Siempre sostuvo Miguel Delibes que, para los que no tenían nada, la política era una tentación comprensible, porque se trataba de una manera de vivir con bastante facilidad. Hay gente que cuando se adentra en ese proceloso mundo aparca a un lado conceptos como el de la ética o la honestidad, sustituyéndolos por oportunismo y provecho. Es sorprendente que haya quien cambie su discurso sin sonrojarse en función del desarrollo de los acontecimientos, con el único pretexto de subsistir entre esa fauna en la que hoy se ha convertido la política. Y que donde ayer dijera A hoy diga B y, quién sabe si le interesara, mañana diría C.
Cuando tras las elecciones autonómicas de mayo de 2019 la dirección nacional de Ciudadanos ordenó a sus subalternos de la Región de Murcia pactar con el PP, hubo quien reconoció no entenderlo. Máxime cuando su actual presidenta nacional había preguntado de viva voz, durante la campaña, en un acto celebrado en una plaza pública del mismo corazón de Murcia, si los que la oían se imaginaban 28 años de gobierno popular en esta comunidad autónoma. Alguien que estaba allí, junto a ella en el escenario, y que asintió con la cabeza, confesaría tiempo después que no llegaba a comprender el giro dado, lo que permitiría al PP cuatro años más de gobierno en el Palacio de San Esteban. Bien es cierto que ese reproche se produjo cuando creía que sus horas en el sillón estaban contadas, a tenor de que su más firme adversaria -o enemiga, que siempre suelen estar en tu mismo partido, como solía decir Churchill-, se disponía a cortarle la cabeza. Pero hete aquí que esta última desbarró en su estrategia, con lo que la presunta damnificada tuvo ocasión de devolvérsela en forma de manzana envenenada. Y no solo eso, sino que para justificar lo difícilmente justificable se amparó en el acuerdo tácito, que ella misma denostó en su día, alegando que no iba a romper el pacto con el socio preferente del que meses atrás poco menos que abominaba.
Hoy en día, esa misma, investida de cargo rimbombante pero con escasa efectividad ejecutiva en la política real de la Región, quiere hacerse notar, desvestida de partido como está, de cara a la posibilidad de ser repescada para las próximas listas del PP. Y por eso acude presta a zurrar la badana en las redes sociales a alguien de la oposición socialista que, gozando del favor de los que mandan en su formación, ha sido elevado a los altares, reprochándole que, en su momento, pudiera verse tentado a comprar voluntades en el campo de la extrema derecha para que prosperara aquella iniciativa, en forma de moción de censura, y descabalgar al PP, algo que precisamente fracasó por la actuación de ella, no sola sino en compañía de otros. Al parecer, de poco sirvió que la otra parte contratada lo desmintiera ante el propio interesado.
Ahora dice sentirse orgullosa de pararle los pies a quienes “solo buscaban poder y promoción personal, en plena pandemia y a cualquier precio”. Me recordó esta historia a lo de aquella reina del cuento que a diario preguntaba al espejo quién era la más bella, esperando la consabida respuesta. Hasta que llegó un día en que este respondió que le había salido una dura competencia. Y ya saben cómo acaba el cuento: lo de que la doncella resultó inmune al veneno real y se casó con el apuesto príncipe, que, al fin y a la postre, fue el que la salvó.
Siempre sostuvo Miguel Delibes que, para los que no tenían nada, la política era una tentación comprensible, porque se trataba de una manera de vivir con bastante facilidad. Hay gente que cuando se adentra en ese proceloso mundo aparca a un lado conceptos como el de la ética o la honestidad, sustituyéndolos por oportunismo y provecho. Es sorprendente que haya quien cambie su discurso sin sonrojarse en función del desarrollo de los acontecimientos, con el único pretexto de subsistir entre esa fauna en la que hoy se ha convertido la política. Y que donde ayer dijera A hoy diga B y, quién sabe si le interesara, mañana diría C.
Cuando tras las elecciones autonómicas de mayo de 2019 la dirección nacional de Ciudadanos ordenó a sus subalternos de la Región de Murcia pactar con el PP, hubo quien reconoció no entenderlo. Máxime cuando su actual presidenta nacional había preguntado de viva voz, durante la campaña, en un acto celebrado en una plaza pública del mismo corazón de Murcia, si los que la oían se imaginaban 28 años de gobierno popular en esta comunidad autónoma. Alguien que estaba allí, junto a ella en el escenario, y que asintió con la cabeza, confesaría tiempo después que no llegaba a comprender el giro dado, lo que permitiría al PP cuatro años más de gobierno en el Palacio de San Esteban. Bien es cierto que ese reproche se produjo cuando creía que sus horas en el sillón estaban contadas, a tenor de que su más firme adversaria -o enemiga, que siempre suelen estar en tu mismo partido, como solía decir Churchill-, se disponía a cortarle la cabeza. Pero hete aquí que esta última desbarró en su estrategia, con lo que la presunta damnificada tuvo ocasión de devolvérsela en forma de manzana envenenada. Y no solo eso, sino que para justificar lo difícilmente justificable se amparó en el acuerdo tácito, que ella misma denostó en su día, alegando que no iba a romper el pacto con el socio preferente del que meses atrás poco menos que abominaba.