida por los receptores sino por los emisores de la noticia. Por poner solo un ejemplo, Afganistán, que concentró toda nuestra atención hace tan poco tiempo, ha salido por completo del foco y no hemos sido ni tú ni yo quienes hemos decidido que ese tema ya carece de importancia frente a las horas incontables de imágenes de un volcán que avanza a razón de 120 metros por hora.

Todo fenómeno extremo hace que saquemos lo peor y lo mejor de nosotros como grupo, solo que lo peor suele ser más espectacular, por lo tanto más televisivo. El sistema está montado para que los no afectados nos sentemos en la butaca y pidamos palomitas mientras que los encargados de servirnos el espectáculo buscan morbo a todo trapo. Ese es el problema.

El modo como relatamos la vida influye en la vida. La física cuántica nos enseña que la observación influye sobre lo observado. La mercantilización visual define nuestra época y eso modifica la ética de la percepción. La realidad es deglutida, digerida y excretada por el showbusiness que nos entrega una imagen distorsionada de nuestro mundo, que se retuerce para adaptarse a esa distorsión. Así es como la observación modifica el objeto observado.

Nuestros sentimientos son genuinos y legítimos, tanto la tristeza por los que lo han perdido todo como la fascinación por el volcán, pero debemos saber que nuestra atención está siendo manipulada sin que seamos del todo conscientes porque en esta era de la revolución tecno-comunicativa la mercancía es nuestra atención.

Quiero hablar hoy del volcán ahora que el volcán pierde virulencia. Quiero hablar de la belleza aterradora del volcán, de la destrucción que deja a su paso, de los pueblos cubiertos de ceniza, de la naturaleza recorrida por el lomo de una serpiente negra, roja y dorada. Pero quiero hablar sobre todo del espectáculo.

Siempre ha ocurrido, con cada inundación, con cada terremoto, con cada incendio. Las televisiones se disputan el hueso de la tragedia como perros voraces. Ofrecen dolor en streaming y en prime time. Una parte es noticia y otra es espectáculo, pero avanzamos como un río de lava, lento pero implacable, en una dirección que amenaza con convertirlo todo en espectáculo.